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El Cardenal Louis Billot y el error del liberalismo


Carlos X. Blanco | 05/07/2021

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El Cardenal Louis Billot (1846-1931) fue un destacado teólogo tomista, intransigente con el liberalismo que ya en sus días había infectado a toda la Iglesia. Hubo de renunciar a su posición de príncipe de la Iglesia y retirarse silencioso como simple religioso, pues previamente adoptó públicamente posturas tradicionalistas y monárquicas, cercanas a las de Charles Maurras, y esto molestaba a la cúpula vaticana, muy dada a claudicar entonces ante la República francesa, laica y hasta anticlerical, heredera de la Revolución.

La Asociación Editorial Tradicionalista ha tenido el acierto de publicar la versión en lengua española del texto El error del liberalismo, una pequeña y contundente condena de esta ideología que, más allá de matices (liberalismo «moderado», «radical», e incluso liberalismo «católico») no es otra cosa que el fruto envenenado de la Revolución. Revolución, dígase así con mayúscula y en singular, pues ya se trate de la revolución protestante, como de la francesa, y todas sus hijuelas obreras, nacionalistas, hasta llegar a la rusa o a la china, o la española, todas sin excepción, son hijas y derivaciones de la Revolución.

El libro forma parte de las Selecciones de Tradición Viva, llamado a formar parte de la Biblioteca Tradicionalista, que dirige don Carlos María Pérez-Roldán y Suanzes-Carpegna, quien es también el autor del prólogo. Es una obra editorial patrocinada por el Centro de Estudios Históricos y Políticos General Zumalacárregui.

En esta obra, los términos “Revolución” y “Liberalismo” aparecen esencialmente vinculados. La Revuelta es una Revuelta contra Dios, y como tal, merece por parte del católico una condena sin paliativos, una execración taxativa.

Cuando Eva mordió la manzana del pecado ya tuvo inicio esa Revuelta contra Dios, pero en un momento ulterior, cuando Europa fue cabeza y gloria de la Cristiandad, más aún, fue sinónimo de la Cristiandad misma, Lutero junto con Calvino, Enrique VIII y todos los demás heresiarcas, todos ellos dieron al traste con aquella esplendorosa Civilización causando desunión entre el rebaño. El rebaño de los fieles se dejó guiar por lobos, y asesinaron a sus legítimos pastores. El individualismo protestante abrió las compuertas al capitalismo feroz, y el fuerte sentido comunitario y de justicia social que hay en la Iglesia, bajo los preceptos sacros de la Caridad, se vino al traste.

Muchos son los filósofos, teólogos, historiadores y economistas que han subrayado ese vínculo malvado entre individualismo «cristiano» (anti-católico) y el egoísmo atroz del capitalismo. Hubo de mutar la religión verdadera en una versión falseada, herética, para que una organización política, económica y social llamada «liberal» se abriera paso, franqueando en realidad el paso al mayor de los totalitarismos. Pues a partir del momento en que la mutación espiritual del europeo aconteció, sobre todo en los territorios del norte y del centro del continente, la más feroz de las esclavitudes, que la Iglesia y la Monarquía Hispánica (su brazo armado) no fueron capaces de detener, se extendieran por el mundo.

No fue el socialismo quien puso freno y dique al egoísmo lupino («el hombre es un lobo para el hombre», lema hobbesiano pero en realidad lema del protestante plutócrata), pues el socialismo es hermano de sangre del liberalismo, hijo de la misma madre emputecida que fue la Revolución. Fue la Monarquía Hispánica el katehon, el combatiente resistente y el baluarte de la Civilización ante la ley de la selva de los capitalistas.

El Cardenal Billot supo ver la pérfida y engañosa presencia de la raíz de la palabra «liberal» en el término «liberalismo». ¿Liberar al hombre? Se suponía que en nombre de una mayor libertad del hombre, otro gallo cantaría en la aurora de un mundo nuevo. En realidad, la esclavitud asalariada, en el contexto de un Estado al servicio del “mercado” sacrosanto, de un Estado de plutócratas que se arroga el papel de Dios y de la Iglesia, que pretexta deslindar terrenos entre lo civil y lo espiritual, cuando no dirigir directamente la vida espiritual de los súbditos, esa esclavitud, decimos, no tendrá fin ni frenos.

Valga una muestra de las tesis de Billot: «… no es la libertad con la cual el operario pueda trabajar, adquirir o lucrar como quiere, sino sólo como puede, ni tampoco según la ley humana y justa de la organización del trabajo, sino según la ley mecánica y fatal de la competencia desenfrenada y aplastante; no habrá igualdad entre quien da trabajo y quien se ve forzado a aceptar las condiciones y el salario del trabajo, porque el empleador puede elegir entre muchos de aquéllos que, compulsados por una cruel necesidad, se ven empujados a consentir un salario cada vez más insuficiente; esta libertad, pues, por parte del obrero termina al poco tempo en la libertad de morirse de hambre, es una libertad negativa, abstracta, más aún, suprimida; de esa libertad nace la inhumana lucha por la vida y aquella ingente plaga del mundo moderno: el proletariado, es decir, una clase numerosa desprovista absolutamente de toda propiedad estable y reducida a la condición de una misérrima pobreza hereditaria» (pps. 44-45).

Tras la derrota de la Monarquía Hispánica, la Doctrina Social de la Iglesia o el Distributismo trataron de plantar batalla al liberalismo, negando la supuesta bipolaridad liberalismo versus socialismo. Ambos polos son errores que descienden de la misma aberración, la Revolución. Luchar por la justicia social, dignificar el papel del trabajo (tanto el dirigente como el dirigido), la propiedad privada (cuanto más distribuida y desconcentrada, mejor), la cultura productiva, los cuerpos intermedios no estatales, vencer a la avaricia y al egoísmo anti-social, esas son metas de todo cristiano. El cristiano católico sabe que la sociedad no consta de átomos. En el límite, el liberalismo (hoy le llamamos «globalismo») disuelve todo cuerpo social que no sea el Estado mismo (familias, gremios, comunidades locales), y más aún, en el contexto de una «gobernanza global» como la que hoy, siniestramente, se va implantando, el Estado mismo. Hace varias décadas ya escribía Billot que el liberalismo, en coherencia con sus propios principios, debía «avanzar hacia la disolución de toda sociedad distinta del Estado, no deteniéndose nunca en su nefanda obra de destrucción o pulverización, hasta reinar sobre mónadas perfectamente desconexas, y meramente aglomeradas, al modo como se aglomeran los granos de trigo en una parva» (pps- 39-40).

Bienvenida una Biblioteca para la Contrarrevolución. Las líneas del Cardenal Billot son de gran actualidad. Hace falta un juicio sumarísimo al Liberalismo: como crimen, como pecado, como aberración. Más muertos y más sufrimientos que el nazismo y el bolchevismo juntos, ese es el balance del liberalismo. Tras usar del Estado contra la Iglesia, el Estado despótico entroniza un «libre beneficio» que supone esclavitud y barbarie universales. Pongamos a la Economía de rodillas ante la Autoridad, y a la autoridad civil bajo la tutela de la espiritual. Resistamos ante un mundo cárcel y ante el saqueo generalizado de unas élites que se quieren «libres» para engordar y detentar con carácter absoluto un poder ilegítimo.

Cardenal Louis Billot: El error del liberalismo. Tradición Viva (Abril de 2021)