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La conversión religiosa y política de Matteo Salvini


Sergio Fernández Riquelme | 03/05/2020

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Matteo Salvini se definió así mismo como «il primo dei peccatori» necesitado de cambio, de conversión. Vida alegre, ideas extraviadas, fallos continuos, errores del pasado. Por ello proclamaba públicamente en mayo de 2019, como el nuevo líder del soberanismo italiano y besando un crucifijo, que «sono il primo dei peccatori, ma voglio difendere la storia, voglio difendere le radici cristiane, voglio difendere le scuole cattoliche, il volontariato. Io chiedo semplicemente rispetto».

Una transformación en toda regla. «Conversione» para unos sincera y necesaria, para otros mera estrategia de imagen; pero en todo caso una evidente mutación ideológico-política que, en primer lugar, adoptaba el soberanismo nacionalista italiano (sin olvidar el regionalismo primigenio de la Lega, pero ahora para todo el país transalpino), al colaborar en el seno del grupo Europa de la Libertad y la Democracia, y acercarse al nacionalismo identitario del francés Frente Nacional (por su impacto mediático) y del holandés Partido por la Libertad (por sus tesis liberales en lo económico).

En Europa proclamaba el lema soberanista «Basta Euro» frente a la que denunciaba como oligarquía comunitaria, dejando a un lado la tradicional reivindicación padana. Y que en segundo lugar asumía ciertas ideas y símbolos del neotradicionalismo católico, siguiendo las enseñanzas de su admirado Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI (y del cardenal Raymond Burke) al que siempre recordaba como su verdadero Pontífice; reivindicando su famoso y polémico Discurso de Ratisbona y dedicándole una camiseta que llevó en diferentes ocasiones con su foto y un lema bastante claro: «Il mio papa è Benedetto XVI».

Tras su regreso de Estrasburgo, ya como conocido «eurófobo”» y polémico europarlamentario, se lanzó a la conquista del poder en la moribunda Lega. Con el apoyo de la llamada facción derechista leghista y del gobernador de Lombardía Roberto Maroni, en 2013 consiguió el control de un partido en plena crisis por las encuestas, arruinado económicamente y deslegitimado por las condenas de cárcel a la antigua cúpula. Con el 82% de los votos y un programa netamente soberanista, venció en las primarias del partido al todopoderoso Umberto Bossi el 7 de diciembre de 2013, y fue nombrado secretario general en el posterior congreso nacional de Turín (dejando fuera también las aspiraciones de Flavio Tosi, el influyente alcalde de Verona).

Salvini contuvo la hemorragia electoral de la formación en las europeas de 2014, logrando el 6,2% de los votos y 5 eurodiputados, con su recuperado eslogan «Basta Euro» y su colaboración directa con Le Pen y Wilders, obteniendo además, y contra pronóstico, la alcaldía de Padua con Massimo Bitonci, en las elec-ciones locales de ese mismo año.

Comenzaba una gran transformación, donde la Lega o era italiana o no sería formación de impac-to, o era soberanista o desaparecería finalmente. Así, en las sucesivas contiendas electorales regionales de 2014 y 2015, la Lega se presentó con una nueva marca: «Nosotros con Salvini» (Noi con Salvini), y con una estructura «hermana» en el sur de Italia (del Lazio a Cerdeña) , apartando de los órganos de poder a los mismísimos Maroni y Tosi, sus principales contendientes en el seno del partido y más proeuropeos que el equipo cercano a Salvini. Y llegaron los éxitos iniciales de la nueva estrategia: de nuevo primera fuerza en el Véneto, segunda por primera vez en Toscana o Liguria, y tercera, sorprendentemente en las Marcas y Umbria. Éxitos que respaldaron su apuesta, y provocaron un ascenso histórico en las encuestas, que llevó a la Lega a triplicar sus votos y conseguir la tercera posición en las elecciones generales italianas de 2018 desde posiciones soberanistas muy identitarias y muy euroescépticas.

Sergio Fernández Riquelme: De la Liga Norte a la Lega. Letras Inquietas (Diciembre de 2019).

Nota: Este artículo es un extracto del citado libro