Destacados: Agenda 2030 | Ucrania | Vox

       

Artículos

Cinema Giallo (1962-1987): dimensión metapolítica de un subgénero laberíntico


José Antonio Bielsa Arbiol | 17/11/2022

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

No ha gozado nunca de buena prensa entre la crítica con ínfulas, aquella misma que festejaba (y festeja) los insufribles engendros de «arte y ensayo» laureados en Cannes o en cualquier otro festival de la cuerda, los firme un Von Trier o el Almodóvar de turno. Pero la legión de seguidores y entusiastas del Giallo, «ese amarillo objeto de deseo» durante la década de 1970, redimen a este subgénero de cualquier ataque trasnochado perpetrado por la «crítica autorizada» desde sus poltronas legitimadoras.

Hoy queremos hablar de la dimensión metapolítica del Giallo, sin mayores motivaciones que las de recordar un par de cosas interesantes sobre una serie de películas que ofrecen mucho más, ¡qué duda cabe!, de lo que en apariencia parecen ofrecer.

Un poco de historia: el origen del Giallo cinematográfico remite a las novelas policiacas de los años 20 y 30 del pasado siglo, en unos tiempos en los que los escritores de corte popular eran buenos narradores, capaces de ofrecer historias consistentes y estimables.

El escritor y analista cinematográfico Fernando Alonso Barahona, prologuista de nuestro libro, nos recuerda cómo eran aquellas obras literarias: «El termino giallo, que en italiano significa amarillo, proviene del color de las portadas de estas novelas. El lector sabía con solo esta señal que las páginas iban a estar llenas de crímenes y misterio. El éxito popular fue extraordinario y fue rápidamente imitado por otras editoriales. El color amarillo se convirtió en el símbolo que identificaba a todo el género e incluso el término giallo en el lenguaje coloquial pasó a significar misterio y suspense».

Y así fue, perdurando hasta nuestros días, como seña de identidad no solo de aquellos libros tan bien aceptados, sino de las sucesivas películas que entre las décadas de 1960 y 1980 animarían las pantallas cinematográficas de Europa.

La película inaugural del Giallo fue La muchacha que sabía demasiado (La ragazza che sapeva troppo; Mario Bava, 1962), un título en abierta deuda con Alfred Hitchcock, el denominado «mago del suspense»; desde sus orígenes, el carácter referencial del subgénero fue manifiesto, pero su vinculación con el entretenimiento era externa: había una pulsión interna, latente, que acercaba estas películas a la crítica social y, cómo no, a los recovecos del submundo del crimen, un espacio real pero por sobre todo mental donde sordidez y crueldad iban a requerir de un pacto nunca firmado entre el director y el potencial espectador; con razón sentenciaría Dario Argento, el director más representativo del subgénero, que «la película surge de una premisa realista: el asesinato»Asesinato también fue el título de otra película de Hitchcock.

Pero el Giallo era mucho más que crítica social y misterios criminales sin resolver: el Giallo era (y es) dispositivo político, radiografía implacable en torno a las viciadas estructuras de poder y de su reflejo decadente en las sociedades civiles, con su galería de corruptos burgueses y degenerados lumpen sin un átomo de empatía moral. Es decir: su mirada remite plenamente a lo siniestro, y no sólo como categoría estética, sino como realidad en negro, siniestramente.

Así y todo, el Giallo difiere profundamente de los meros policiacos de consumo interno, como el poliziesco latino, o del burdo terror escapista para adolescentes (de los que el adocenado slasher internacional devino nuevo catalizador esquizo-paranoico). El Giallo comporta una superación y un retroceso con respecto a las tendencias conservadoras y liberales florecientes, lo que a su manera lo torna contradictorio. Y es aquí donde re-aflora la dimensión metapolítica de un imaginario altamente irritado-e-irritable, cuyo descontento global trasluce múltiples taras que, desde luego, un entretenimiento amable jamás hubiera logrado canalizar con la furia iconoclasta con la que el Giallo sí lo hizo.

Se vitupera a menudo que el Giallo, tan adicto a la moralina barata en sus años de incubación, sucumbiera luego a una moralización normativa de sus pretextos, a menudo con una finalidad morbosa y escabrosa, como pone de manifiesto una de las mejores entregas, como es ¿Qué habéis hecho con Solange? (Cosa avete fatto a Solange?; Massimo Dallamano, 1972), con su condena del aborto, inimaginable actualmente, y con sus no menos políticamente incorrectas (y brutales) escenas de apuñalamiento genital a las que son sometidas una serie de perversas damiselas… Todo esto no hubiera sido posible sin una ruptura que era realmente un grito de protesta contra el enrarecimiento social, la inseguridad ciudadana y la nueva conformación de una Europa violada y ultrajada tras el Nuevo Orden Mundial instaurado en 1945.

Cerremos este artículo haciendo referencia a un apunte que hicimos en un escrito anterior, publicado en el periódico digital La Tribuna del País Vasco: «En cuanto subgénero siniestro por antonomasia, el Giallo, que tantas veces ha sido tachado de misógino y machista, quizá no resultará simpático a un auditorio de feministas recalcitrantes, pero tal vez haga reflexionar a las jovencitas sobre la inseguridad de las vías públicas, más inseguras y peligrosas en la Barcelona de 2022 que en esa Roma nocturna filmada tantas veces por el maestro Dario Argento».

Inefable y perturbador, el Giallo es un reducto por el que fluyen grandes dosis de incorrección política, erotismo perverso y violencia sanguinolenta. Sus contenidos, de haberse planteado y filmado hoy, no hubieran podido superar esa auto-censura que el progresismo liberticida ha terminado por implantar en los ángulos más variados de nuestras sociedades amordazadas y amorales.

José Antonio Bielsa Arbiol: Cinema Giallo (1962–1987): 25 años en el ojo del laberinto. Ultima Libris (Octubre de 2022)