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Guía rápida para entender el islam: sunismo, chiismo, jariyismo y salafismo


G.L. | 03/11/2020

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En el año 570 y según la tradición musulmana, un bebé, que recibió el nombre de Mahoma, nació en a las afueras de la ciudad de La Meca. Nadie se imaginó que la criatura fundaría, tres décadas después, una de las principales religiones que existen en el mundo. A corta edad, Mahoma quedó huérfano y fue acogido por su adinerado tío Abu Talib que le educó con esmero. Gracias a sus estudios y a la ayuda económica de su tutor, Mahoma se convirtió en un próspero comerciante, cuya fortuna aumentó considerablemente tras desposarse con una viuda rica.

Aunque todo apuntaba a que Mahoma dedicaría su vida a los negocios, en torno al año 610 tuvo lugar un suceso que cambió para siempre su vida y el devenir de la historia. Durante una de sus meditaciones en una cueva cercana a La Meca, Mahoma recibió una revelación divina y comenzó a difundir el mensaje recibido. Tal y como predicó a sus seguidores, su misión no era la de crear una nueva fe sino la de recuperar la antigua y pura tradición que, según él, cristianos y judíos habían degradado. Mahoma cosechó un gran número de simpatías pero también de enemistades.

En el año 622, Mahoma y sus seguidores se vieron obligados a huir de La Meca a la ciudad de Medina (conocida como Yatrib en aquel momento), suceso que recibió el nombre de la Hégira. En Medina, Mahoma se convirtió en el principal líder religioso y político de la urbe, dando así comienzo a un rápido proceso de expansión por toda la península arábiga.

Diez años después de la Hégira, el 8 de junio de 632, Mahoma fallecía en Medina a la edad de 62 años. La tradición islámica dice que la muerte del profeta fue producida por la ingestión de un alimento envenenado que, supuestamente, había sido preparado por una mujer de la ciudad judía de Khaibar. Debido a que Mahoma falleció sin descendencia masculina y a que no había dictado testamento alguno respecto a su sucesión, se desató un fuerte debate entre sus seguidores sobre quién debía ser su sucesor.

Los mahometanos se dividieron en dos bandos. Unos consideraban que la sucesión le correspondía a Alí, el esposo de Fátima, hija de Mahoma, en base al derecho de sangre. Otros, por el contrario, apoyaron a Abu Bakr, el padre de la última esposa de Mahoma, Aysha, y que representaba al grupo más pudiente y poderoso. La disputa entre Alí y Abu Bakr fue la chispa que encendió el enfrentamiento en el seno de islam y que, a día de hoy, sigue vigente.

Como era de esperar, la guerra entre ambas facciones estalló. Los seguidores de Alí, que recibieron el nombre de chiíes, fueron masacarados por los de Abu Bakr, llamados suníes, en la batalla de Kerbala sucedida en el mes de octubre de 680. Junto a sus fieles, el heredero de Alí, Husayn, fue asesinado por los soldados de Abu Bakr. Debido a que el chiismo había perdido a su líder, tuvo que refundarse bajo una forma de gnosticismo por el que se aseguraba que no todos los descendientes de Alí habían muerto. Según los chiíes, uno de ellos había logrado ocultarse, pasando a ser denominado como Mahdi (El guía). Para este grupo, el Mahdi volverá al mundo como redentor. Al carecer de líder, los chiíes optaron por un gobierno colegiado formado por ayatolás.

No obstante, los seguidores de Alí distaban mucho de ser un grupo homogéneo. Prueba de ello es que no acudieron unidos a la batalla de Kerbala ya que, en torno al año 657, sufrieron la escisión de los llamados jariyíes. Esta corriente consideraba que el califa no debía ser elegido por línea sucesoria sanguínea sino de una manera electiva entre aquellos miembros de la comunidad más dignos y piadosos.

Aunque los jariyíes fueron un grupo minoritario que terminó diluyéndose entre el sunismo y el chiismo, las tesis sostenidas por esta escisión se han recuperado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Grupos como Al Qaeda o el ISIS, reclaman que el califa debe ser elegido por su piedad y dignidad y no por ser descendiente de Alí o del propio Mahoma, principal elemento de legitimidad esgrimido por las monarquías árabes actuales.

El auge del ISIS dentro del mundo islámico ha supuesto el retorno de una nueva corriente jariyista y, así, cualquiera que considere cumplir los requisitos puede reivindicar su derecho a ejercer de califa. Esto ha provocado una nueva fuente de conflictos dentro del islam, sumado al tradicional enfrentamiento entre chiíes y suníes.

Además de los tres grupos citados, existe un cuarto grupo en importancia que es el salafismo. Esta corriente intelectual nace tras el fin del imperio turco y la destitución del califa por Kemal Atatürk y sus seguidores en 1922. Hassan al-Bana, fundador de los Hermanos Musulmanes, y Sayid Qotb dieron forma a una nueva corriente integrista dentro del islam que recibió la denominación genérica de salafismo.

Las tesis principales sostenidas por los salafistas se basan en que una mayoría de musulmanes ha apostado y se encuentra en un estado de impiedad. Esta situación se ha producido porque las ideas originales del islam no se han aplicado correctamente por lo que es necesario volver a la sharia y eliminar los conceptos modernos. Además, los salafistas son enemigos de todo tipo de nacionalismo ya que lo importante para un musulmán es el islam y no su país (Dar al Islam) y tildan de herejía a cualquier forma de democracia ya que su única fuente legal es el Corán. Por último, el salafismo se declara superador de la división entre suníes, chiíes y jariyies y considera que es necesaria la creación de califato único para todo el islam cuyo fin sería la dominación mundial.