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Alba Lobera: «El lenguaje de la posmodernidad es dictatorial y discriminatorio»


Redacción | 22/12/2021

Entrevistamos a la filóloga y periodista de investigación Alba Lobera, coordinadora del best-seller Geoingeniería: Un infame pacto de silencio, co-autora del libro Pandemia contra España y prologuista de los ensayos Totalitarismo lingüístico y Pandemia posmoderna.

Recientemente, has prologado el libro Totalitarismo lingüístico de Ernesto Ladrón de Guevara. ¿Está la manipulación del lenguaje en su cénit gracias a la crisis sanitaria del coronavirus?

Sin duda; ninguna palabra es inocente. Aunque no hay puntos más extremos que otros, y cuando surge un movimiento siempre aparece su respuesta para demostrar quién es detractor de ello. Hay que reconocer que se peca en ambos bandos, algo completamente esperable debido a la infoxicación latente a través de Internet. Me explico; el lenguaje determina el pensamiento. Un lenguaje neutro lo sería sólo en apariencia: esa neolengua que puede servir a unos de referente y distinción, para otros carecen de significado. Impedir que las cosas se nombren, significa impedir su existencia. Sucede algo parecido cuando, aquellos que potencian un registro lingüístico, mantienen una connotación y contexto para ellos, pero para nosotros implica otra cosa diferente. Esos significantes han sido construidos a la carta, a conciencia, permiten su retorcimiento más extremo y eso, a su vez, nos impide asociar conceptos. De tal forma que no pensamos. Cuanto más fuerte es la ideología imperante, más se retuerce el lenguaje, y como tal, sucede exactamente lo mismo con la realidad, bien desde el punto de vista económico, político, médico, social, etc.

Nuestro comportamiento se marca desde que somos humanos por medio del lenguaje. Se menciona mucho con el tema sanitario, el supuesto símil con el nazismo (nazipass para referirse al pasaporte covid, por ejemplo, la ley Auschwitz) para remarcar que la dictadura en su esplendor sólo se ha visto en la Alemania nazi. Me resulta ciertamente irónico que, cuando se estudia académicamente la manipulación lingüística o la psicología del lenguaje, en Comunicación siempre acaban por demostrar la diferencia entre información y publicidad con la propaganda vertida durante la Segunda Guerra Mundial. Al margen de que sea acertado o no para simpatizantes de una inclinación u otra, esto que explico es un ejemplo más de cómo siempre se acaba cayendo en el mismo punto, pues se podrían dar otros ejemplos de represión, además de, repito, errar en la condición de señalar aquel período como único culpable de la manipulación más llamativa conocida.

Actualmente, en España, se gobierna desde la izquierda y por medio de una coalición de partidos (PSOE-Podemos). ¿Acaso la ideología de género no ha traído consigo nuevos términos? «Heteropatriarcado, violencia vicaria, gordofobia, empoderada, capacitismo, androcentrismo, proletariado», por ejemplo, debido a la variante feminnista marxista. El de «discriminación positiva» resulta muy chocante también desde un análisis sintáctico-morfológico. En la biología hay una contrariedad con «sexo» y «género», aportándose documentos al respecto que lo justificarían. No voy a entrar ahora en estas cuestiones o en afirmar si dicha información es correcta o no, puesto que mi única intención al sacar este tema es el de demostrar que la manipulación del lenguaje es cíclica, en función de quiénes nos lideren.

¿En qué sentido es cíclica?

Especificando un poco más, todos los conceptos, sin excepción, vienen cargados con múltiples significados; su misión es la de alumbrar, visibilizar y ofrecer, un producto nuevo. A la hora de entablar una serie de reflexiones o debates, formular un «por qué» es también una bomba de relojería en el pensamiento. Tenemos la fórmula del pensamiento aristotélico, aitia, argumentada con la famosa analogía de la carpintería. Recordemos que Aristóteles defendía que no tenemos conocimiento de nada hasta que comprendamos por qué, es decir: su causa. Pregunto yo, ¿nuestro sistema educativo potencia esta clase de estudios o considera que la filosofía, así como sus derivados, es algo obsoleto, impopular, complejo e innecesario? ¿Se nos enseña a pensar, a hablar? ¿Se nos enseña el peso de las palabras? Somos participantes de lo común. Con lo que todo esto implica: nuestras fuentes, nuestro gobierno, nuestro propio paradigma sociopolítico y económico.

