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Tiempo de incertidumbre: Francisco Franco y los Estados Unidos


Carlos X. Blanco | 26/01/2021

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

No hay Imperium si no hay arcana. La vistosa ocupación uniformada de territorios bajo férula norteamericana es tan solo uno de los aspectos del poder. La vieja Europa quedó ocupada en 1945 por yanquis y bolcheviques. Entre ellos se repartieron un continente que había civilizado al mundo, aunque también lo había esquilmado y colonizado.

Ahora, un poder que sólo remotamente podía alegar sus orígenes europeos, el poder imperial de los yanquis, exhibía su músculo militar y comercial como campeón sobre los «totalitarismos», y sus botas desfilaron sobre la faz de todo el viejo continente. Las potencias del Eje, en donde se quiso incluir a una maltrecha y neutral España, habían sido derrotadas en el 45, y aún quedaba «el comunismo» como régimen totalitario al que poner coto, para salvar así las «libertades de occidente».

Este concepto, occidente, y no tanto Europa, fue difundido ampliamente desde 1945 y su éxito obedeció al impulso ideológico de la potencia vencedora: la maza y el motor venían del nuevo mundo, la nueva Jerusalén de la democracia liberal, el libre mercado, los derechos humanos y la opulencia consumista. Todo esto era «occidente». El anti-polo, oriente, representaría el «despotismo» propio de los asiáticos. China y Rusia, aunque vencedores sobre el Eje, a su vez, eran potencias totalitarias también. Representaban el peligro comunista cuya sombra roja se extendía hasta los confines mismos de occidente: España y Portugal.

La inclusión difícil de España en ese «occidente» se agravó con la existencia del régimen del General Franco. A la ya vieja leyenda negra anti-española, en el mundo aliado se sumó la repulsa anti-franquista de ese mundo «liberal», de ese «occidente» que, en realidad, eran los Estados Unidos y los jirones de una Europa que debía resucitar con limosnas, con un Plan Marshall. La repulsa occidental anti-franquista no podía dejar de ser de lo más hipócrita. La evidente «ayuda» (en la guerra, las ayudas siempre hay que pagarlas con moneda y recursos materiales a tocateja) de Hitler y Mussolini al bando nacional no debe tapar el no menos evidente «apoyo» de los regímenes occidentales (Inglaterra, Francia y los propios Estados Unidos) a un alzamiento militar español que prometía parar los pies a la locura radical de los anarquistas y de los marxistas-leninistas del PSOE.

Como han señalado autores prestigiosos, por ejemplo Stanley G. Payne, la mayoría de aquellos militares alzados –Franco incluido- no se habían caracterizado por una ideología fascista o ultraconservadora radical, no faltando entre ellos los militares profesionales más bien republicanos, masones y de otras tendencias que, no obstante, formaron un grupo humano mucho más cohesionado en torno a los golpistas y en torno a Franco que el de sus enemigos del bando izquierdista.

Hubo un breve periodo en que, acabada la guerra (1939) el régimen franquista ostentó un mayor aparato ideológico y ceremonial fascistizante (hasta 1942-43), el cual se debió más al oportunismo y pragmatismo del propio Caudillo que a la convicción. Franco utilizó tal aparato a cuenta de las victorias bélicas del Eje y manipuló a los excombatientes falangistas sin concederles nunca un poder real.

El acercamiento pragmático a los aliados y la desfascistización del régimen surgido de la guerra en 1939 estaban más que cantados: la propia financiación y apoyo diplomático discreto de los angloamericanos y franceses, ya se remontaban a 1936. A Franco le bastaba con el sentido común, con no ver mucho futuro en las operaciones locas –desde el punto de vista de la ciencia militar y la geoestratégica- de Adolfo Hitler, y seguir atento el curso de los acontecimientos bélicos de la contienda, para preparar un ornato nuevo, cada vez menos fascistizante, al régimen personalista que él mismo se estaba dando. No un totalitarismo al modo nacionalsocialista o fascista, tampoco un estatalismo colectivista al modo bolchevique, pero tampoco un régimen liberal con pluralidad de partidos y sometimiento incondicional al imperio de las barras y las estrellas.

Los norteamericanos eran muy conscientes de todo esto. Franco no fue sumiso a las potencias del Eje, pese a los vínculos creados en la Guerra Civil española y en la Segunda Guerra Mundial. El Generalísimo era visto por los norteamericanos con exactitud, si hacemos caso al documento que Letras Inquietas traduce y presenta aquí, como un militar autoritario pero no como un dictador ideologizado. Este militar autoritario había prevenido a España del terror rojo, y esa era la fuente principal de sus apoyos sociales y alianzas tanto dentro como fuera del país.

Agencia Central de Inteligencia y Carlos X. Blanco: Tiempo de incertidumbre: El final del franquismo y la transición según la CIA estadounidense. Letras Inquietas (Noviembre de 2020)

Nota: Este artículo es un extracto del citado libro.