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Guillaume Faye y la visión arqueofuturista (II)


Robert Steuckers | 05/06/2022

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La modernidad oficial, para el Faye nietzscheano, es la «conciencia cristianamórfica», es decir, la conciencia marcada por todo tipo de gnosticismos desrealizadores que el cristianismo ha transmitido hasta su secularización por las luces inglesas y francesas del siglo XVIII. Siglo en el que la Iglesia, a veces, luchó reivindicando, vía tomista, un retorno al realismo de Aristóteles, pero secando el pensamiento del Estagirita. Estas formas gnósticas se superpusieron a un inconsciente pagano que persiste, especialmente en el folklore popular de nuestro campo.

Pero la conciencia cristianomorfa y el inconsciente pagano subyugado llegan, dice Faye, a un punto de disociación al encontrarse con un inconsciente prepagano/preneolítico. La disociación se produce creando: por un lado, una conciencia tecnocientífica moderna (basada en postulados naturwissenschaftlich, no asimilables a la lógica cartesiana o escolástica) e inervada por el inconsciente político pagano y romano, obedeciendo al imperativo de crear poder político y, por otro lado, occidental conciencia de masas, heredero de la conciencia cristianomorfa al tiempo que constituye un nuevo avatar, ya no religioso (salvo en Estados Unidos en las sectas protestantes) sino ideologizado (hoy diríamos políticamente correcto). Esta conciencia se opone a los ideales de poder de la tecnociencia europea como lo demuestran las ideas de Horkheimer, Adorno y Habermas quienes percibían en ella un “neofascismo”.

En este mismo contexto de disociación, el inconsciente preneolítico inervará en la conciencia moderna, dándole vitalidad, como explicará Faye en su libro titulado Arqueofuturismo, porque su arqueofuturismo es en realidad una forma de vitalismo, también inspirado en el filósofo español José Ortega y Gasset que habló de «constructivismo vitalista» y en la conciencia de masas occidental a la que este inconsciente preneolítico traerá un neoprimitivismo, heredero de la mentalidad hippie y de ciertas sectas californianas denominadas New Age. Entre los impactos del retorno del inconsciente preneolítico, hay que añadir la teoría del nomadismo, revalorizada por Bernard-Henri Lévy y Jacques Attali, quienes la utilizaron para sustentar su versión de la modernidad y el liberalismo occidental. El período anterior al Neolítico fue de hecho nómada, una cuestión de caza y recolección.

El nomadismo de la conciencia moderna, en lo positivo y europeo que tiene, es un nomadismo abstracto: implica la desinstalación voluntaria por un espíritu de aventura, que Faye llama «desinstalación aventurera», la de los pioneros, exploradores, soldados de fortuna, etc. El nomadismo en la «conciencia de masas occidental» es, por su parte, un nomadismo mercantil cosmopolita o un nomadismo forzado, especialmente en la inmigración masiva. Este nomadismo forzado y/o cosmopolita es el ideal de Lévy y Attali.

Este nomadismo forzado tiene también la característica de haber sido creado desde cero para perfeccionar la aspiración patológica a la abstracción que transmitió la Ilustración desde su irrupción en el pensamiento europeo: este nomadismo pretende pues borrar todas las anclas, el desarraigo general, el desarraigo dislocado, no sólo en el fenómeno de las migraciones sur-norte sino también en la distribución de las poblaciones indígenas (en Europa como en África) que han conocido o conocen el éxodo rural hacia el ciudades y luego el éxodo de inmigrantes urbanos a pequeños pueblos y aldeas (el neo-ruralismo que Francia está experimentando hoy).

El nomadismo de la conciencia de masas occidental implica el advenimiento fabricado de un deambular generalizado, perpetuamente cantado como un ideal insuperable por la ideología mediática, no sólo en el fenómeno de las migraciones sur-norte sino también en la distribución de las poblaciones indígenas (en Europa como en África) que han experimentado o están experimentando el éxodo rural hacia las ciudades y luego el éxodo de migrantes urbanos hacia pequeños pueblos y aldeas (el neo-ruralismo que Francia conoce hoy). El nomadismo de la conciencia de masas occidental implica el advenimiento fabricado de un deambular generalizado, perpetuamente cantado como un ideal insuperable por la ideología mediática.

Así se construye la Cosmópolis de Occidente, que hace de Occidente un «no lugar», sin anclajes, sin raíces. En Alemania, Hans-Dieter Sander lo llamó Entortung (des-localización). El proyecto planetario de Cosmópolis y la Entortung apunta a la desaparición de todo oikos, de todo espacio centrado en sí mismo, administrado y gestionado por una comunidad de hombres arraigados. La desaparición de cualquier oikos implica la muerte de cualquier economía real (oikos o nomos) ya que todo será desterritorializado y descontextualizado, según los propios deseos de la señora Thatcher que afirmaba perentoriamente y con todas sus fuerzas: «no hay sociedad».

Estamos sufriendo los efectos de esta afirmación, que hoy se repite hasta el infinito en todos los países europeos. Sin embargo, Faye vio resistencia en la Europa mediterránea (como Ernst Jünger antes que él), en Grecia por parte de la Iglesia Ortodoxa, en Europa Central y Oriental antes de la caída del Telón de Acero. Pero un peligro furtivo acechaba a la resistencia, el de la folclorización. Los residuos de nuestras raíces se veían como «folclorizados» (ejemplo: ¡la televisión en el País Vasco estaba feliz de poder pasar telenovelas americanas como Dallas en euskera!).

Guillaume Faye y la visión arqueofuturista

Primera parte
Segunda parte
Tercera parte

Robert Steuckers, Koenraad Logghe y Denis Ilmas: El peregrino absoluto: Marc Eemans y los evolianos de Bruselas. Letras Inquietas (Octubre de 2021)