Términos como, entre otros, «asintomático», «confinamiento», «distancia social» o «pandemia» se han introducido en nuestro léxico y en nuestra forma de vida. ¿Obedece este hecho a las circunstancias o va más allá de lo que podemos ver?

Partiendo de la respuesta anterior, puedo responder que se produce una mezcla de ambas partes. La crisis sanitaria del coronavirus ha traído mucha desinformación, algo que se ve reflejado en el lenguaje. En función de lo que sepamos y cómo, hablaremos de una manera u otra. Siempre hay manipulación, consciente e inconsciente. Así que tales términos obedecen también a unas circunstancias caracterizadas por esa manipulación política. Es evidente que el gobierno ha comenzado normalizándolas, el periodismo ha dado voz a las declaraciones que encajan con tales palabras y una línea oficialista, irrefutable, pues lo contrario se considera negacionismo, y lo que ponga en duda lo acordado públicamente, será desinformación médica. Este discurso surgente del coronavirus se sustenta en dos perspectivas: la militar, con expresiones como «somos guerreros», imágenes del Rey Felipe VI vestido con el uniforme del ejército para hablar del tema, ruedas de prensa que empiezan con la frase «sin novedad en el frente», ¿qué frente? y la terrorífica, pues se enfoca desde el pánico que induce imaginarnos fallecer entre dolor y sufrimiento. Muchos activistas y expertos de diferentes ámbitos han insistido en que los medios de comunicación son culpables de realizar un terrorismo informativo.

Sobre la manipulación consciente o inconsciente; justifico la inconsciencia: el estudio de la lengua comienza rompiendo el estigma de que el ser humano es un ser racional. Al contrario. Somos también seres emocionales, algo que, cómo no, se ve reflejado en el lenguaje. Cuando expresamos algo es muy complicado hacerlo de forma neutral, y digo complicado y no imposible porque en profesiones como la investigación o el periodismo informativo existen unas directrices para no torcerse en ese objetivo. Ambas son labores científicas. Sin embargo, en la comunicación siempre se busca ofrecer un discurso atractivo que capte la atención del receptor y, de paso, esté al gusto de quienes financian ese discurso, por razones obvias. Esto último no se enseña en las universidades… De ahí la manipulación consciente: tener que mantener viva una forma de pensamiento y unas afirmaciones y negaciones por ciertas razones. Económicas, por supuesto. Sociales, por presión. Empresariales, también. Por miedo. Por absoluta inflexibilidad, pues hay quien no desea conocer más.

Y se nos olvida que las palabras son poderosas: pues al igual que hacen daño, también pueden sanar. Pueden empezar algo grandioso, tanto desde la buena intención como de la mala. Todo acto comienza con un primer paso. Ese primer paso es la palabra, pensada y/o verbalizada.

En este sentido, hace pocos días ha salido a la venta el libro de Sergio Fernández Riquelme Pandemia posmoderna: Historia de la crisis del coronavirus en España, en el que has participado como prologuista. ¿Cuál es el lenguaje de la posmodernidad?

Sergio Fernández Riquelme no da puntada sin hilo y ha utilizado la palabra posmoderna en vez de actual o contemporánea para referirse al presente. Me tomo la libertad de recordar que el posmodernismo se define como una corriente en la que el lenguaje moldea nuestro pensamiento, argumentando así que no puede haber pensamiento sin lenguaje, creando de esta forma y literalmente, una realidad.

La modernidad es lo que va antes, y precisa diferenciarse de ésta, instituyendo las nuevas formas de comportamiento que lo caracterizan: el consumismo y el individualismo. Algo nada favorecedor para la fuerza de una comunidad. Además, se opone a la recta lógica. Creo que es peligroso ignorar la mezcla equivalente y complementaria de la razón y su oposición. Ciñéndonos estrictamente a la pregunta, el lenguaje de la posmodernidad en esta pandemia actual ha provocado que nos fijemos en el agravio de una enfermedad como un hecho que sólo puede arreglarse desde el aspecto material y aislado. Sí, arreglarse, ya que las peroratas orientadas al ciudadano le responsabilizan directamente del estado y evolución del problema. Las pautas a seguir son las mismas: alejarse de los demás, encerrarse, adquirir mascarillas, test, gel hidroalcohólico y otros objetos que, casualmente, no se utilizan en círculos sociales más acomodados. No con la misma severidad, al menos.

