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Jean Thiriart: paladín de la Europa histórica


Carlos Martínez-Cava | 14/10/2020

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Muy lejos de las construcciones administrativas, de las edificaciones de tecnócratas que idearon un mercado entre las naciones que quedaron al lado oeste del muro que partió Berlín en dos tras los escombros de 1945, se alza la figura de Jean Thiriart. Un belga que supo proyectar una idea-mito fundacional capaz de atravesar las décadas y desafiar el economicismo mediocre de quienes todo lo fiaban a intercambios meramente comerciales.

Cuando se leen hoy, en el año 2020, sus escritos de los años 60 sabemos que el mundo ha cambiado mucho desde entonces. Que el comunismo soviético cayó con el Muro y que el capitalismo, lejos de caer también, mutó en globalismo unipolar que trata de imponerse a todas las culturas. Pero de aquellos ensayos y de su acción política, surge algo muy diferente a meros análisis coyunturales. De Thiriart emerge la bandera de una Europa soberana como hogar para más de 400 millones de hombres con una historia y una identidad griega, romana e indoeuropea común.

Es, precisamente, en este momento histórico cuando la cosmovisión de Thiriart cobra una actualidad juvenil frente a los imperialismos atlánticos y asiáticos que tratan de doblegar definitivamente lo que ha sido el Heartland del mundo, creador de cultura y civilización.

Otra Europa unida, de Brest a Bucarest y más allá de los Urales, fue anunciada por él. Su denuncia de los futuros parlamentos de Estrasburgo y Bruselas por aspirar a un Estado Europeo privado de Historia y capacidad real política fue providencial. La Unión Europea no es Europa. Thiriart pensaba siempre en las raíces clásicas, en la mitología de aquella Afrodita dándole la vida a la Galatea de Pigmalión.

La Europa de Thiriart, soberana y enraizada era, igualmente, impensable sin la proyección social y comunitarista. Jamás pensó que la liberación de los pueblos de Europa sometidos al comunismo o a la dependencia atlántica fuera posible sin la liberación social de sus trabajadores sometidos a regímenes despersonalizados. Él mismo señalaba que «todos aquellos que trabajan por la prosperidad de las empresas (obreros, empleados, cuadros) tienen derecho por su trabajo a una parte de la propiedad de esas empresas, al menos cuando estas posean riqueza real: su producción».

Escrita en 1964, su obra dirigida a ese imperio de 400 millones de hombres que él claramente vislumbraba iba dirigida a todos cuantos no aceptaban la servidumbre, a todos los prisioneros de cárceles físicas (al Este) y espirituales (al Oeste). Thiriart hizo un llamamiento a una nación que ha de ser para decirles que no se sintieran solos, que llegaría un día que el ocupante extranjero abandonaría nuestro suelo.

Muy lejos del gestor de una legislatura mediocre, Jean Thiriart se erigió como el antorchado de otra Europa que rechazaría a quienes trataren de imponerle otro destino. Su anticomunismo fue parejo de su antiamericanismo. No deseó nunca estados satélites de Washington.

Heredero del pensamiento nietzscheano denunció esa «felicidad» del último hombre que parece haberse insta-lado como fin inevitable.

Con obras como la suya comprendimos, al igual que con la de Dominique Venner, que si hablamos de patria hablamos de Europa.

Dejamos la invitación a sumergirse en sus textos, muchos de ellos escritos bajo privación de libertad pero con la fuerza torrencial de un alma que siempre fue libre.

Nota: Este artículo es un extracto de la presentación del número 3-4 de la revista en papel de Adáraga bajo el título Jean Thiriart: El gran europeo del siglo XX.