Hace escasas fechas, durante la presentación de un libro celebrada en Pamplona, una buena conocedora de la realidad política y social navarra me dejó caer que, bajo su punto de vista, el futuro a medio plazo de la Comunidad Foral seguiría los pasos de Ucrania, país desangrado por una guerra civil cuyo final no se atisba en el horizonte más próximo. Su argumento se me antojó irrebatible: a diferencia del País Vasco, donde las tropas abertzales han alcanzado sus últimos objetivos político-terroristas y lo español, en un sentido amplio, es ya algo testimonial, Navarra es ahora el principal campo de batalla del separatismo hispanófobo.
El Viejo Reyno se encuentra partido en tres secciones, prácticamente exactas. Al norte, el secesionismo, convenientemente engrasado y jaleado desde Vitoria, roza lo hegemónico y campa, salvo honrosas excepciones, a sus anchas desde el Roncesvalles mítico de Roldán hasta la Alsasua apaleadora de Bel Pozueta. Al sur, el separatismo no ha logrado suscitar apoyos significativos entre una población que se mantiene, en cierta forma y por el momento, fiel a la Navarra foral y nacional. En las tierras medias, zona de transición por excelencia entre la Ribera y los Pirineos con Pamplona como epicentro, los separatistas han abierto un innegable hueco en lo político, cultural y social que, si no se impide, continuará ensanchándose.
Dicho esto, y si se me permite parafrasear a Lenin, ¿qué hacer ante este tsunami que amenaza con anegar lo que aún queda de la Navarra histórica y tradicional? La respuesta no es tan sencilla como parece. Habrá quien aluda a combatir el proyecto de Lebensraum panvasquista desde, como alertaba con pesar Miguel de Unamuno, lo testicular. Sin embargo, hay que dar por sentado que la acción por la acción no sirve de nada. Máxime cuando lo que se debe combatir no es una mera concatenación de sucesos fortuitos sino un plan perfectamente diseñado, detallado, implementado y desarrollado hace décadas.
En otras palabras, el combate de los navarros contra la invasión separatista debe comenzar, ha de comenzar desde lo cultural. Y si hay una persona en Navarra que ha hecho de ello una bandera es, sin duda, Fernando José Vaquero Oroquieta, incansable agitador de mil y una iniciativas a lo largo y ancho de la Comunidad Foral. Y es que, en honor a la verdad, su libro De Navarra a Nafarroa: La otra conquista es una pequeña muestra de ello pero que condensa, a lo largo de sus páginas, toda una trayectoria de reflexión y actividad metapolítica inasequible al desaliento
Solo lo diré una vez: De Navarra a Nafarroa: La otra conquista es una obra fundamental e imprescindible para conocer y comprender cómo el secesionismo, amparado y aliado por una izquierda en ocasiones pánfila y casi siempre perversa, ha logrado un espacio creciente en el Viejo Reyno. Con pericia, solvencia, un tono didáctico y el adecuado aderezo de la ironía, Vaquero Oroquieta deja en evidencia la cobardía e inanidad mostradas por la mayoría de partidos e instituciones ante el ataque que sufre lo navarro por parte de los separatistas sino también de como éstos han logrado la apropiación cuasi total del discurso público y la imposición práctica de una serie de dogmas neomarxistas y feministas, aptos para ser deglutidos por las mentes más domeñadas y que hoy son, lamentablemente, mayoría.