De modo que el lenguaje de la posmodernidad podría considerarse dictatorial, ya que no permite que se expongan datos contrarios. Discriminatorio, pues categoriza a los ciudadanos basándose en requisitos no democráticos. Originariamente raso, pues nos topamos con un reseteo inicial por la idea política, transhumanista, y belicoso, ya que se nos insiste en que estamos batallando día a día. Un arma que promueve la ingeniería social más intensa por las vías que ofrece el bombardeo de Internet y sus redes sociales.

Por supuesto el libro habla desde el lado histórico, siendo no sólo informativo sino crítico. Un gran incentivo para apoyarnos en lo que funcionaría como lo esclarecedor del asunto. La fiel exposición de la Historia per se.

¿Cómo nos afecta la manipulación del lenguaje en nuestro día a día? ¿De qué manera el lenguaje afecta a nuestra forma de ver la realidad y modula nuestra conducta?

Es muy sencillo: a grandes rasgos, el arte de comunicar se basa en transmitir algo que nos incline a decantarnos por un extremo u otro. Esto no tiene que ser malo, al revés, se puede informar de un hecho que, a su vez, nos ayude a realizar una toma de conciencia e incline a la sociedad o a un grupo de individuos a actuar de una determinada manera. A veces nos olvidamos de que el lenguaje es un arma, y que dependiendo de cómo se utilice, puede generar un bien común o ser parte del mayor engaño de la historia de la humanidad, con sus correspondientes consecuencias.

Respecto a lo que se dice, también es importante lo que no se verbaliza. Muchas veces sin formularlo siquiera, simplemente destacando en el discurso, precisamente, lo que no se exterioriza. Muy útil a la hora de burlar la censura que cada vez se intensifica más, tanto en las redes sociales como en los medios de información convencionales. No obstante, estas tácticas corresponden, en general, a acciones más avanzadas, las cuales podrían estar orientándose hacia los intereses de aquellos que financian a las entidades responsables de esto. Aun así, no quiero terminar amargamente esta respuesta. Me gustaría destacar la potente habilidad que tenemos todos de poder sortear esa censura hablando en clave y con nuevas palabras que recogen definiciones específicas. Esto genera un vínculo, al menos, entre quienes nos gusta defender firmemente la libertad de expresión y de prensa con la pertinente responsabilidad y respeto hacia el prójimo.

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El lenguaje puede pervertirse por muchas razones, aunque lamentablemente lo más habitual es descubrir que es la política la que está detrás. Vuelvo a repetir que el periodismo es el cuarto poder por lo que ello implica, aunque por supuesto la manipulación de una información tiene otros usos: estafas, abusos, ingeniería social.

Si nos fijamos en el día a día, podemos percatarnos de cómo el lenguaje cambia y algunas palabras se vuelven ambiguas, se usan préstamos lingüísticos, se empobrece o transforma, se vuelve redundante o sofisticado, en definitiva: altera sus características. Me remito a lo que he explicado anteriormente: no es ni bueno ni malo. Es un acto natural, propio de cualquier civilización. Siempre han existido palabras tabúes, malsonantes, elegantes, términos positivos, mantras, rezos, lemas. La manipulación del lenguaje va impregnándose en nuestro subconsciente, pero no es necesario un sistema complejo o ambicioso, en absoluto: va a través del goteo. De la persistencia. Gracias a palabras sueltas, expresiones concretas e incluso discretas, y por supuesto, estructuras que son impuestas a través de constantes repeticiones, adoptadas así mecánicamente. Quiero decir con esto que, para lograr la manipulación, lo mejor es cambiar el significado de una palabra, y no necesariamente añadir nuevas o inventar un pilar lingüístico, sino adaptarlo a las necesidades de quien ejerce tal manipulación.

