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Estados Unidos, China y Unión Europea: llega la guerra de los chips


Philippe Joutier | 28/11/2022

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Con la digitalización del campo de batalla y la guerra electrónica, el Estado con los chips más inteligentes tendrá también las armas, las fábricas y las herramientas de computación cuántica más inteligentes.

En la actualidad, además de la escasez de chips debido a la demanda de semiconductores, especialmente para los coches eléctricos, los estadounidenses también temen a China y dependen de ella. Estados Unidos compra el 100% de sus chips en el extranjero: el 90% a TSMC en Taiwán y el 10% a Samsung en Corea. En la práctica, los chips avanzados son fabricados por una red de empresas estadounidenses, europeas, coreanas y japonesas. Y si la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, conocida como TSMC, se considera el primer fabricante de chips del mundo, es porque TSMC se nutre de cada una de las empresas de esta red, que aportan su especialidad tecnológica, obviamente confidencial y protegida por patentes. La TSCM los fusiona y los aprovecha en beneficio del conjunto.

El riesgo de que Estados Unidos se vea superado, o incluso que sea superado por China, en esta tecnología que podría desafiar su imperialismo tecno-militar es de pesadilla. Para contrarrestar esta situación, la reciente Ley de Ciencia y Chips de agosto de 2022 pone 280.000 millones de dólares en la cesta, incluyendo 52.700 millones sólo para el sector de los semiconductores. El objetivo es devolver la fabricación de chips a Estados Unidos.

Por su parte, Europa, que no quiere quedarse al margen de esta carrera tecnológica, ha creado su propia Ley Chips. Para ello, se han previsto 11.000 millones de euros de aquí a 2030, combinando los presupuestos de la Unión y de sus Estados miembros. Esto es una quinta parte de lo que ponen los americanos. Pero a esto se añade la inversión de 17.000 millones de euros del gigante estadounidense Intel para poner en marcha la producción de semiconductores en su futura fábrica alemana de Magdeburgo.

De forma más modesta, la franco-italiana STMicroelectronics y la estadounidense Global Foundries van a construir una ampliación de la actual fábrica de semiconductores de STM en Crolles, cerca de Grenoble (Francia), subvencionada por el Gobierno con 5.700 millones de euros. A primera vista, todo el mundo está contento.

Lamentablemente, esto sería malinterpretar a los estadounidenses. No basta con aspirar a la excelencia, sino que hay que impedir que otros la alcancen. Para ello, la Ley Chips y de Ciencia va acompañada de una nueva normativa emitida por el Departamento de Comercio de Biden que prohíbe a las empresas transferir cualquier tecnología de semiconductores a China. Pero no sólo las empresas estadounidenses están en el punto de mira. El requisito se aplica a todo el mundo. Las empresas europeas tendrán que cumplirla, les guste o no, porque incluso fuera de Estados Unidos, cualquier transacción realizada en dólares debe pasar por una cámara de compensación estadounidense y, por tanto, cumplir con la legislación de ese país. Si no lo hace, se le impondrán sanciones muy severas.

Recordemos: en 2014, por haber utilizado el dólar en sus transacciones con estados designados como «enemigos de Estados Unidos» bajo embargo, como Irán o Cuba, BNP tuvo que pagar una multa de casi 6.500 millones de euros. No cabe duda de que, una vez más, el poder del dólar para perjudicar a cualquier empresa europea desobediente, sumado a la presencia del gigante estadounidense Intel en Alemania, permitirá a los estadounidenses conservar el control de los semiconductores, liberarse de los países asiáticos, controlar al máximo la exportación de estas tecnologías sensibles y, de paso, reforzar aún más su vínculo con Alemania y desvincularlo de Francia.

Fuente: Boulevard Voltaire