Hungría y Polonia eran dos países que venían del comunismo hacia la democracia liberal occidental, y fueron considerados durante largo tiempo como los dos alumnos modélicos en la transición hacía el «fin de la Historia», con la victoria euroatlántica y la expansión sin límites de la Unión Europea. Pero pronto se convirtieron en las dos naciones donde surgía con fuerza y con decisión el fenómeno identitario y soberanista (más liberal en el territorio húngaro y más estatista en el polaco), llegando al poder y defendiendo los intereses patrios frente a la burocracia de Bruselas y las injerencias plutocráticas.
Y ambas naciones aparecían como en inicio de esta revolución soberanista reclamando la defensa de los valores tradicionales proclamados como históricos y genuinos, que eran la única manera de controlar el pluralismo y la modernización necesaria en tiempos de Globalización para no perderse en el camino. Para el profesor (Pedro Carlos) González (Cuevas): «en el centro mismo de Europa, los países del llamado grupo de Visegrado, sí parecen representar ese equilibrio. Equilibrio entre tradición y modernidad, entre emancipación y arraigo, entre realismo cínico y utopía milenarista, entre individualismo posmoderno y holismo identitario, entre lo universal y lo particular (…) En otras palabras, que anteponen el orden a la libertad pues entienden que no hay libertad sino dentro de un orden. La verdad política, cualquiera que sea su forma, no es más que el orden y la libertad, proclamaba Chateaubriand. La hibris posmoderna parece haber olvidado la primera parte de la ecuación. El mal llamado iliberalismo de Viktor Orban bien pudiera ser la última esperanza para la libertad, al menos para la libertad tal y como la ha entendido siempre nuestra civilización».
El país magiar fue uno de los países donde caló con más fuerza el poder soberanista y el discurso identitario en el mundo europeo, tras la victoria electoral de Fidesz-KDNP en 2010 y la aprobación de una nueva Constitución en 2011 (gracias a su mayoría de dos tercios). Y tras conseguir la reelección en las dos convocatorias posteriores afianzó esta estrategia, pese a la presión continúa de Bruselas. Por ello, y tras una década de vigencia de este proyecto soberanista-identitario, el primer ministro Viktor Orbán señalaba al gran enemigo estaba claro y lo decía públicamente en 2020: «Grandes fuerzas se están moviendo una vez más para erradicar las naciones de Europa y unificar el continente bajo la égida de un imperio global. La red Soros, que se ha tejido a través de la burocracia europea y su élite política, lleva años trabajando para hacer de Europa un continente de inmigrantes. Hoy, la red Soros, que promueve una sociedad global abierta y busca abolir los marcos nacionales, es la mayor amenaza que enfrentan los estados de la Unión Europea. Los objetivos de la red son obvios: crear sociedades abiertas multiétnicas y multiculturales acelerando la migración y desmantelar la toma de decisiones nacional, poniéndola en manos de la élite mundial».
Proyecto soberanista en el que se recuperaron, parcial o totalmente, diferentes ramas de la tradición conservadora húngara (más liberal o más religiosa), con clásicos como Ferenc e István Széchenyi o Aurél y József Dessewffy, y referen-tes como Thomas Molnar, John Kekes y Aurél Kolnai. Y en el que participaron, o al que matizaron, diferentes pensadores de primer nivel: Ferenc Hörcher y su «conservadurismo prudente», el liberalismo independiente de Miklós Cseszneky, la historiadora nacionalista Maria Schmidt, el politólogo András Lánczi y su Manifiesto Conservador (2002), el sociólogo católico Attila Károly Molnár, Tibor Navracsics (que llegó a ser Ministro de Justicia y de Asuntos exteriores) o el jurista István Stumpf desde la Fundación Századvég Alapítvány. Y en plena crisis del Coronavirus, ante la nueva estrategia globalista del «consenso liberal-progresista» (liderado no tan simbólicamente por Soros), Hungría debía resistir (como su socio polaco). Por ello Orbán publicaba lo siguiente:«A lo largo de la historia, la fuerza de Europa siempre se ha derivado de sus naciones. Aunque de diferentes orígenes, las naciones europeas estaban unidas por las raíces comunes de nuestra fe, ya que fue la libertad cristiana la que aseguró la libertad de pensamiento y de cultura y creó una competencia benigna entre las naciones del continente. Esta magnífica amalgama de contrastes convirtió a Europa en la principal potencia mundial a lo largo de siglos de historia».
Hungría podía marcar el camino en defensa de la «identidad tradicional», como otras naciones de Europa del Este que habían superado la dictadura comunista y ahora afrontaban la dominación neoliberal (de las viejas izquierdas y las viejas derechas). Por ello, frente a las amenazas de la plutocracia globalista a la misma, proclamaba que «la experiencia histórica nos dice que Europa volverá a ser grande si sus naciones vuelven a ser grandes y resisten todas las formas de ambición imperial».
En un plano similar se manifestaba el gobierno de Polonia bajo el mandato de Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość) desde 2015, en este caso desde un soberanismo católico social y estatista en la intervención y protección (heredando la tradición de sindicato anticomunista Solidaridad). Para su fundador y líder Jarosław Kaczyński la nueva Polonia soberana era un «dique contra el mal que está creciendo en la UE, y que realmente está amenazando nuestra civilización», la cual solo podía hundir sus raíces en el cristianismo; y añadía que no solo debían atender a la «defensa de Polonia y los intereses polacos, sino también la defensa de esta Civilización», que era «la misión de nuestra delegación… nuestra misión polaca en la Unión Europea». Y Kaczyński apuntaba, además, que había que golpear a lo que llamaba como una «ofensiva contra los valores tradicionales y el sentido común». El Primer ministro Mateusz Jakub Morawiecki declaraba, por ello y de manera abierta, que «somos parte de la Unión Europea, pero queremos transformarla, volver a cristianizarla. Este es mi sueño».
Y apuntaba además que: «Estamos construyendo Polonia como un Estado fuerte y eficiente, pero también como un Estado que incorpora valores universales y cristianos. Vamos a defender los mismos, así como nuestra singularidad, contra el fondo (por desgracia, debemos decir) de laicización que lleva al más profundo consumismo, a la falta de principios y a la falta de valores que están presentes ahora en Europa Occidental. Polonia recuerda hoy a Europa que no puede tener futuro sin sus valores fundacionales».
Nota: Este artículo un extracto del citado libro
Sergio Fernández Riquelme es historiador, doctor en política social y profesor titular de universidad. Autor de numerosos libros y artículos de investigación y divulgación en el campo de la historia de las ideas y la política social, es especialista en los fenómenos comunitarios e identitarios pasados y presentes. En la actualidad es director de La Razón Histórica, revista hispanoamericana de historia de las ideas.