¿Se avecina una Tercera Guerra Mundial?

       

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De la revolución al golpe de Estado: «Todo el poder para los Sóviets»


Sergio Fernández Riquelme | 25/08/2020

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Ante los planes bolcheviques, en junio el Gobierno respondió ilegalizando al movimiento de Lenin, huyendo el mismo a Finlandia, siendo prohibiendo su periódico Rabochi i Soldat (Obrero y Soldado), disolviendo el regimiento de artilleros que los apoyaba, y restaurando la pena de muerte.

Y en julio se nombró a un nuevo presidente de consenso, el brillante orador Aleksandr Kérenski, para afrontar los grandes objetivos revolucionarios: la inevitable firma de la paz (pese a los esfuerzos del general Brusílov para terminar una guerra que desangraba al país), la reclamada jornada laboral de ocho horas y la histórica reforma agraria. Pero esta situación fue aprovechada por los contrarrevolucionarios, que lograron el nombramiento por parte de Kérenski del prestigioso general nacionalista Lavr Kornílov (de humilde origen cosaco) como nuevo comandante en jefe (con la expresa misión de recuperar la disciplina militar, evitar la descomposición del ejército y controlar el orden social). Incluso los Kadetes de Miliukov y el sector socialrevolucionario de Muraviov vieron la necesidad de un implantar un régimen autoritario ante la creciente amenaza bolchevique.

A finales de agosto de 1917 el mismo Kornílov envió tres regimientos de caballería por ferrocarril a Petrogrado para eliminar el todopoderoso y autónomo Sóviet local, proclamando: «Pueblo ruso: La madre patria está en vías de desaparecer. La hora final se aproxima. Obligado a expresarme con claridad, yo, el general Kornilov, afirmo que el gobierno provisional actúa bajo la presión de la mayoría bolchevique de los soviets, de pleno acuerdo con el Estado Mayor alemán, que planea un desembarco en la costa de Riga, destruye el ejército y desorganiza el país. Aquellos cuyo corazón late por Rusia, los que creen en Dios y en su Iglesia, rezan a nuestro Señor para que se realice el más grande de los milagros; la salvación de nuestra tierra natal. Yo, el general Kornilov, hijo de un campesino cosaco, os digo a todos que no deseo nada más que la salvación de la gran Rusia. Juro que gracias a la victoria sobre el enemigo, conseguiré llevar al pueblo hasta la Asamblea Constituyente en la que decidirá su propio destino y podrá elegir su forma de gobierno».

Tras el fracaso de la intentona de Kornílov (en gran parte por las reticencias de Kérenski), los bolcheviques se hicieron definitivamente con el control del Sóviet y de la capital con el apoyo de los marineros de la base de Kronstadt. El 30 de septiembre Lev Trotski fue nombrado como presidente del Sóviet.

«Todo el poder para los Sóviets«. El lema bolchevique se fue imponiendo en mítines y manifestaciones, en la prensa y en las escuelas de Petrogrado, impulsando sus victorias electorales, apoyando las sangrientas rebeliones campesinas y legitimando la resolución de 31 de agosto de 127 Sóviets por un nuevo régimen político. Se creaba una administración paralela prepara para tomar el poder.

Y se tomó durante la segunda Revolución de Octubre, comienzo del golpe de Estado que dotó al partido bolchevique de poder absoluto y permitió la implantación final de un régimen totalitario a través del organismo supremo Sovnarkom, a través de una estrategia efectiva y directa: eliminando progresivamente a los demás grupos opositores, extendiendo la red de Sóviets (supuesto órgano de campesinos y trabajadores) por las principales ciudades, y creando una paralela y represiva Guardia Roja.

Vladimir Lenin regresaba de su exilio en abril de 1917 con ayuda del gobierno alemán, quién preparó su viaje de vuelta a Rusia con su familia y seguidores; somo señaló un agente germano en Estocolmo a las autoridades de Berlín: «Exito de la llegada de Lenin a Rusia. Se está comportando exactamente como deseamos». Y el citado Sovnarkom (órgano proletario colegiado) se retiró de la Primera Guerra Mundial tras la firma del Tratado de Brest-Litovsk en 1918, comenzando la movilización para hacer frente a la «reacción blanca«. Se iniciaba una cruel guerra civil ante el avance de las fuerzas antibolcheviques y monárquicas reorganizadas en las zonas rurales y fronterizas del antiguo imperio.

Para Lenin y Trotski había llegado el gran momento. En octubre de 1917 decidieron dar el paso para acabar con la situación de doble poder e implantar el soñado gobierno soviético. La debilidad de Kérenski, las agudas divisiones políticas, la paupérrima economía, el conflicto social intenso y la guerra aún abierta les otorgaba la coyuntura perfecta. Frente a las tesis marxistas ortodoxas de Kámenev y Zinóviev, que consideraban que el proletariado ruso aún no estaba maduro para procesos revolucionarios terminales, el Comité Central dio la orden de la insurrección.

Se creó un órgano militar revolucionario bajo control del Sóviet de San Petersburgo, se expuso públicamente la decisión en la prensa durante días, y la noche del 6 al 7 de octubre (según el calendario juliano ruso) la Guardia Roja asaltó casi sin oposición el Palacio de Invierno (tras tomar previamente el Banco Central y la oficina telefónica). Dos semanas más tarde Trotski anunció oficialmente la disolución del Gobierno provisional y se ratificó la autoridad ejecutiva suprema del Sovnarkom como Consejo de Comisarios del Pueblo durante la celebración del II Congreso Panruso de los Sóviets de Diputados de Obreros y Campesinos (controlado por 382 bolcheviques de 562 delegados presentes); ante tal situación gran parte de los socialistas revolucionarios y de los mencheviques abandonaron o no asistieron a dicho Congreso, que a su juicio legitimaba la toma ilegal del poder, creando frente a él un efímero y alternativo Comité de Salvación de la Patria y de la Revolución.

«Vamos a proceder a la construcción del orden socialista». Estas palabras de Lenin en su primera aparición pública tras el golpe se convirtieron en el lema del nuevo Gobierno, cuyas primeras medidas fueron: establecer conversaciones de paz con los países beligerantes en la guerra, promulgar el decreto sobre la tierra que abolía sin indemnización la propiedad agraria y transmitía la misma a los Sóviets de campesinos, nombrar como  máximo órgano ejecutivo estatal al Sovnarkom diciembre (el cual abolía la pena de muerte, nacionalizaba los bancos, reconocía el derecho de autodeterminación de las nacionalidades, creaba una milicia obrera y separaba Iglesia y Estado). Un modelo que, como proclamó Trotski en el II Congreso de los Sóviets, debía ser exportado; por ello se apoyaron los breves e infructuosos intentos revolucionarios en Alemania (como la revolución espartaquista), en Hungría (con los 133 días de gobierno de Bela Kun) y en Finlandia.

De la revolución al golpe de Estado

1. Una transición fallida
2. «Todo el poder para los Sóviets»
3. Los más fanáticos, los más implacables

Sergio Fernández Riquelme: El renacer de Rusia. De las ruinas de la URSS a la democracia soberana de Vladímir Putin. Letras Inquietas (Abril de 2020)