Algo cambió en el momento en el que vi aquel vídeo. Algo había en aquella producción que me removió. En un primer momento, no sabía darle nombre a aquella sensación. Extraña cuanto menos. Sin lugar a duda, un vacío se había vuelto a llenar pero tampoco sabía muy bien que era lo que se había llenado. Me he pasado días pensando y reflexionando sobre todo aquello que me despertó. Y tras todo este tiempo, creo que, por fin, puedo ponerle nombre. Aquello que volvió a mí fue la esperanza.
No, no penséis que en algún momento he pensado en quitarme de en medio. Mi recuperada esperanza fue otra. La de no dejar caer a España, la de que sus pilares vuelvan a ser fuertes. Entonces, decidí que algo había que escribir. Es de las pocas cosas que se me dan bien. Y en eso estamos. Porque lo importante es vivir, pero no vivir de cualquier manera sino al servicio de una causa noble y justa: la de salvar a España de sus enemigos. A España solo la van a salvar unos cuantos hombres buenos. Y, eso, sois vosotros, hombres buenos. Todos los que habéis hecho posible esta campaña.
El sistema nos los está arrebatando todo. Sobre todo la familia y la nación. Porque la familia es la estructura fundamental sobre la que se sustenta el ser humano y, sobre la cual, se construye la patria. Este algo, estas causas, son aquellas que provocan la eliminación del alma. Y, quizás, el inicio del camino para poder recuperar el alma sea recuperar a Dios. Porque Dios forma parte de España y España, forma parte de Dios. Quizás sea la esperanza en Dios lo que pueda evitar la caída de nuestra nación.
Si vosotros creéis en esa fuerza exterior, en esa potencia, en ese algo trascendente, no dejéis de luchar por él. No dejéis derribar la cruz, llevadla siempre encima, enarboladla con orgullo y con honor. Ser dignos de Dios y ser dignos hijos de España. Es posible que cuantas más almas consigáis salvar de los enemigos, más favorable sea vuestra tarea, pero os advierto que será ardua, difícil y en muchos casos terrible. Y es por ello, por lo que debéis rogar a Dios la fuerza suficiente para cumplir con vuestra misión.
Dios no solo debe estar en lo más profundo de vuestros corazones, debe salir a la calle y mostrarse como anhelo. Como la esperanza de vivir, que nunca debería perderse. Dios es vida. Y, la vida, es Dios. Una vida entregada al servicio de los demás. En eso también consiste nuestra lucha, en hacer todo lo posible por aquellos que lo han perdido todo. La esperanza, la posibilidad de formar una familia o el tener que emigrar fuera del territorio nacional.
El capitalismo ha transformado a los seres humanos en mera mercancía. Tanto tienes, tanto vales. Le han arrebatado el valor a la vida. Nos han despojado de lo verdaderamente importante: nuestra humanidad. Y eso, es algo que debemos tratar de recuperar. Cuando recuperemos aquello que verdad nos hace ser, podremos volver a sentir. Y quien sabe si con ello podremos volver a sentir a Dios.
Si ahondamos en la cuestión, la ideología liberal se ha transformado en una nueva teología. El dinero ha sustituido a Dios, desplazándolo del centro, haciendo que Él deje de iluminar el camino, por el cual los hombres deben transitar. Ahora, este camino es oscuro, donde todas las referencias morales se han perdido. Se han sustituido las virtudes morales por las meros valores comerciales. Por desgracia, el camino de la virtud ya no es intentar ser semejante a Dios, como decía San Gregorio de Nisa. El camino de la virtud, en la época del capitalismo, se basa amasar mercancías. Pues el ser humano es ahora una simple mercancía.
Este ser como mercancía solo vale como objeto. Mejor dicho, como objeto intercambiable. Tiene un valor, pero no tiene un valor humano, ni moral, sino un valor productivo. ¿De verdad eso es lo que hace a un ser humano? ¿De verdad la vida de un ser humano solo vale dinero? ¿De verdad el ser humano solo tiene valor en referencia a aquello que produce? A todas esas preguntas deberíamos poder contestar con un no absolutamente rotundo. El ser humano tiene un valor, por sí mismo y, sobre todo, para los demás.
En estos tiempos, donde las personas han fijado su vista en la tierra, algunos dirigen su mirada al cielo. Muy pocos miran allí donde hay una luz que resplandece. Y, menos, se dejan abrazar por el candor y la bondad. Nuestra lucha es la del bien, lo bello y lo sublime frente a la oscuridad, el mal y lo macabro. Nuestra lucha es la de Dios. No es la hora de poner la otra mejilla, las afrentas hechas hacia nuestra civilización reclaman la espada. Pues al igual que el Arcángel San Miguel arrojó al diablo, nosotros hemos de hacerlo de nuestros barrios, de nuestros pueblos, de nuestras ciudades, de nuestras provincias, de nuestros países y de nuestro continente europeo, tan rico como noble en cualidades.
