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El símbolo crístico-cordial en el protestantismo


Manuel Fernández Espinosa | 09/06/2020

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El símbolo cordial pasa al protestantismo, teniendo su génesis en la teología mística y en la iconografía de San Agustín de Hipona, pues no en balde Martin Lutero fue monje agustino antes de romper con Roma y «secularizarse». Es por ello que en el Sello (o Rosa de Lutero), confeccionado por él mismo allá por el año 1530, podemos ver sobre un fondo azul, una rosa blanca, y en su centro un corazón rojo en el que se «incrusta» una cruz negra: tanto los colores como los objetos están escogidos por Lutero a propósito y aportando, en cartas a algunos de sus corresponsales, el significado que no viene ahora al caso.

En 1540 y en los Países Bajos Españoles (hoy Holanda), Hendrik Niclaes crea la sociedad mística (y clandestina) que será conocida como «Familia Charitatis». En su mayor parte el «familismo» estaba constituido en su membresía por protestantes, pero a diferencia de la «línea oficial» del protestantismo, los «familistas» resaltaban la «Caridad-Amor» por encima de la Fe.

El grupo, fundado por Niclaes, pasaría a ser liderado por Hendrik Jansen Barrefelt (1520-1594) y, en sus filas, formaría el gran impresor renacentista Christophe Plantin. Algunos han querido ver en este grupo conspiraciones, pero yo lo único que veo es el intento «a escondidas» (pues no podía ser de otra manera) de conciliar una Cristiandad quebrada; de ahí que los familistas tuvieron que ver con muy buenos ojos que nuestro Arias Montano, hombre tan próximo a Felipe II y católico, entrara en contacto con ellos y formara una rama española (en la que Fray Luis de León encontraría acomodo, al igual que el gran poeta Francisco de Aldana, todos colaboradores del gran Arias Montano). Los «familistas» también emplearon el Corazón como emblema. Cabe ver el «familismo» como una organización secreta que mantenía en el «interior» a algunos de los protestantes y católicos más cultos y espirituales en comunicación, a cubierto de la irreconciliable animadversión que se había establecido entre unos y otros en lo exterior.

Creo que son suficientes elementos como para mostrar la realidad del símbolo crístico-cordial en el protestantismo: el emblema del Corazón de Jesús estuvo presente en las más variadas escuelas, también en las heréticas, comenzando por el sello del mismo heresiarca Lutero. Sin embargo, habría que aguardar al siglo XVII, para que el Sagrado Corazón de Jesús se revelara a Santa Margarita María de Alacoque (sin que ignoremos a otros santos anteriores a la Alacoque que recibirían sus revelaciones particulares y sin que omitamos que el Corazón, con las llagas, también fue, con anterioridad, símbolo que ostentaron los estandartes de la Peregrinación de la Gracia en Inglaterra, por ejemplo).

El simbolismo del corazón en la obra del místico protestante Jakob Böhme daría como para un estudio. En Böhme desemboca la filosofía del Maestro Eckhart y la del Cusano, y, a través de Valentín Weigel (1533-1588), todavía llega a Böhme la obra del dominico Juan Tauler y el hermetista Teofrasto Paracelso.

En el diagrama del «Ojo Filosófico» (u «Ojo de las Maravillas Eternas») hay un corazón central. Este diagrama fue el que le pusieron a la lápida de su tumba en 1920 y tantos (no recuerdo ahora la fecha exacta). Pero el símbolo cordial se repite en muchas otras ilustraciones de sus obras, como el Corazón Misericordioso de Jesucristo que templa la ira de Dios Padre: es un corazón que apunta hacia arriba, rodeado con el CHRISTUS; las letras interiores latinas y hebreas tampoco tienen desperdicio: IESUS IMMANUEL.

La vertiente mística (donde no falta cábala cristiana y hermetismo) de los protestantes alemanes no podía prescindir del símbolo cordial, habida cuenta de las reminiscencias agustinianas que Lutero no dejó nunca de tener; recordemos que fue San Agustín de Hipona (representado en el arte con un corazón inflamado) el primero que ya nos presenta los primeros barruntos del misterioso Corazón de Cristo y que, en el curso de los siglos, llegaría a nuestro católico Sagrado Corazón de Jesús. Sólo los que compartimos un mismo origen podemos tener divergencias. Y tal vez sea por aquí que haya que intentar la convergencia hacia una verdadera unidad de los cristianos: por el Corazón de Cristo (y no ensayando esas superficiales y estúpidas cesiones ecumenistas.)

Pero, para eso, hace falta un sentido del que estamos desprovistos desde hace mucho tiempo: el teológico místico, ese «Ojo de las Maravillas Eternas».