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Reportajes

Canadá e inmigración: la nueva Torre de Babel tiene problemas…


Nicolas Gauthier | 03/09/2023

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Durante décadas, la política de inmigración de Canadá se ha puesto como ejemplo para el microcosmos político y mediático. Tierra de leche y miel, este antiguo pedazo de Francia presagiaba un futuro inclusivo y benévolo. Pero ahora, a pesar de su inmensa superficie, a priori apta para albergar toda la miseria del mundo, el modelo de Babel que se supone encarna la sociedad del futuro tiende a quedarse por el camino.

Como confirmaba Le Figaro el 28 de agosto, la inmigración masiva no es necesariamente positiva para nuestros primos lejanos. El número de inmigrantes se habría duplicado en diez años, «pasando de 259.000 en 2013 a 437.000 en 2022». El think tank L‘Initiative du siècle, equivalente local de nuestra muy socialista Terra Nova, que considera que «el crecimiento de la población canadiense es esencial para la prosperidad económica, la inclusión social y la influencia mundial del país», está detrás de esta auténtica invasión.

De hecho, el objetivo es «aumentar la población de Canadá de 39 millones a 100 millones en 2100». Ni que decir tiene que Justin Trudeau, el actual Primer Ministro, aplaude con las dos manos. Por supuesto, la inmigración masiva se ha convertido en un fenómeno mundial. Empujados por el hambre, la guerra civil y el cambio climático, los habitantes del hemisferio sur se refugian en el hemisferio norte. Ante semejante tsunami, hay varias maneras de enfocar la cuestión.

La primera es la de Estados Unidos, donde la afluencia de poblaciones extranjeras está prácticamente grabada en piedra constitucional, como nación fundada sobre esta misma inmigración, aunque ello suponga masacrar a las poblaciones autóctonas.

La segunda es la de las naciones europeas, Francia e Inglaterra, por citar sólo dos ejemplos emblemáticos, que pagan hoy el tributo del antiguo colonizador a los pueblos que fueron colonizados. Pero, salvo algunas almas enardecidas, nadie cree que esta inmigración pueda ser una oportunidad, ya que hace tiempo que se ha convertido en un problema que hay que resolver.

Canadá, ¿un laboratorio experimental?

Canadá, en cambio, no está lastrada por su difícil pasado colonial, ni tiene las ambiciones mesiánicas de su vecina americana. Y, sin embargo, insiste y persiste. Como si Canadá fuera la antesala de estas convulsiones sociales por venir y de las que ya han tenido lugar. Como si fuera el laboratorio del wokismo académico estadounidense, esta minoría que arrastra a la mayoría del país hasta el suelo. Y sin embargo, en Estados Unidos, Donald Trump y Ron DeSantis dan la voz de alarma. Pero en la Belle Province, nada. Aparte de Mathieu Bock-Côté, ensayista quebequés, cuyas alarmas sólo suenan en Quebec.

¿Esperando a que se despierten los conservadores?

La ironía de todo este asunto es que a las poblaciones que se importan por millones no les sirve el tradicional «vivre ensemble» canadiense. Es un desfile de turbantes hindúes y velos islámicos. Pero también drogadictos y mendigos, dementes mentales y marginados que hacen la vida imposible incluso al más progresista de los canadienses. Y la subida de los alquileres hace imposible que los nativos más humildes encuentren una vivienda digna. Las víctimas colaterales de esta benevolencia integradora son los comercios del Village, el barrio gay de Montreal, que tienen que cerrar uno tras otro, víctimas de una inseguridad cada vez mayor, ya que los recién llegados no siempre muestran una empatía contagiosa por aquellos cuya moral merecería la flagelación o la pena de muerte en sus ciudades de origen.

Se dice que el Partido Conservador local tiene una cómoda ventaja sobre su homólogo liberal en las encuestas. Las próximas elecciones tendrán lugar en 2025. Mucho que esperar. Y para ver cómo se pudren las cosas.

Nota: Cortesía de Boulevard Voltaire