No obstante, ha sido precisamente el éxito que han tenido los liberales en su capacidad para evitar el surgimiento potencial de una ideología nacional-bolchevique (iliberal) lo que ha llevado a la ausencia de un enemigo formal y a que el liberalismo se encuentre cada vez más solo.
El liberalismo consiguió evitar la aparición de un enemigo formal, pero ello conllevo a que se empezara a hablar de un enemigo interno. Fue en ese momento en que nació el liberalismo 2.0.
Ninguna ideología política puede existir una vez que se ha borrado el par amigo/enemigo. Esta pérdida conduce a una crisis de identidad y conlleva la perdida de cualquier clase de eficacia ideológica. Por lo tanto, la ausencia de un enemigo lleva al suicidio. La existencia de un enemigo externo, que es poco claro e indefinido, resulta ser insuficiente a la hora de justificar la existencia del liberalismo. Los liberales, que ahora simplemente se dedicaban a la demonización de la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping, dejaron de ser convincentes.
Más aún: el aceptar la existencia de un enemigo ideológico formal y estructurado que existe más allá del liberalismo (es decir, más allá de la democracia, la economía de mercado, los derechos humanos, el universalismo tecnológico, los sistemas de redes, etc.), una vez que había iniciado el momento unipolar en el que supuestamente se había llegado a un alcance global, habría equivalido a reconocer abiertamente que algo ha salido mal. Tal forma de pensar, lógicamente, llevaría a la aparición de un enemigo interno. Este desarrollo ideológico era necesario desde un punto de vista teórico después de la década de 1990. Y este enemigo interno apareció justamente cuando más se lo necesitaba. Y tenía un nombre: Donald Trump.
Donald Trump fue etiquetado desde el mismo momento de su aparición, durante las elecciones estadounidenses de 2016, como un enemigo y a partir de ahí comenzó a jugar un papel sumamente importante. En cierta forma, Donald Trump significó el punto de ruptura entre el liberalismo 1.0 y el liberalismo 2.0, por lo que podemos decir que Trump fue el catalizador que ayudó a que finalmente naciera el liberalismo 2.0. Al principio muchos intentaron sostener el débil argumento de que existía un tenue vinculo roji-pardo que unía Trump con Putin. Tales ideas causaron un verdadero daño a la presidencia de Trump, pero, desde una perspectiva ideológica, su mandato fue bastante inconsistente. No solo por el hecho de que nunca se establecieron relaciones reales entre Trump y Putin, o el hecho de que Trump actuaba por puro oportunismo ideológico, sino también porque el propio Putin, que parecía ser un «nacional-bolchevique» opuesto conscientemente al liberalismo global, resulto ser en realidad un realista pragmático. Al igual que Trump, Putin es un populista que esta ceñido a las encuestas y, al igual que Trump, es más bien un oportunista que no tiene ningún interés en los aspectos ideológicos.
También fue bastante ridículo el intento de presentar a Trump como una especie de «fascista». Esta afirmación, que fue excesivamente usada por los rivales políticos de Trump, sin duda causó varios problemas en la presidencia del mismo, rayando incluso en lo ridículo. Ni Trump ni sus colaboradores eran «fascistas», tampoco eran representantes de ninguna tendencia de extrema derecha (todas las cuales se encuentran marginadas desde hace mucho dentro de la sociedad estadounidense) donde solo existen como parte de la cultura kitsch de los libertarios.
Por lo tanto, los liberales se vieron obligados a tratar a Trump de otra manera ya que desde un punto de vista ideológico (y no desde el propagandístico, donde se acepta cualquier clase de métodos mientras funcionen) era imposible verlo de ese modo. Y es aquí donde por fin llegamos al punto más importante de todo nuestro estudio. Trump siempre fue un representante del liberalismo 1.0. Es ahora que nos damos cuenta de que el principal enemigo interno del nuevo liberalismo es su versión anterior. Una vez que dejamos de lado a cualquier régimen externo opuesto a la ideología liberal en la práctica política (ya que estos no representan ninguna amenaza real, sino que simplemente son obstáculos casuales completamente inarticulados frente al triunfo inevitable del progreso) solo queda un enemigo final que derrotar: el mismo liberalismo. Para poder seguir adelante, es necesario que el liberalismo lleve a cabo una purga interior.
Claramente fue de esta manera que apareció una escisión interna que se hizo visible y bastante definida. El nuevo liberalismo, que había convergido con el posmodernismo de izquierda, dejó de reconocerse así mismo en el viejo liberalismo. Y precisamente lo que quedaba del viejo liberalismo acabó por identificarse con la figura de Donald Trump que fue concebido como lo totalmente Otro. Esta es la razón por la cual la campaña de Biden recurría a eslóganes como «volver a la normalidad», «reconstruirlo todo, pero esta vez mejor», etc.
La «normalidad» de la que hablaba es en realidad una nueva normalidad: es la normalidad impuesta por el liberalismo 2.0. El liberalismo 1.0 (que era claramente nacionalista, capitalista, pragmático, individualista y, en cierto modo, libertario) es considerado ahora como algo «anormal». La democracia como el dominio de las mayorías y expresión plena tanto de la libertad como del pensamiento, es decir, como la posibilidad de expresar abiertamente las ideas que uno desee, elegir tu propia religión, tener el derecho a formar una familia y a determinar las relaciones de género de acuerdo a los propios principios, ya sean estos religiosos o seculares, era algo que todavía era reconocido por el liberalismo 1.0, pero de ahora en adelante tal cosa es inaceptable. A partir de ahora el liberalismo de izquierda considera que es necesario, normal y completamente justificado aplicar la corrección política, la cultura de la cancelación o imponer a todos las normas del nuevo liberalismo, aunque sea a la fuerza.
El liberalismo 2.0 poco a poco se ha convertido en un sistema totalitario. Pero el liberalismo no era explícitamente así cuando todavía luchaba contra ideologías que eran abiertamente totalitarias como lo eran el comunismo y el fascismo. Sin embargo, una vez que el liberalismo se quedó solo este comenzó a manifestar semejantes características totalitarias. Si el liberalismo 1.0 no era totalitario, el liberalismo 2.0 sí es abiertamente totalitario. De ahora en adelante, nadie tiene el derecho a no ser liberal. El liberalismo antiguo sin duda rechazaría inmediatamente tal idea, principalmente porque se trata de una contradicción clara y directa de los fundamentos mismos de la ideología liberal que se encuentra fundamentada en la libre elección de cada uno. Anteriormente se respetaba el derecho de ser antiliberal del mismo modo en que se respetaba el derecho a ser un liberal. Pero de ahora en adelante no. O al menos ya no será de ese modo.
El viejo liberalismo ha desaparecido justamente ahora, en el mismo momento en que Trump dejó la Casa Blanca. Es una nueva clase de liberalismo el que reinará a partir de ahora. Y la libertad dejará de ser algo gratuito y se convertirá en un deber. La libertad ya no tiene un significado arbitrario. En cambio, será en adelante definida por las nuevas élites liberales que ahora gobiernan (2.0). Quien no esté de acuerdo, simplemente será cancelado.
Liberalismo 2.0
1. La nueva transformación del liberalismo
2. La victoria del liberalismo
3. El nacional-bolchevismo como concepto surgido de la victoria del liberalismo
4. El enemigo interno
5. Friedrich von Hayek, el comienzo
6. Karl Popper, el intermediario
7. George Soros, la culminación
8. Individuo y dividuo
9. El liberalismo 2.0 y la Cuarta Teoría Política
Fuente: La Cuarta Teoría Política
Aleksandr Dugin es un ensayista, filósofo, analista y estratega político ruso.