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Anthony Burgess y su naranja mecánica


Joakim Andersen | 22/12/2023

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Anthony Burgess, al igual que D.H. Lawrence, destaca fácilmente como uno de los escritores más incomprendidos del siglo XX. Burgess fue en muchos sentidos un hombre de derechas. Colaboró con el GRECE, el Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne de la Nueva Derecha, y se describía a sí mismo como jacobita más que como jacobino. Burgess ha escrito distopías gratificantes como The Wanting Seed y relatos apocalípticos como The End of the World News.

Reaccionario más que conservador, aunque anárquico, podía decir del divorcio que «un matrimonio, digamos que dura veinte años o más, es una especie de civilización, una especie de microcosmos: desarrolla su propio lenguaje, su propia semiótica, su propia jerga, su propia taquigrafía… el sexo forma parte de ello, forma parte de la semiótica. Destruir una relación así sin motivo es como destruir toda una civilización». Mientras que al perspicaz psicólogo Lawrence se le suele considerar ahora un pornógrafo por Lady Chatterley, a Burgess se le asocia más con la controvertida La naranja mecánica, hábilmente adaptada a la pantalla por Kubrick.

A primera vista, La naranja mecánica es la descripción de la vida cotidiana de un joven entre sexo, drogas y violencia. Escrita en 1962, prefigura tanto la desintegración social como las subculturas de los años sesenta. Menos superficialmente, es una de las distopías más interesantes desde el punto de vista filosófico y antropológico, ya que recuerda a American Psycho. Se desarrolla en un futuro cercano, un poco más anárquico que el de Burgess y con una jerga de influencia rusa. La jerga, nadsat, contribuye a la experiencia; la corriente de conciencia a través de la cual el protagonista describe el suceso está llena de palabras como chelloveck, horrorshow y malenky. La tendencia «subliteraria» de Burgess tampoco es tan marcada como en Noticias del fin del mundo; algunas descripciones del entorno escapan al diálogo.

El protagonista y sus drugos comienzan la historia de forma bastante simbólica, rompiendo libros y dando una paliza a un veterano de guerra. Roban a la gente, agreden a menores y se pelean con otras bandas. El protagonista, Alex, no es del todo unidimensional, como sugieren su lenguaje a veces educado y su amor por Beethoven y la ópera. Es cuando reprende a uno de sus compinches por su falta de cultura cuando la suerte de Alex se tuerce. Algunas cualidades más profundas siguen siendo difíciles de identificar, por ejemplo, Alex es profundamente ajeno al código de honor que rodea la traición y la reprimenda sugiere una deficiencia de liderazgo tanto como un amor por la alta cultura. Cuando la suerte de Alex se acaba, el Estado empieza a someterle físicamente a ingeniería social para convertirle en un ciudadano funcional. Es imposible decir demasiado sobre esto.

Lo que sí puede señalarse, sin embargo, es que La naranja mecánica es una distopía definitiva en la que casi todo el mundo es antipático. La decadencia no se limita al Estado, sino que también impregna a la oposición y al protagonista. Burgess ha identificado aquí un reto para todos los tradicionalistas: ¿y si el material humano se ha vuelto tal que no hay líderes ni seguidores? También esboza una sociedad anarco-tiránica, en la que el Estado hace la vista gorda ante la violencia contra la gente corriente e incluso recluta a muchos de los antiguos camaradas de Alex en su brazo represivo.

Burgess también se acerca a la visión cristiana de la humanidad en La naranja mecánica. Alex no es malvado porque esté oprimido o marginado, sino que comete actos malvados porque encuentra placer en ellos. Ningún centro de ocio del mundo puede remediarlo. Pero la visión más compleja de la humanidad de Burgess va más allá, también se pregunta si la bondad sin la capacidad de elegir el mal es bondad. Un sacerdote dice de la «reprogramación» de Alex que «ahora pasas a una región en la que estarás fuera del alcance del poder de la oración». Es algo terrible de contemplar. Y, sin embargo, en cierto sentido, al elegir ser privado de la capacidad de hacer una elección ética, realmente has elegido el bien. Básicamente, ésta es la perspectiva cristiana frente a la perspectiva empresarial.

En general, se trata de un clásico moderno y bien merecido. La narrativa de Burgess está centrada, con la cantidad justa de descripción ambiental y una trama clara. Es una novela apasionante, pero también una novela de ideas. En lo que respecta a la sociedad anárquica que Burgess pudo predecir, la realidad ha superado con creces al poema en la actualidad; no obstante, la tendencia hacia la anarco-tiranía y el contraste entre dos visiones de la humanidad siguen siendo relevantes. Tanto el libro como la adaptación cinematográfica de Kubrick merecen un examen atento.

Nota: Cortesía de Euro-Synergies