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Protestas en Irán y clichés occidentales


Nicolas Gauthier | 27/10/2022

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Esta no es la primera vez que la República Islámica de Irán se ve plagada de protestas masivas. Los más emblemáticos, los del Movimiento Verde, tuvieron lugar en 2009, durante la impugnada reelección del presidente Mahmoud Ahmadinejad.

El poder se preocupó entonces, y no sin razón, por posibles manipulaciones desde el exterior. Hoy, tras la muerte de Mahsa Amini en una comisaría por velo mal puesto, la revuelta que se gesta no es exactamente igual a las anteriores, aunque solo sea porque los descontentos ya no son sólo los de las grandes ciudades y de la burguesía adinerada, pero también de las provincias y de los más pobres. Y que este «extranjero», aunque acompañe el movimiento en los medios, no es de ninguna manera el instigador.

Ciertamente, la muerte de esta joven es accidental: la policía local, aunque desarmada, está equipada con palos y los usa muy bien. Un disparate, sin duda. Como la de los milicianos polacos que, el 19 de octubre de 1984, mataron al padre Jerzy Popiełuszko sin haber querido hacerlo. Además, en medio de las discusiones sobre el futuro de su energía nuclear civil, a Teherán le habría ido bien sin tal tragedia.

Pero es cierto que todo lo relacionado con Irán desencadena reacciones más cutáneas que reflexivas. En primer lugar, este tropismo occidental que sugiere que todo el planeta soñaría con vivir como los occidentales. Luego, este otro recibió la idea de que lamentamos, allá, el Sha de Irán porque pretendía occidentalizar su país; precisamente lo que le reprochó la mayoría iraní cuando fue depuesto en 1979.

Sin embargo, lo que a los occidentales les cuesta entender es que el pecado original de Mohammad Reza Pahlavi no fue comportarse como un autócrata, sino precisamente haber sido una criatura occidental; aquel cuyo padre, Reza Shah, se instaló en el trono en 1953 gracias a una operación angloamericana que permitió derrocar al entonces primer ministro, Mohammad Mossadegh, ciertamente laico y comunista, pero sobre todo un nacionalista que no vendió gas y petróleo iraní a empresas americanas y anglosajonas. En resumen, el ayatolá Ruhollah Jomeini supo entonces jugar al nacionalismo iraní.

Quien no tenga en cuenta estos datos está condenado a imaginarse conociendo Irán después de haber leído Persépolis de Marjane Satrapi, ex niña mimada de la burguesía de Teherán. Del mismo modo, cualquiera que pretenda aplicar esquemas feministas a la realidad sociológica iraní estaría condenado al mismo callejón sin salida. Como tal, vale la pena leer a Delphine Minoui, una periodista franco-iraní que durante mucho tiempo cubrió su tierra natal para Le Figaro. El retrato que pinta, aunque más que escéptico con el régimen vigente, está a mil millas de las ideas recibidas: gallina de Guinea en Teherán (Jacob-Duvernet) o te escribo desde Teherán (Points). Allí describe la complejidad de la sociedad iraní, recordándonos así que se puede ser mujer mientras se hace campaña por el uso del velo o al contrario, y sobre todo explicando que el nacionalismo sigue siendo la palabra clave del pueblo, aunque sólo sea por la guerra emprendida por Saddam Hussein a partir de septiembre de 1980, financiada por los saudíes y dirigida por los estadounidenses, contra el nuevo régimen.

Solo aquí, las generaciones que han conocido estos dolores están envejeciendo o ya no están. La comparación no es correcta, pero esto es lo que nos remite a nuestra juventud, que rápidamente, en mayo de 1968, olvidó quién era el general De Gaulle para transformarlo en fascista y las Compañías Republicanas de Seguridad en las SS.

Pero allí, la agitación que sacude al país tiene más que ver con la situación económica y social que con una banal historia de náutica o aspiraciones progresistas, como suelen describir los medios occidentales. Así, este gobierno, al haber hecho del renacimiento de Irán como potencia regional la máxima prioridad, puede haber olvidado que tales ambiciones tenían un coste, entre la erradicación del Estado Islámico y la consolidación de este arco chií que se extendía desde Teherán en Beirut pasando por a través de Damasco; consideraciones muy lejanas de gran parte de la juventud local.

Al mismo tiempo, esta nueva realidad: la población iraní casi se ha triplicado desde 1979, mientras que esta misma juventud ahora representa el 65% y nada tiene que ver con los sueños de grandeza de sus líderes; esto, tanto más cuanto que el desempleo y las restricciones por las sanciones internacionales le dan pocas esperanzas para el futuro. Por no hablar de una corrupción cuando menos endémica en beneficio de quienes, como los generales del Frente de Liberación Nacional en Argelia, han dejado su impronta en la guerra contra Iraq. O redes cada vez más intrusivas con una molesta tendencia a llevarse más de lo que dejan a la gente; lo que explica en gran medida su enfado.

Como señala acertadamente Amine Saikal en L’Orient-Le Jour el 8 de octubre: «Las posibilidades de un derrocamiento del régimen islámico parecen inclinarse Pero la agitación que se apodera hoy de Irán muestra por qué las reformas estructurales son absoluta e inmediatamente necesarias y por qué, esta vez, los clérigos tendrán muchas más dificultades para preservar el régimen si solo usan la fuerza». Un caso evidentemente a seguir muy de cerca, siempre que nos salvemos de los clichés tradicionales.

Fuente: Boulevard Voltaire