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¿Poseemos vacunas contra el supremacismo? En España, pocas


Carlos X. Blanco | 19/04/2022

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Sufrimos, a partir del fiasco y golpe globalista de 1978, un mal, el mal centrífugo y fraccionador, con aumento inusitado y creciente del increíble supremacismo catalán y vasco.

Desde mi infancia y juventud, criado sanamente en el principio de «Asturias es España y lo demás tierra conquistada», no he dejado de admirarme ante la proliferación de naciones inventadas. Siempre había visto a vascos y a catalanes como más típicamente españoles, más allá de contar con lenguas vernáculas propias. Luego, en la escuela, siempre me había llamado la atención una evidencia: jamás de los jamases habían formado vascos y catalanes un Estado propio, a diferencia de lo que se decía en mi entorno regional: «los asturianos, sí». Entonces: ¿qué diablos ha pasado aquí?, me preguntaba. Todavía me inquieta esta perplejidad.

Inventaron una Euskal Herria, y todavía peor, una Euskadi, bajo principios de reduccionismo lingüístico. Allí donde una vez se habló alguno de los numerosos especímenes del idioma vascongado, automáticamente empezó a ser reivindicado ese trozo de tierra como parte esencial de la «nación vasca». Las locuras de Sabino Arana llevarán, de esa guisa, a fagocitar La Rioja y a dar un mordisco de Aragón siguiendo un mal criterio romántico-lingüístico como el que ha seguido siempre el nacionalismo vasco. Aunque, ya puestos, deberían devolver la mayor parte de Álava (como podemos leer en el libro de Ernesto Ladrón de Guevara Los nombres robados) con ese mismo criterio que ellos mismos utilizan, y, añado yo, deberían (tanto bildus como peneuvistas) prescindir de la comarca de Las Encartaciones que, según pude leer en un estudio de Txomin Etxebarría, >es territorio que contiene un sinfín de vocablos que pertenecen de lleno al astur-leonés: los mismos términos poco más o menos que se empleaban en el asturiano del tiempo de mis abuelos. Por cierto que hay también chiflados que nos hablan del cántabru para no mezclarse con el astur-leonés oriental… ¡Señor, danos paciencia!

El romanticismo lingüístico como criterio para hacer naciones, inventarlas, usar la lengua vernácula y hasta el dialecto como canon para redefinir fronteras es un verdadero lío. Es darle gasolina y fósforos a los niños para que éstos jueguen. Y los niños fueron, en la España posfranquista, los filólogos. En el vidrioso asunto de la politización de la lengua asturiana he podido comprobarlo ad nauseam. Muchos filólogos del bable-asturiano, junto con algún rockero que grita «¡Reconquista, inventu fascista!», aspiran a «hacer nación» y tomar cargos políticos, después de toda una mocedad poniendo el plato para las limosnas de la PSOE-IU (y ahora Podemos); es como para echar a correr. Con mejores fundamentos que los criterios romántico-lingüísticos, las «Cuatro Asturias» (de Santillana, Oviedo, Trasmiera y Laredo) junto con las Encartaciones, León y parte de Zamora, harían una unidad más creíble, y tendrían más títulos para formar una gran unidad regional, casi equivalente al medieval Reino de Asturias. La idea me parece menos descabellada, que conste, que la de formar una unidad (si quiera fuera autónoma o federada) entre las tres provincias vascongadas y Navarra, junto con territorios vasco-franceses.

Pero filólogos, poetas y catalanistas de «la pela es la pela» han montado también su negocio separatista. Fue el caciquismo madrileño quien impulsó con privilegios económicos desde el siglo XIX unas periferias a costa de otras y, desde el siglo XIX hasta hoy, la unión de separatistas con separadores es la que está deshaciendo España. El origen del catalanismo supremacista está en el borbonismo. No diré más.

Y he aquí que el profesor Javier Barraycoa nos ofrece unos Escolios para el combate a modo de vacuna contra la locura separatista. En mi juventud, desde Asturias, nade se tomaba en serio la posibilidad de un separatismo catalán. Siempre se le supuso a este pueblo un grado de españolismo y de buen sentido mayores que en otras regiones. Que hubiera lengua vernácula además de la castellana, y una situación sana y normal de bilingüismo, era cosa que no daba títulos para una reivindicación separatista digna de mención. En Galicia o Valencia también había un sano bilingüismo sin separatismo ni diglosia, hasta que el virus centrífugo de las «autonosuyas» vino a desvirtuarlo todo. En Asturias, igual, pero el bilingüismo que se vivía (y se vive) es aquejado de diglosia (que es como decir vergüenza ante la lengua patrimonial local).

Cuidado con los filólogos con voluntad de poder, que a la mínima te cambian las fronteras. Cuidado con los ladrones y corruptos cuando notan que les pueden pillar con las manos en la masa: inventan una frontera y se ponen al otro lado de ella para que la Justicia no les ponga el guante encima.

Barraycoa vive en Barcelona y, heroicamente, no pierde el sentido del humor ni el estoicismo hispano al escribir contra los supremacistas catalanes. Unos supremacistas que, curiosamente, no son objeto de denuncias de los tan hipersensibles batallones antifascistas que proliferan en la región. Estoicismo y temple de los mejores para aguantar la oclocracia que los políticos catalanes (provincianos con ínfulas, siempre aupados al poder con las inyecciones y apoyos oportunos y oportunistas de los políticos madrileños, sus hermanos de casta).

Escolios para el combate, una inteligente obra escrita desde el punto de vista de un catalán hispano y tradicionalista, amén de beligerante, consta de una treintena de ensayos breves más un prólogo de don Javier María Pérez Roldán. Para contrarrestar la enfermedad de las naciones inventadas y de los corrimientos peligrosos de fronteras, pocas cosas hay mejores que estos Escolios.

Javier Barraycoa: Escolios para el combate. Asociación Editorial Tradicionalista (Abril de 2021)