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El gran diseño de la Moscovia postsoviética y las premisas culturales de Putin


Irnerio Seminatore | 05/03/2022

Desde las guerras de Chechenia y Georgia, las teorías del imperio han dejado de ser marginales en la historiografía de la Rusia postsoviética.

Por otra parte, constituyen el caldo de cultivo cultural de los silovikis, los antiguos miembros KGB, que se han convertido en los decisores del Estado actual. Estas concepciones se reducen a un marco conceptual según el cual el estado ruso es un estado-civilización y la historia de Rusia, desde tiempos paganos, es una sucesión de imperios, los de Kiev-Novgorod, Moscovia, de los Romanov y Stalin, por ejemplo. quienes la democracia y el libre debate son enemigos mortales (Prokhanov).

En la raíz de la invasión de Ucrania está la idea de que la libertad conduce a la anarquía y a los golpes de estado (Maidan) y que estos conducen, a través de la intervención extranjera (hegemonía, OTAN, Unión Europea), al desmembramiento del estado ruso y a una amenaza vital para su existencia (misiles cercanos).

La revalorización de Stalin y su genialidad fue la de haber salvado al Estado, poniendo de nuevo en la silla de montar a la autocracia, frente a la locura democrática generalizada, imputada a los bolcheviques, culpables de haber instaurado un poder colegiado en su cúspide.

El «putinismo», en un contexto marcado por este revisionismo postsoviético, es una lectura de la realidad internacional en la que Ucrania es un no estado y un brazo armado del extranjero y éste se acerca sigilosamente en sucesivas oleadas (mediante ampliaciones de la OTAN ), con el objetivo de aniquilar a Rusia.

En este contexto, Europa Occidental, impotente, ya que subordinada a América, no puede aportar soluciones al resquebrajamiento inducido por Occidente, por la inexistencia de una política exterior autónoma y la disociación de la unidad indispensable de la «verbo diplomático y acción militar» (Raymond Aron).

Disociación que conduce directamente a un «poder desarmado» (Macron) ya una política internacional planteada como una «política de valores» según la terminología de la Unión Europea.

En una coyuntura internacional donde la posición de los Estados ya no corresponde a los principios jurídicos de independencia y soberanía, principalmente por los nuevos sistemas de armas y, desde el punto de vista del sistema internacional, por la existencia de alianzas integradoras con vocación regional, la mutación de los regímenes políticos sólo puede conducir a una reversión de alianzas y compromisos de seguridad si es instigada o apoyada desde el exterior por el líder del sistema (Estados Unidos). Tal es el caso de Ucrania.

En tales situaciones, los juegos de influencia se multiplican y las políticas de ayuda, amistad y cooperación cubren de hecho proyectos estratégicos de desestabilización (diferentes tipos de revolución de colores e intervenciones diversas, abiertas o solapadas)

Sin embargo, en el escenario mundial, la comunidad internacional representa ideológicamente la contraparte de los Estados, que nunca son completamente autónomos. En su forma y su estructura, la comunidad internacional (ONU y multilateralista), en busca de un orden estable, se pliega a la coherencia del sistema hegemonizado por la potencia dominante (América), por lo que «la competencia se organiza de acuerdo al conflicto» (Raymond Aron).

Así, el núcleo y centro de reunión de otros estados, como lugar de competencia entre las hegemonías estadounidense y rusa, se convierte no solo en Ucrania, sino en todo el espacio occidental, el Rimland europeo (Europa occidental y oriental). El tema ya no es solo regional, sino global; peor, multipolar y sistémica.

Sin embargo, la apuesta histórica que ha hecho Rusia con la invasión de Ucrania, le obliga a no sufrir una derrota, porque entonces perdería, no sólo frente a Occidente, sino al mundo entero y, en particular, a los chinos. Oriente y sería degradado en la jerarquía de la «Tríada» y de los poderes del sistema internacional en su conjunto.

En esta hipótesis y en términos de puro poder político, impuesto por el desenlace del conflicto, Putin y el putinismo pasarían de la historia y darían paso al resurgimiento del Imperio Medio.

Según observadores desencantados, con su invasión de Ucrania, Rusia haría más, por la unidad de Europa y la Unión Europea, en términos de culpa y acritud antiamericana, que la multiplicidad de cumbres y declaraciones multilateralistas de instituciones «democráticas». A esto se sumarían manifestaciones callejeras, tanto dentro como fuera de Rusia.

¿Presenciaríamos así, con la «operación especial» lanzada contra un país hermano pero esclavizado por el Hegemón, el renacimiento de la «Doctrina Medvédev» sobre la seguridad europea de 2008 en Berlín, destinada a contrarrestar a la OTAN, en un espacio euroasiático integrado, como el antiguo Pacto de Varsovia?

Este sería entonces el verdadero comienzo de la reconstitución de la Unión Rusa, es decir del estado civilizatorio, que en diferentes momentos diferentes períodos de su historia, fue llamado Gran Principado de Moscú, Reino de Moscú, Imperio de Rusia y Unión Soviética? Como recordó Putin en la Conferencia de Munich en 2007, los fundamentos de una reunión anti-hegemónica, llevada a cabo por el viento de la historia, ya estaban allí, pero aún debían ser coordinados y multiplicados, integrados por varios ejes fundamentales, ideológico, diplomático-estratégico y militar.

Eje ideológico, porque Occidente habría perdido el liderazgo intelectual y moral. Eje diplomático-estratégico, porque el poder americano es un obstáculo para el pleno desarrollo del potencial euroasiático del continente, acercando Oriente y Occidente. Eje militar, ya que el paraguas estadounidense sobre Europa se habría derrumbado. Ya que ha vivido el atlanticismo, según dijo Medvédev en 2008, «hay que hablar de unidad dentro de todo el espacio euroatlántico desde Vancouver hasta Vladivostok», pero en nombre de «intereses nacionales» y no de alianzas o bloques. Si se hubiera aceptado esta propuesta, la «solidaridad europea» se habría hecho añicos y Rusia se habría encontrado en el corazón del sistema de seguridad europeo, en simetría con el poder chino en Asia-Pacífico.

Más de un Jefe de Estado y de Gobierno de la Unión Europea piensa hoy que la operación especial consistente en decapitar políticamente a Ucrania tiene el mismo objetivo, aunque parte de la responsabilidad la tienen los europeos por no haber escuchado ni satisfecho las demandas de seguridad de Rusia desde el derrumbe de la Unión Soviética. Así, detrás de la crisis de Ucrania, la prueba de la seguridad europea tiene como objetivo la relación entre Rusia y Alemania y, más ampliamente, el enfrentamiento global entre el multilateralismo occidental y el multipolarismo euroasiático, en otras palabras, la forma democrática de gobierno y la forma autocrática.

Sergio Fernández Riquelme: El renacer de Rusia. Letras Inquietas (Abril de 2020).

Fuente: Euro-Synergies