Cualidades como la nobleza, la prudencia, la valentía, el coraje, el orgullo, la lealtad y la fidelidad a los vuestros, cualidades que todos los que estéis leyendo estas líneas ostentáis. Pero no vale con tenerlas, hay que demostrarlas en nuestro día a día. Pues a nosotros, a los verdaderamente patriotas, a aquellos que no nos dejamos engañar por el liberalismo o la «derechita cobarde», aquellos que creemos en la nación como instrumento que sirva para la implantación de la justicia social, a nosotros se nos exige el doble que a los demás. Nuestro comportamiento debe ser siempre perfecto y no solo de cara a los demás, si no, sobre todo, de cara a nosotros mismo.
En estas fechas tan señaladas, con el nacimiento del Hijo de Dios, felicitad la Navidad, decir al que os diga felices fiestas que no es una fecha cualquiera. No ser creyente no es impedimento para defender nuestras tradiciones, nuestra cultura. Pues son las tradiciones no solo son aquello que nos conecta con el resto de nuestra comunidad, sino que, además, son nuestras raíces. Raíces que se pierden en el tiempo y que, por ello, sirven para vincularnos con nuestros ancestros. Nos conectan con aquellos que defendieron esta tierra muchos siglos antes que nosotros.
Nuestra cultura, nuestra moral, nuestra ética, es una ética cristiana. Y, así debe ser. España no puede ser concebida sin el cristianismo, la Hispanidad se fundó en él. La cruz no solo es el símbolo de la cristiandad sino también el símbolo de nuestra patria. La cruz nos conecta con lo trascendente, con aquello que solo se puede sentir, y eso es España, algo que solo unos pocos podemos sentir. La sentimos y por eso nos duele, al ver que los enemigos de la cristiandad son también los enemigos de nuestra nación. Enemigos que tienen muy claro aquello que deben hacer, para quitarnos la ilusión, quitarnos aquello que nos hacen verdaderamente humanos, pues lo que nos hace verdaderamente humanos es la capacidad de sentir compasión, fraternidad, concordia y armonía para con los nuestros.
Es por ello, que, en estos días de recogimiento, debemos coger fuerzas de donde verdaderamente nacen, de nuestras familias. Es el momento de dedicar más tiempo a los nuestros, de disfrutar con aquellos que nos lo dan todo cuando pasamos por malos momentos. Coged fuerzas pues los retos que debemos afrontar en el año entrante no son baladíes. La miseria moral, la corrupción del alma existentes en nuestras sociedades, nos exigen hacerles frente y no podemos dudar, que la lucha será dura.
Pero para que nuestra lucha sea más llevadera y podamos salir victoriosos creed en lo que hacéis, entrenad, formaos, estudiad, rezad, pero sobre todo amad. El amor es, quizás, la fuerza más potente del universo. Amad a vuestros padres, a vuestros hermanos, amad a vuestras vuestros maridos, a vuestras mujeres, a vuestros novios y a vuestras novias. Amad todo aquello que os guste y hagáis con pasión. Pero, sobre todo, amad a España. Tened claro que todo aquello que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal.
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Para terminar, quiero mandar un mensaje a toda la comunidad de Facta, a la que siempre estaré agradecido por tratarme tan bien cada vez que estoy allí y que, de verdad, me contagian su juventud. Además, estas letras no hubieran sido posibles sin su magnífica acción contra los suicidios pues están inspiradas en esa magnífica campaña.
Pasaréis momentos muy buenos, buenos, malos y muy malos. Pero os aseguro que todas las comunidades militantes son así. Lo que nunca debe faltar es el espíritu de compañerismo. Nunca dejéis caer al amigo caído y si cae, intentad levantarle lo antes posible. Nunca deis por perdido a nadie. Habéis elegido un vida dura, la del militante nacionalista que vela por hacer llegar la justicia social, pero seguramente, también la más satisfactoria.
Encontraréis la satisfacción del deber cumplido en hacer aquello que nadie hace: salir a poner carteles a de madrugada con la temperatura bajo cero. Quedar a desayunar con vuestros camaradas para después ir a repartir a los vecinos de los barrios folletos sobre algún problema y luego instalar una mesa de alimentos para ayudar a los españoles más desfavorecidos. Satisfacción que seguro ya encontráis después de los animados debates en el Frankfurt o después de las magníficas jornadas culturales de los viernes. Por ello, salir a poner un cartel, por superfluo que os parezca, es hacer nación, es hacer comunidad, es, sobre todo, hacer patria. Porque militar son, como decís en Facta, «hechos, no palabras».
Santiago Prestel es de profesión servidor público y de vocación filosófica. Esta inquietud le ha llevado a estudiar en profundidad los movimientos nacional–revolucionarios y nacional–sindicalistas en España. Desde muy joven ha estado ligado a organizaciones de carácter social y nacional de Madrid. Todo ello con el único afán de tratar de mejorar las condiciones de vida de los españoles a través de la justicia social.