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Defender lo que somos: mi réplica a Eugenio Musto


Diego Fusaro | 01/12/2021

Me gustaría agradecer a Eugenio Musto su revisión de mi ensayo Defender lo que somos: Las razones de la identidad italiana. En el tiempo de aguas poco profundas en el que nos encontramos viviendo, a pesar de nosotros mismos, es cada vez más raro encontrar interlocutores dispuestos a dialogar escuchando, según los cánones de la acción comunicativa.

Cada vez está más de moda golpear sin escuchar y sin leer, condenar sin siquiera intentar comprender y, antes incluso, escuchar las razones de los «condenados». Según Plutarco, cuando Euribíades, comandante de la flota, levantó su bastón para golpearlo, Temístocles, en lugar de desenvainar su espada, le dijo: «¡golpea, pero escucha!». Y eso es precisamente lo que se necesita hoy más que nunca: escuchar y dialogar, en lugar de «golpear» a los que no quieren escuchar.

Esta situación, además, me parece doblemente relacionada con el escenario que he esbozado en mi ensayo; un escenario en el que prevalece la homologación planetaria y toda voz vagamente desalineada, lejos de ser escuchada, es simplemente condenada al ostracismo de entrada, golpeada sin piedad como Euribíades estuvo a punto de hacer con Temístocles. Por ello, los momentos de confrontación y diálogo, como los que posibilita la serena y oportuna revisión de Eugenio Musto, son una excelente rareza que no debe perderse.

Por lo que he podido entender, Musto y yo compartimos, en lo esencial, el juicio sobre el presente como una época de conformismo de masas y de homologación planetaria; lo concebimos como una época de barbarie y de inmisericordia, espiritual incluso más que económica. Y es por ello que, tal vez con diferentes enfoques y procedencias, nos encontramos compartiendo una forma de espíritu escindido respecto a la época actual, en forma de mercancía: una época que cuanto más pretende valorar el pluralismo y la multiculturalidad, más impone exactamente lo contrario, id est el monólogo de masas y el monoculturalismo del mercado de los «últimos hombres» en el nihilismo.

En lo que, entiendo, nuestros caminos divergen es en el juicio sobre el propio capitalismo, que Musto justifica de alguna manera, mientras condena sus derivas contemporáneas, y que yo, por mi parte, condeno en sí mismo, considerando las contemporáneas no como derivas, sino como desarrollos necesarios del propio capitalismo. En definitiva, para Musto el capitalismo está enfermo, para mí es la enfermedad. Por supuesto, Musto utiliza la fórmula más presentable «liberalismo», pero ésta es, después de todo, la envoltura política del capitalismo, al igual que el homo oeconomicus es su envoltura antropológica, al igual que el empirismo antimetafísico es su envoltura filosófica, al igual que el colonialismo y el imperialismo son sus envolturas geopolíticas, etc.

Podría decirse que lo que se necesita es un capitalismo regulado que no «asfixie» toda instancia espiritual y política bajo el peso opresivo del rendimiento hipertrófico de la forma mercancía. Y, por supuesto, estaría totalmente de acuerdo, pero señalaría que ese modelo no sería el capitalismo, sino que ya sería otra cosa. La prueba es que, abandonado a su suerte, el capitalismo intenta romper todo freno y toda limitación de ese tipo, como nos enseña dolorosamente la historia posterior al annus horribilis de 1989.

En definitiva, para evitar que el capitalismo realice plenamente sus premisas y promesas (financiarización, inmisericordia de las clases medias, autocracia de los mercados, despolitización de la economía, deconstrucción de las democracias parlamentarias, etc.), se necesita otra cosa, que el capitalismo no es, y que podemos llamar de diversas maneras socialismo, democracia, cultura, etc. Esto significa, sin embargo, como he querido mostrar, que el capitalismo, si se le deja a su aire, se cumple en el escenario actual, que no es su perversión, sino su implementación natural.

Traducción: Carlos X. Blanco

Fuente: 21Avig