El sistema bancario es ahora uno de los instrumentos privilegiados con los que la nueva élite plutocrática neofeudal impone y organiza su propia dominación. En particular, la esclavitud formalmente libre que hoy campa a sus anchas en el nuevo mundo refeudalizado se asienta no sólo en la ficción jurídica del contrato precario, sino en el mecanismo de la deuda y de esa usura que «ofende la bondad divina» (Infierno, XI, vv. 95 -96): y que, incuestionablemente condenada por algunos «grandes espíritus» de la conciencia filosófica occidental (desde Aristóteles hasta Santo Tomás), hoy se hace cada vez más masivamente presente en el escenario global.
Una nueva esclavitud económico-financiera despoja de soberanía a la «masa maldita» de la globalización
La esclavización de la masa precaria y de los estados soberanos cada vez más expropiados se realiza, de hecho, también a través de una deuda cuyas formas se acercan cada vez más al sucio lucro de la usura, lo que respalda la tesis de Proudhon sobre la diferencia puramente nominal entre la figura del banquero y la del usurero. La nueva esclavitud económico-financiera de la masa maldita de la globalización aprisiona al deudor en una deuda que ya no podrá pagar y, de esta forma, lo va despojando de todo.
En palabras de Ezra Pound, «el instrumento moderno para imponer la esclavitud es la deuda». Por eso, los artífices del globalismo y los almirantes de la privatización total empujan a los Estados a la deuda pública y a los ciudadanos a la deuda privada, colocando a sus serviles mayordomos en los gobiernos y desbaratándolos desde dentro, con la retórica de la «cesión de soberanía». Los estados como ciudadelas de comunidades éticas aún no disueltas y como baluartes de bienes comunes aún no «privatizados», es decir, saqueados por señores globalizadores poseían soberanía nacional.
Así lo argumentó Maurizio Lazzarato en su estudio La fabrique de l’homme endetté, que muestra cómo la ética de la deuda domina hoy, con la sustitución programática del bienestar por el endeudamiento: desde temprana edad, los ciudadanos tienden a endeudarse. De esta forma, se vuelven cada vez más dependientes del sistema bancario, al que deberán devolver el dinero prestado a lo largo de sus vidas. Esto es, por ejemplo, lo que, a partir de 1989, sucede cada vez con más frecuencia en los Estados Unidos de América, donde los estudiantes, para poder acceder a las universidades privadas, se ven obligados a endeudarse para poder hacer frente a las tasas: se endeudan por grandes cantidades que tendrán que pagar durante su carrera.
En términos convergentes, la fábrica de deuda también opera reemplazando las formas tradicionales de garantía de salud y seguridad social por seguros privados que refuerzan el mecanismo de captura de deuda. Una espiral imparable Al utilizar el crédito como estrategia de financiación al consumo (cuotas, préstamos, hipotecas, tarjetas de crédito, etc.) se duplica el dispositivo de explotación del trabajador. Este último es rutinariamente sometido a los procesos de extorsión de plustrabajo por parte de la empresa donde trabaja y, en conjunto, como consumidor financiado, somete a la institución bancaria o financiera específica que le adelanta el dinero que necesita para su consumo.
Con el paso del fordismo a la precariedad de la sociedad postindustrial, la economía redefinida como la nueva economía de lo inmaterial y de la deslocalización permanente ha dejado de estar impulsada por los salarios y su capacidad de llevar al Siervo a la esfera del consumo. Para que la esfera de la circulación siguiera existiendo ante la compresión de los salarios y la precariedad del trabajo, era necesario lograr que la economía comenzara a ser impulsada por un nuevo elemento: y coincidió con el endeudamiento y la financiarización, con la redefinición anexa de las multitudes empobrecidas, anglófonas y desterritorializadas como plebe post-identitaria dedicada al consumo americanizado a través de prácticas permanentes de autoendeudamiento. A través de las formas de deuda, el capital pudo optimizar las ganancias como nunca antes. Ahora podía permitirse pagar a los trabajadores a niveles increíblemente bajos, sin afectar la esfera del consumo y, al mismo tiempo, obligarlos a endeudarse y, por lo tanto, caer en la espiral de una deuda destinada a nunca extinguirse.
La trampa de la culpa
De este modo, la ética de la deuda hace coincidir la producción económica con la de la subjetividad: y determina formas cada vez más intensas de dependencia de la nuda vida y de la sociedad de un sistema bancario y financiero intrínsecamente usurocrático, que se erige como acreedor universal. El sistema de endeudamiento genera «dispositivos de captura», que resultan ser simbólicos y culturales, además de económicos.
Producen la culpabilidad permanente del sujeto y su captura, atrapados en la red del pago a plazos inextinguible. Se sigue, sin embargo, la paradoja evocada por Derrida de un sistema mortífero que, a través de los mecanismos del endeudamiento, desespera a una parte cada vez mayor de la humanidad y la excluye de ese mercado que, con un movimiento contrario, aspira por su misma esencia a incluir todo.
Diego Fusaro (Turín, 1983) es profesor de Historia de la Filosofía en el IASSP de Milán (Instituto de Altos Estudios Estratégicos y Políticos) donde también es director científico. Consiguió el doctorado en filosofía de la historia en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán. Fusaro es discípulo del pensador marxista italiano Costanzo Preve y del renombrado Gianni Vattimo. Es un estudioso de la filosofía de la historia especializado en el pensamiento de Fichte, Hegel y Marx. Su interés se orienta hacia el idealismo alemán, sus precursores (Spinoza) y sus seguidores (Marx), con un énfasis particular en el pensamiento italiano (Gramsci o Gentile entre otros). Es editorialista de La Stampa e Il Fatto Quotidiano. Se define a sí mismo «discípulo independiente de Hegel y Marx».