¿Se avecina una Tercera Guerra Mundial?

       

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Otro conflicto congelado: lee aquí un extracto del libro La guerra de Ucrania


Sergio Fernández Riquelme | 09/08/2022

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Los Acuerdos de Minsk nunca fueron la solución. La comunidad internacional presionó para llegar a un tipo de acuerdo, por lo menos de mínimos. Pero prorrusos y ucranianos querían, simplemente, ganar tiempo: los primeros para consolidar y rusificar sus dominios, y los segundos para prepararse para la reconquista de la mano de Occidente. Y, por ello, nadie realmente los cumplió.

Durante ocho años se consolidaba una auténtica guerra de trincheras. Nacía otro «conflicto congelado» en una región postsoviética, con escasos avances posicionales y muchos fallecidos entre militares y civiles. Petro Poroshenko veía como la contraofensiva ucraniana se veía frenada en seco tras el desastre de Ilovask y la caída de Novoazovsk, mientras que Vladímir Putin contemplaba como la revuelta prorrusa no prendía más allá de la región del Donbás. Ciertas tablas que obligaron a la firma del esperanzador «protocolo de Minsk»; aunque fue siempre papel mojado por quién lo consiguió impulsar (Rusia y sus aliados prorrusos) y quién se vio obligado a aceptarlo (Ucrania y socios occidentales).

El protocolo fue sellado en la capital de Bielorrusia, el 5 de septiembre de 2014, por los representantes ucranianos, la Federación Rusa, la República Popular de Donetsk (RPD) y la República Popular de Lugansk (RPL). Un polémico acuerdo adoptado bajo el paraguas de la OSCE y la mediación del «Grupo de Contacto Trilateral») creado por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania (o «formato de Normandía»), en torno a un acuerdo de mínimos: doce principios para detener los combates y entablar algún tipo de negociación de futuro. Pero de esos puntos había dos de imposible cumplimiento, como la segunda fase de esta guerra demostraría más tarde: a) «descentralización del poder, con la aprobación de una ley ucraniana sobre arreglos provisionales de gobernación local en algunas zonas de los Óblasts de Donetsk y Lugansk, con una ley sobre el estatuto especial»; y b) «monitorización permanente de la frontera ruso–ucraniana y su verificación por la OSCE, a través de la creación de zonas de seguridad en las regiones fronterizas entre Ucrania y la Federación Rusa».

El fracaso evidente de este Acuerdo obligó a una extensión del mismo. Se firmaban los segundos Acuerdos de Minsk (o «Minsk II») el 12 de febrero de 2015. Bajo la presión de Alemania y Francia, se celebró otra conferencia supervisada de nuevo por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), buscando recuperar el alto el fuego, retirar las armas pesadas del frente de combate, liberar a los prisioneros de guerra, y especialmente, impulsar una reforma constitucional en Ucrania para reconocer la singularidad de las regiones prorrusas y garantizar la unidad territorial del país.

Casi nada de esto se cumplió, y durante los años siguientes se perpetuó el conflicto. Ambas partes se denunciaban, mutuamente, de incumplir los acuerdos, de romper el alto el fuego y de atacar las posiciones contrarias. La última gran batalla de esta primera época se dio en la región de Avdéyevka, en febrero de 2017: las tropas prorrusas intentaron romper otra vez el frente de Donetsk, y los ucranianos asegurar el control de la zona industrial de la citada Avdéyevka. Se sucedieron violentos combates durante semanas, pero que no alteraron, sustancialmente, las líneas de contacto.

Ucrania no desistía de recuperar sus territorios. Por ello, el 18 de enero de 2018 la Rada Suprema aprobó un proyecto de ley para recordar su intención de volver a tener control de las áreas controladas por los separatistas: se otorgaba al presidente Poroshenko «el derecho a usar la fuerza militar dentro del país, sin el consentimiento del parlamento ucraniano» en los «territorios temporalmente ocupados» en el Donbás, y Rusia fue etiquetada formalmente como «agresora». Norma que, para el gobierno ruso, suponía la violación de los pactos de Minsk y el inicio de los «preparativos para una nueva guerra».

El Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania logró varios altos el fuego ante los constantes ataques mutuos desde 2018: el 5 de marzo de ese año, el 26 de marzo (tras finalizar oficialmente la «Operación antiterrorista», y ser reemplazada por la «Operación de fuerzas conjuntas»), el 28 de junio, el 29 de agosto (finalizado tras el atentado mortal contra el líder de la RPD Aleksander Zajárchenko), el 7 de marzo de 2019, y más de una decena hasta 2021. Entre medias se aprobó otro pacto, de resultado finalmente infructuoso, conocido como «fórmula Steinmeier» (por su proponente, el presidente alemán), desde las negociaciones del «Grupo de Normandía», y con tres pretensiones: desmilitarización de la «zona gris» del frente, convocatoria de elecciones libres en la RPD y en la RPL, y reintegración de las anteriores en Ucrania bajo un «estatuto especial».

Más de 14.000 muertos dejó esta primera fase del conflicto en la región del Donbás o cuenca del Donetsk. Y las opiniones en ambas partes de esta primera fase, parecían cada vez más distantes. Una encuesta conjunta realizada por Levada (Rusia) y el Instituto Internacional de Sociología de Kiev (Ucrania), recogió que el 70% los encuestados de las regiones separatistas controladas por la DPR y la LPR querían unirse a Rusia; mientras, en el mismo estudio, los consultados en la zona del Donbás aún bajo dominio ucraniano deseaban, en su inmensa mayoría, que las regiones separatistas volvieran a Ucrania. Militar y socialmente, la guerra quedaba «congelada» durante años, a la espera de la anunciada reacción ucraniana o de la posible ofensiva rusa.

Sergio Fernández Riquelme: La guerra de Ucrania: La guerra de Ucrania: De la Revolución del Maidán a la Operación Especial. Letras Inquietas (Agosto de 2022)

Nota: Este artículo es un extracto del citado libro