De este modo, el comportamiento varía porque se nos sesga, se nos muestra un único punto de vista. El mejor esclavo es aquel que no sabe que es esclavo, y ser víctima de un engaño, sea o no propio de la manipulación lingüística, es complicado de ver y mucho más de aceptar. Parafraseando a Mark Twain, «es más fácil engañar a la gente, que convencerlos que han sido engañados», a través de la manifestación de datos se condiciona un paradigma de pensamiento que, a su vez, funciona como el detonante de un comportamiento que puede llegar a marcar un antes y un después en algo o en alguien. Como la tergiversación de la Historia, algo que solidifica las bases de una civilización, así como su identidad. La categorización de personas, la cual está implicada en aspectos ideológicos y arrastra un componente sociopolítico muy llamativo. El peso de nuestras libertades y derechos, de considerar cómo es un enemigo y cómo un aliado. Justamente en este proceso el lenguaje se vacía de contenidos intelectuales y se llena de conceptos emocionales, y donde entra en juego la censura y la corrección política, las cuales detectan al discrepante, tildado primero de rebelde, después, le reprenden públicamente acusándole de ignorante, para, más tarde, ridiculizarle, criminalizarle e incluso culparle de ciertas circunstancias. ¿Desde cuándo la comunicación, tanto a nivel profesional como coloquial, atiende a una lengua viperina?

Aunque aluden a su componente de red social, ¿debemos incluir a Facebook, Twitter o YouTuber dentro de los mass media?

Por supuesto, ya que a través de ellas hablan los mass media; son otra ramificación que mantiene la esencia original pero que se defiende en otro ámbito, el cibernético. Y no hace falta acusarlos de encubiertos. Un medio de comunicación, como bien indica su nombre, es una vía o instrumento cuya función principal es exponer, notificar, que no necesariamente informar. Si no, sí que podríamos estar hablando de medios de información encubiertos. Es muy importante este matiz, sobre todo ahora que tratamos aspectos muy similares entre sí; recordemos que un sinónimo, por ejemplo, no es siempre una palabra de significado equivalente a algo, sino similar. Así, no es lo mismo comunicar que informar.

Las redes sociales surgieron como una extensión de los pensamientos en masa, analizándose gracias al componente individualista. Poder hablar de algo desde Internet, un espacio orientado más a la explotación lúdica que a la profesional, se consideró propio de usuarios anónimos años atrás. Actualmente son una ampliación, sometidas a grandes corporaciones, empresas y herramientas informativas o desinformativas que no necesariamente tienen porqué catalogarse de vías periodísticas, sino de sujetos relevantes y públicos cuyas palabras tienen la repercusión suficiente para hacer atractivo un mensaje. En la creación de vídeo destacan los youtubers, los cuales han suscitado una competencia a la televisión, provocando rabia a los considerados comunicadores profesionales. En Instagram son influencers, en ocasiones muy reconocidos sin una previa agencia. Facebook es perfecto para nuestra condición curiosa, chismosa incluso, y en lo que respecta a Twitter, el reto consiste en aglutinar el mayor número de datos (independientemente de que sean verídicos o no) en el menor espacio posible. ¿Qué tienen que hacer estas redes sociales para llamar la atención, impactarnos y quedarse en nuestra memoria? Apelar a nuestras emociones. Buscar un elemento polémico o un punto en el que nos identifiquemos.

¿Son, entonces, las principales redes sociales medios de comunicación encubiertos?

Sí, son medios de comunicación abiertamente catalogados como tal, un salvavidas para muchos profesionales que buscan hacerse un hueco o seguir expandiendo su trabajo, un lugar desde el que expresar una anécdota o una experiencia, una vía didáctica para investigadores y otros académicos que comparten su labor y mantienen contacto con gente interesada en sus temáticas.

Volviendo a la vinculación entre comunicación e información, son muchos los medios convencionales que precisan de los servicios de un gestor de comunidades digital, o community manager, para administrar las declaraciones públicas realizadas por sus propios componentes o saber responder a los usuarios suscritos que se dirigen directamente a ello. Es muy delicada esta labor, pues todo depende de lo que se dice, cómo y por qué, y más en un espacio que nos permite ocultarnos a través de un pseudónimo. El problema de Internet es que también tienen peso los rumores, convirtiéndose en difamaciones, cayendo así en las conocidas fake news o en esos bulos capaces de defender algo que puede ser vital esclarecer. Que un medio sea catalogado de periodístico o informativo desde la condición de profesional, no significa que lo sea, pues en Internet tiene más valor el impacto y la cantidad, que la calidad y el rigor científico, y aquí ya me refiero a la ciencia que sería la investigación y la comunicación.  Lógico, pues, ¿qué provoca más reacciones entre los usuarios? ¿Por qué olvidamos tan a corto plazo tantas cosas? ¿Nos acordaremos, días después, de lo que se ha hablado en esta entrevista? Lo llamativo, lo crítico, lo extremo es lo que parte con cierta huella. Eso es lo que nos hace alzar la voz. Y ellos lo saben.

