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Fin del motor térmico en 2035: entre elección social y ruptura social


Nicolas Gauthier | 13/06/2022

Con el texto votado, el pasado 8 de junio, por el Parlamento Europeo destinado a prohibir la fabricación de coches con motor térmico en 2035, los historiadores de los siglos venideros tendrán mucho que reflexionar sobre el desprecio institucional del coche y de aquellos que conducen.

No hace mucho tiempo, el automóvil era sinónimo de ocio y, sobre todo, de placer. Las carreteras se hicieron para andar rápido, las nacionales cortadas para el deleite del paseo. Mejor, los autos eran hermosos; incluso las de los pobres: ¿qué podría tener mejor carrocería que un 2 CV (Citroën) o un 4 CV (Renault)? Nada, sino el igualmente francés Facel Vega, la limusina de las estrellas, desde Ava Gardner hasta el príncipe Rainiero III, pasando por Ringo Starr.

Pero desde que las autoridades europeas se encontraron bajo el yugo de los países nórdicos, protestantes y puritanos, disfrutar conduciendo se ha convertido en un pecado capital. De ahí los límites de velocidad, la obligación de usar el cinturón de seguridad y la extorsión a los conductores, que se ha convertido casi en una industria nacional. Parece salvar vidas. Muy bueno.

Pero aquí, no se trata solo de salvar vidas, sino de hacer lo mismo por el planeta, aunque las emisiones de CO2 de nuestras perforadoras sean solo del 12%. ¿El 88% restante? Transporte aéreo, los superpetroleros que traen aquí mercancías hechas por esclavos asiáticos para revenderlas a los europeos desempleados. Por no hablar de otras industrias igualmente contaminantes, estas centrales eléctricas de gas y carbón supuestamente producirán la energía necesaria para los futuros vehículos eléctricos.

En cuanto a las soluciones alternativas, desde el motor híbrido (gasolina y electricidad) hasta el que funciona con hidrógeno, hay poca o ninguna duda. Por otro lado, un codicilo debería poder permitir a los alemanes ya los italianos producir sedanes de alta gama, equipados con estos mismos motores térmicos. Por lo tanto, se tolerará a los ricos lo que se prohibirá a los pobres, no teniendo el vulgum pecus necesariamente los medios para conducir un Ferrari o un Maybach. ¡Viva lo social!

Además, en términos de daño social, la factura promete ser elevada, según la revista Auto Plus (22 de abril de 2021): «El fin de la energía térmica podría amenazar 100.000 puestos de trabajo para 2035», entre productores, subcontratistas y fabricantes de equipos. Para el Estado, el dolor no sería menor, al leer Les Échos (21 de marzo de 2019), con «500.000 millones de euros» previstos en los próximos veinte años.

Explicaciones: «Este costo total incluye tres factores. Por un lado, la suma de los regímenes de ayudas para la compra de vehículos con baja huella de carbono (unos diez mil millones al año). El informe prevé, en particular, una ampliación para 2030 del superbonus para la compra de vehículos eléctricos de 6.000 euros, para pasar a 3.000 euros a partir de esta fecha. También serán necesarios altos costos de infraestructura para expandir la red de estaciones de carga públicas. Actualmente, Francia tiene 25.000. La implantación de una red totalmente distribuida y bien adaptada a la escala del territorio debería costar entre 30.700 y 108.000 millones de euros en veinte años».

Pero más allá de estos cálculos eruditos, más que una simple elección energética, es sobre todo una elección social, entre la de la coacción y la del castigo (si hiciéramos caso a los ecologistas, todo se tornaría colectivo) y la de esta libre elección que consiste en ser dueño de la propia vida, disfrutándola de la forma más placentera posible, sin que el Estado se inmiscuya en nuestra esfera privada, llegando a prohibirnos esta patada en el culo sin otro fin que el de recordar a nuestros hijos que los padres siguen siendo maestros en su propia casa, por citar sólo este ejemplo.

A esta elección se añade otra que consiste en seguir favoreciendo a los franceses urbanos que no necesitan fundamentalmente un coche, ayudando al transporte público, y estigmatizando a los de la periferia para los que el coche, además del placer de conducir, sigue siendo una necesidad vital.

Fuente: Boulevard Voltaire