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Reino Unido: el sabotaje del Brexit


Georges Feltin-Tracol | 05/03/2023

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Más de seis años después de esta votación crucial y dos años desde la salida efectiva del Reino Unido de la llamada Unión Europea el 1 de enero de 2021, la opinión pública británica parece recapacitar.

La síntesis de los distintos sondeos daría una mayoría media del 57% de los electores interrogados a favor de un retorno al redil de Bruselas y Estrasburgo. Sin embargo, ni los conservadores actualmente en el poder, ni el Partido Laborista, que sigue ampliamente en cabeza según los sondeos, piensan presentar una nueva solicitud a la Unión Europea sin beneficiarse de las exenciones. Esto no impide que el editorial de Le Monde del 7 de febrero de 2023 babee de placer. El texto evoca la apariencia semántica de los rejoiners (partidarios del reencuentro) y los bregret (arrepentimiento por haber aprobado el Brexit).

Gran Bretaña se encuentra inmersa en una serie acumulativa de profundas crisis. La altísima inflación está alimentando la actual crisis económica. A pesar de las restricciones legislativas socialmente liberticidas, numerosas huelgas afectan a sectores enteros y sumen al país en una terrible crisis social. La crisis política se manifiesta a través de cinco primeros ministros (David Cameron, Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak) y dos disoluciones (2017 y 2019) en seis años. Los interrogantes sobre el futuro de Escocia e Irlanda del Norte terminan de debilitar un conjunto institucional en descomposición.

Los estudios estadísticos muestran un empobrecimiento acelerado de las clases medias y trabajadoras. También hay escasez de diversos productos. El nuevo control aduanero con el mercado único europeo recortará el 15% del comercio británico total, por no hablar del aumento de los impuestos sobre las importaciones de alimentos. También escasea la mano de obra. Le Figaro (10 de febrero de 2023) explica que, en junio de 2022, la migración neta procedente de Europa era ya negativa. Conseguir que un parisino, un berlinés o un milanés vengan a Londres, Dover o Edimburgo para ocupar un puesto de trabajo concreto requiere una cantidad increíble de trámites burocráticos. En cambio, la migración neta de no europeos a Gran Bretaña siguió siendo ampliamente positiva (más de medio millón de permisos en un solo año). Albión recurre a la Commonwealth por su cuenta y riesgo…

El sistema mediático de la mente ocupante culpa al Brexit, a los dos años de coronavirus y a la guerra de Ucrania de este contexto de prueba. En realidad, estos tres factores no son más que magníficos pretextos que evitan detenerse en la gran responsabilidad del parlamentarismo británico y de cuatro décadas de contabilidad neoliberal. En efecto, más que un Brexit mal negociado, los británicos están pagando por años de liberalismo desenfrenado desde Margaret Thatcher a Rishi Sunak pasando por los laboristas Tony Blair y Gordon Brown. Las sumas astronómicas que se cobran a los hogares por su consumo de energía, ¿no son un efecto inmediato de un mercado abierto, privatizado, supuestamente libre y competitivo?

Bajo su aire de bufón globalista, Boris Johnson comprendió esta disfunción. No obstante, su intento de rectificar la situación se vio obstaculizado por el escándalo mediático del partygate. Johnson se había atrevido a desafiar la doxa thatcheriana. Tuvo que pagarlo caro. Múltiples e intensas divisiones internas recorren a los tories entre arribistas oportunistas, neo-thatcheristas incurables, social-liberales wokistas, reaccionarios patentes y eurófobos empedernidos. Los odios son tan grandes que impiden a cualquier jefe de gobierno sensato dirigir correctamente su país porque depende de los humores de su turbulenta mayoría en la cámara de los comunes.

Las negociaciones con Bruselas han reafirmado el papel decisivo y soberano del Parlamento británico. La intervención del Tribunal Supremo, creado en 2009, aumenta la inseguridad jurídica y debilita las prerrogativas del ejecutivo, atando a los distintos inquilinos del 10 de Downing Street a los procedimientos parlamentarios convencionales. ¡Ningún primer ministro tiene ahora el control! Todos estos elementos han contribuido al sabotaje del Brexit. La incompetencia británica se une aquí a la voluntad de los organismos pseudoeuropeos preocupados por impedir que otros Estados se liberen de su demencial control eurocrático.

Escribiendo en la época de la crisis financiera subprime, el economista euroescéptico Jacques Sapir aboga en La démondialisation por la evolución de la eurozona, la transición a una moneda común y una ruptura radical capaz de «volver a encarrilar la construcción europea y hacerla seguir el camino del que nunca debió apartarse, el del pleno empleo y el progreso social». Incluso antes del Brexit y de los numerosos contratiempos que le siguieron, abogó por la unidad del liderazgo político. Recuerda que «olvidamos con demasiada frecuencia que la Constitución francesa contiene un instrumento adaptado a las situaciones de emergencia (…). Se trata del artículo 16». Utilizado una sola vez en 1961 con ocasión del golpe de Estado de los generales en Argel, este artículo, esencialmente schmittiano, otorga al presidente de la república poderes excepcionales por tiempo indefinido. En este contexto concreto, Jacques Sapir propone que «en el marco del artículo 16, el Gobierno pueda solicitar al Banco de Francia anticipos de tesorería denominados en euros para cubrir una parte de la deuda pública, que sería así recomprada mediante el canje de letras del Tesoro». Sin embargo, el jefe de Estado que aplicara esto tendría que tener un carácter fuerte. Pero el carácter es un bien escaso en las clases políticas británica y francesa.

Incapaz de liberarse de patrones institucionales inadaptados a las circunstancias provocadas por el Brexit, el Reino Unido se está erigiendo en perfecto contraejemplo de la espiral eurocrática. Parafraseando a un célebre bolchevique, salir de esta falsa unión no es una cena de gala, sino una operación quirúrgica de guerra, de ahí el saludable uso del artículo 16.

Fuente: Euro-Synergies