Nos encontramos ante un interminable tsunami de información sesgada, parcial, manipulada y controlada. ¿Puede el ciudadano protegerse ante las fake news que promueven sin ningún tipo de rubor los mass media?

Por supuesto que puede. Me gusta cómo se ha formulado esa pregunta, porque realmente acusa a los medios de información convencionales de ceder ante la publicación de unos determinados datos. Nada que objetar, desde luego, ya que los medios se sustentan de la financiación de otras empresas más grandes, extrayendo ingresos de, particularmente, la publicidad. Que haya corporaciones con intereses más ambiciosos ya es otra historia, pero no dista mucho del tema que estamos hablando ahora, remarcar que también hacen magnas inversiones, no todo son firmas y redes de marketing. No se muerde la mano que da de comer, además de que la discreción pública es lo mínimo que ha de respetarse para continuar salvando al medio. Insisto, de nuevo, en la mordaza digital, la censura mediática y la corrección política.

A veces en el periodismo surge el debate de especificar quién tiene un mayor cometido, si el mensajero o su receptor. Es evidente que ambos guardan su parte de responsabilidad; el primero por cómo expone una información, el segundo, por cómo la encaja y, a su vez, cómo se expresa a la hora de tratarla, tanto en público, pues ello provocaría una reacción en cadena, como en privado, ya que condiciona el comportamiento y nuestra forma de pensar, ya lo hemos comentado anteriormente.

Personalmente, considero que deberíamos reflexionar sobre la manipulación a la que todos nos vemos sometidos mediante el uso tergiversado del lenguaje. Cómo ha afectado a lo largo de la Historia, cómo se narran los hechos, si los medios de comunicación mantienen una línea neutral o si nosotros mismos tenemos cuidado cuando aseveramos un dato o dudamos de él. ¿Somos capaces de distinguir el periodismo de la propaganda? Tras responder a ello, ¿hemos aprendido nosotros mismos a hacerlo o el propio sistema nos proporciona las pautas necesarias?

Ofrecer una información sin datos que lo prueben, o afirmar o negar rotundamente ciertos hechos exigen de la responsabilidad que es el respeto por el público. ¿Qué acciones pueden darse al no especificar que algo sea cierto? ¿Cómo nos dirigimos hacia la ciudadanía, con respeto o como si fuesen niños a los que hay que dictaminar los pasos a seguir? Eso es muy importante, pues condiciona mucho a los espectadores, ¿somos conscientes de ello? Ya hay una relación de poder entre el comunicador y su opuesto, ni qué decir cuando se ejecuta una mesa de debate y no hay una igualdad de condiciones. No se puede garantizar que reconozcan la práctica de la ética periodística, otro punto que estaría brillando por su ausencia.

Hay pocos medios de comunicación neutrales, pero la opción de nutrirnos de distintas fuentes es únicamente nuestra. ¿Estamos dispuestos a prestar atención a aquellas que tratan una perspectiva diferente? ¿Juzgamos en extremo a un medio sólo por su línea editorial y automáticamente pensamos que es todo falso, o real? ¿Entendemos que las cosas no siempre tienen la explicación que más cómoda nos parece y que, a veces, quienes piensan diferente tienen razón? Existe una parte de la población que toma un papel pasivo, cómodo, pues se deja llevar por el trabajo hecho por terceros. Tomar la iniciativa supone hacerse responsable de las buenas y malas decisiones, particularmente de las malas. El conformismo es mucho más fácil. Es vital romper ese letargo y hacer un esfuerzo por comprender las palabras contrarias para cerciorarse bien de lo que uno cree o considera, pues esto da lugar a discusiones maduras que fortalece nuestro pensamiento crítico, nos saca de la zona segura y nos vuelve en parte, adultos. ¿Sabemos debatir? ¿Somos capaces de hablar desde la calma, sin insultar, sin rozar recursos emotivos?

