Destacados: Agenda 2030 | Libros | Ucrania | Vox

       

Artículos

El fin de Yugoslavia: yugoslavismo y nacionalismo serbio


Sergio Fernández Riquelme | 31/08/2021

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Escenarios donde se mostró, en toda su esencia, la relación política y social entre historia y literatura, tanto epistemológica como praxeológica, en el devenir del fenómeno del nacionalismo serbio (y croata) durante el proceso de desintegración de la Socijalistička federativna republika Jugoslavija.

Nacionalismos balcánicos concebidos como el paradigma continental de la construcción etnicista y mitológica para B. Karadzole, que nos demuestra la vocación instrumental de la interconexión entre obra literaria y función histórica: medios documentales y metodológicos tanto en el conocimiento del pasado como en la elaboración del discurso ideológico de movimientos identitarios y comunitarios desde el conflicto y la violencia.

Y llegó el final. Yugoslavia fue Serbia y Serbia fue Yugoslavia, en su historia real y en su ficción literaria. Fue decisiva en su creación, crítica en su gestión bajo el régimen de Tito, y la heredera de su nombre y parte de sus símbolos. El patriotismo serbio, proclamando a su pueblo como el núcleo cultural y el centro liberador de los Balcanes, asumió desde su génesis contemporánea la tarea de liberar y liderar a los eslavos del sur de colonizadores turcos y dominadores austrohúngaros. Esa era su misión, y para historiadores y literatos la nación pagó un alto precio por ello.

El drama histórico comenzado en las llanuras kosovares, y narrado por la literatura nacional en sus diferentes etapas, se conectó con una suerte de paneslavismo regional en el proyecto serbio de esa unión de los eslavos del sur. Jovan Dučić o Ivo Andrić rememoraban los esfuerzos serbios, durante las dos primeras guerras balcánicas, en la liberación y unión de los pueblos eslavos en su primer Reino común. Vuk Drašković o Dobrica Ćosić atacaban la situación político-jurídica de su república bajo el comunismo de la segunda Yugoslavia, considerando su participación en ella como el último gran error histórico de la Serbia moderna.

El nacionalismo serbio en sus crónicas históricas, los diagnósticos políticos y las narraciones literarias señalaban a su país como el gran promotor y como la gran víctima de esta construcción multinacional, sus esfuerzos nunca fueron ni recompensados ni agradecidos. El literato y político Drašković lo resumía de esta manera: «Y, sin embargo, ha tenido que pagar un alto precio por su gran pecado. En efecto, en el siglo XX más de tres millones de serbios han caído por Yugoslavia. Y ciertamente no murieron para permitir hoy su desaparición, y con ella, la de Serbia».

Interpretación histórica e ideológica que propiciará la estratégica unión entre yugoslavismo militar, nacionalismo etnicista y socialismo postcomunista durante la crisis final de la federación y los primeros meses de la guerra. Aguirre analizó la mímesis ideológica entre yugoslavismo y nacionalismo serbio que realizó la cúpula militar del ejército, a inicios del conflicto, como medio de defender un Estado federal que les aseguraba grandes privilegios y facultades, y que ligaba su existencia a la permanencia de la misma federación, de la mano de Mišković, Tomac o Skrivanić.

Manteniendo formalmente Yugoslavia, el nacionalismo serbio creía poder legitimar sus posiciones y acciones en pleno conflicto. Intentaba representar la continuidad y la legalidad en el seno de los pueblos sureslavos, y poder reunir en un solo Estado a las diferentes regiones habitadas por serbios. Y por ello Serbia mantuvo hasta casi hasta el final el nombre, y Belgrado fue su capital y seguiría siéndola durante una década. Había unido a los eslavos del sur, se había sacrificado por la convivencia multiétnica durante décadas, y tenía que defender a sus compatriotas que vivían fuera de la entidad serbia delimitada artificialmente por Tito.

Desde el 27 de abril de 1992 hasta el 4 de febrero de 2003, Serbia y Montenegro constituyeron la sucesora República federal de Yugoslavia, siendo su primer presidente, ni más ni menos, que el prestigioso y polémico escritor nacionalista Dobrica Ćosić. Pero hasta el año 2000 (y desde el inicio del conflicto) el hombre fuerte del país fue el citado Slobodan Milošević, considerado como el mayor responsable del denominado como nacionalismo panserbio. Máximo dirigente serbio que, finalmente, fue encarcelado en La Haya a espera de juicio por crímenes de guerra (falleciendo en su celda en 2011), aunque fue firmante de los diferentes acuerdos de paz auspiciados por la comunidad internacional, respetado por la ONU mientras les era útil, y apoyado hasta su final por los gobernantes de Montenegro que defendieron a ambas repúblicas como una misma nación política y cultural: Momir Bulatović, Radoje Kontić, Milo Đukanović y Filip Vujanović, siendo los dos últimos exculpados de todo cargo y apoyados como nuevos líderes gobernantes por la OTAN y la Unión Europea, tras sumarse al eje euroatlántico.

Tras la independencia de Kosovo (sin respaldo del derecho internacional) y la separación montenegrina (tras un referéndum fraudulento) despareció para siempre lo poco que quedaba ya de Yugoslavia. Décadas después muy pocos se acuerdan de ella, no se celebran conmemoraciones y apenas existe nostalgia más allá de familias mixtas o apátridas (como el cineasta Kusturica o el músico Goran Bregović), y los estados vecinos siguen presentando cada cierto tiempo nuevas tensiones por fronteras y símbolos (que amenazan a Montenegro y Macedonia por el irredentismo de la Gran Albania, esta sí apoyada por la comunidad internacional dominante). Queda en muchos libros que van cogiendo polvo y en numerosos documentales que se recuperan en pocas ocasiones.

El fin de Yugoslavia

1. La muerte de Tito
2. Yugoslavismo y nacionalismo serbio

Nota: Este artículo un extracto del citado libro

Sergio Fernández Riquelme: El nacionalismo serbio. Letras Inquietas (Marzo de 2020).