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Nos encontramos así ante una situación absolutamente bidireccional: para que exista un déspota que oprima y abuse, debe haber alguien que no oponga resistencia. En nosotros mismos, el consumidor o investigador, está el remedio para dar voz o no a aquellos de dudosa moralidad. Al igual que el comunicador no es perfecto y también puede equivocarse desde la buena fe, el espectador no está exento de fallar. Y no tiene nada de malo, ya que ese espíritu crítico es lo que hace que una sociedad avance y progrese intentando corregir sus errores. No hay nada malo en cometerlos, pero sí en caer siempre en lo mismo. Debemos cuidar el legado que se deja a las nuevas generaciones y ofrecer una línea ejemplar para quienes toman el testigo.

Cuando hablo de aquel que no se rebela, me refiero simbólicamente, ya que el número determina la fuerza del discurso en estos casos, aunque eso no significa que una idea se pierda para siempre en el caso contrario. Pero sirve como ejemplo para reseñar a ese ciudadano más preocupado por lo material y sus intereses personales, su tranquilidad, sus frases que le posicionan en el papel de víctima como «todos son iguales», «no importa a quién votes, todos roban», y no de superviviente, y que funciona como un referente permitido para terceros. Ya se nos bombardea con elementos que inciden en alimentar las distracciones humanas, generando un círculo cerrado de hechos o frases que mermen, consuman emocionalmente o construyan una realidad basada en mentiras, y mantenida por una proyección de lo peor que sacan de nosotros mismos; pena, frustración, odio, dolor, consumismo. El ciudadano pasivo, aquel que cree que todo es ajeno a él, bien porque se ve incapaz de cambiar las cosas o porque se profesa mejor que el resto, es el sujeto perfecto al que pretenden transformarnos: seres egoístas, pretenciosos, débiles e ignorantes de lo que sucede a nuestro alrededor y el peso que eso acarrea.

Eres la coordinadora del best-seller Geoingeniería: Un infame pacto de silencio, un libro de autoría colectiva que analiza y pone al descubierto las prácticas de ingeniería climática. ¿Es el cambio climático un fenómeno natural, creado por el hombre o, simplemente, se trata de otro producto más de la manipulación del lenguaje?

Ni una cosa ni la otra. Respondiendo sin rodeos a la pregunta, hay otro claro ejemplo de manipulación lingüística. Para decirte esto, me baso en que hay que fijarse en lo primero que llega a la mente cuando nos mencionan el término cambio climático. Evidentemente la contaminación existe, al igual que el clima no se ha mantenido lineal a lo largo de los siglos. Uniendo una serie de factores nos topamos con una aplastante lógica: las actividades reprochables del hombre no se limitan a dejarse el grifo abierto unos minutos más de lo normal. Hay una evidente propaganda que manifiesta odio irracional hacia la vida, aquello que no puede detenerse, volcando la responsabilidad al ciudadano común y a su futura descendencia; basta con echar un vistazo al discurso de Greta Thunberg, abanderada del progreso y un mundo mejor, firme salvadora de los bancos y fustigadora de nuestra entidad exigiendo un incremento de impuestos al consumidor ordinario. No olvidemos que se está potenciando al cambio climático con perspectiva de género, pues argumenta que el mayor responsable de que todos vayamos a la autodestrucción es únicamente del hombre perteneciente a países desarrollados.

Podemos preguntarnos: ¿qué nos garantiza a nosotros que el cambio climático en sí no es otra cosa que el resultado de las prácticas por parte de esa ingeniería climática? La pescadilla que se muerde la cola en infinitos debates tintados de exageraciones o negacionismo, según la perspectiva. Resulta complicado detectar quién tiene la culpa de qué. Ya en los años 40 del siglo pasado se expuso que España era víctima de la sobresiembra, también conocida como overseeding, debido a que era atacada con técnicas más rudimentarias de división de lluvia. Esa conocida sequía que habría afectado al país no era entonces propia del cambio climático, sino de la manipulación climática. Algo que se sigue vendiendo hoy en día como consecuencia de un calentamiento global propiciado por el ciudadano de a pie. Esto es un mero detalle de las puntualizaciones que destacarían en este entramado de compraventa de nuestro bienestar. No sólo hay manipulación climática: también informativa, la cual nos conduce a pensar, ¿cuáles son los beneficios de estas declaraciones?

Sin ir más lejos, los protocolos oficiales que acompañan esa lucha contra el cambio climático, no sólo no se cumplirían severamente, sino que los países más contaminantes no habrían firmado, por ejemplo, el protocolo de Kyoto. Si nos fijamos, estamos frente a la solución resultante de un problema gestado por las grandes corporaciones. Dicho cambio climático que ha pasado a llamarse calentamiento global no sólo ha dejado en el olvido el agujero de la capa de ozono sino que lleva advirtiendo desde hace décadas una serie de consecuencias que nunca llegan, como que las ciudades estarían inundadas llegándonos el agua por las rodillas. Por mencionar un ejemplo, con el CO2 ocurre algo similar; las nuevas normas ISO ya han tomado el relevo. Son las empresas las que estarían participando en todo esto y, el borrador que recoge esas normas, será el que cambie el patrón del ahora protocolo de Kyoto.

¿Habrá una guerra por el agua?

La batalla por el agua ya está aquí. La siembra de nubes, así como su destrucción, pone ese elemento natural como un bien preciado. ¿Cuánto podemos aguantar sin ella? Hay países ya enfrentados por el agua, elemento que provocaría sangrientas guerras según muchos filósofos. ¿Quién es capaz de beber agua llena de elementos cancerígenos? Quizá cuando la necesidad apriete. Después están las soluciones de la industria farmacéutica. ¿Podremos permitirnos todo eso de aquí a unos años? Es importante destacar, al margen, un factor clave en este tema, que es el impedimento del crecimiento de empresas más humildes, con ese impuesto al CO2 se empuja a que éstas no puedan prescindir de grandes créditos de gigantes, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo. Pero, se silencia la presencia de agentes contaminantes como el NOX, al igual que ocurre con otros elementos igual de peligrosos.

Hay un gran cúmulo de contradicciones sobre esa lucha contra la contaminación que ya acentuamos en el mencionado libro. Por ejemplo, y ya que lo hemos citado hace unos minutos, que se diga que por el CO2 es necesario utilizar árboles modificados genéticamente, es decir, árboles sintéticos, pero que por otro lado no haya programas que ayuden a reforestar cada vez que se produce un gran incendio en extensas zonas. En lo que respecta a la forestación oceánica, sobre la geoingeniería en su fase marina y las microalgas, lo que realmente se hace, según han denunciado muchos científicos, es sembrar hierro. Y esto produce una acidificación de los océanos: nada bueno para el ecosistema acuático.

Que las leyes en pro a la modificación climática continúen vigentes en España es porque siguen utilizándose o así será cuando llegue el momento propicio. Si unos agricultores tienen la capacidad de disipar manualmente las nubes para evitar que llueva, ¿qué podrá hacer una organización como la OTAN, señalada por expertos en geoingeniería como una de las principales causantes? A donde quiero ir a parar, cerrando así mi respuesta, es que el cambio climático tiene otra cara. La Agenda 2030 se enfoca con una propaganda perfecta, imponiéndonos en un estado supuestamente democrático el camino de una ideología que condena el desarrollo y el amor por la vida. Visibilizan las bondades de las farmacéuticas, creando diagnósticos que recalcan la contaminación como responsable de dolencias que serían más bien el resultado de una mala alimentación, el sedentarismo, adicciones (como puede ser a Internet), falta de descanso, pereza inculcada y estrés o ansiedad por las circunstancias venideras.

Remarcan, también, el cambio alimenticio al que se nos presiona a someternos, acusando a quien no se transforme en vegano. En el libro Geoingeniería: un infame pacto de silencio no sólo se denunciaría la cara B del cambio climático, sino que se ofrece una serie de documentos y declaraciones silenciadas por esas corporaciones «verdes»y entidades similares, además de un informe conocido como «destructor de Fiscalías», pues han sido muchos los activistas que se han pronunciado, jurídicamente también, para especificar hasta qué punto la mano del hombre pecaría de ambiciosa por mancillar la Madre Naturaleza, y nuestra propia salud. Produce escalofríos informarse de la firme relación que hay entre estos factores que acabo de mencionar y otros tantos, cuyo trato correspondería a expertos más avanzados.

Varios autores: Geoingeniería: Un infame pacto de silencio. Ultima Libris (Septiembre de 2021)




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