Es el mayor error de Francisco Franco Bahamonde. El ex-rey de España, Juan Carlos de Borbón, se exilió a un país exótico para evitar una probable acusación por corrupción. Se dice que recibió un gran soborno durante la construcción de la línea de alta velocidad entre La Meca y Medina en Arabia Saudita, que no es un soborno ordinario sino soborno a un descendiente de los mismos Reyes Católicos.
El antiguo soberano, que abdicó en 2014 a causa de un frágil estado de salud, pero en realidad debido a la multiplicación de los escándalos financieros, morirá quizás fuera de esta España que no lo vio nacer en 1938, pues vino al mundo en Roma. A lo largo de una vida salpicada de lujosos safaris, muchas amantes y un sabio sentido para obtener las más fructíferas retribuciones, Juan Carlos de Borbón cometió todas sus torpezas bajo la cobertura de la imagen mediática de «salvador de la joven democracia española».
El 23 de febrero de 1981, cuando el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, ocupó las Cortes y el general Jaime Milans del Bosch sacó los tanques del cuartel de Valencia, el rey intervino en la radio y la televisión en uniforme y ordenó a las fuerzas armadas, de las que era el comandante supremo, que respetaran la ley. El golpe de estado fracasa. A partir de entonces, la opinión pública y los demás poderes lo llevaron a la cúspide como garante del proceso de democratización en curso. Mucho más tarde, algunos periodistas astutos postularían que él sabía de la existencia de este complot, que lo aprobaba y que sabría utilizarlo para hacer inexpugnable su notoriedad y facilitar así el establecimiento de un sistema industrial de apropiación indebida. Además, su esposa, la Reina Sofía de Grecia, la verdadera patrona del clan real, asiste a las reuniones del Club Bilderberg y otros cenáculos cosmopolitas. Al igual que los Windsor y otras dinastías europeas, la Casa de España está más o menos vinculada a las actividades mundialistas.
El interés de Juan Carlos por el dinero es, de hecho, sólo secundario a su traición inicial a la Cruzada de Liberación Nacional de 1936. Si los restos del Generalísimo Franco fueron profanados a instigación de perversos socialistas, la culpa original recae en el antiguo rey. Cuando su padre, el conde de Barcelona, don Juan, murió en 1993, hizo inscribir «Juan III» en su tumba del monasterio de El Escorial como si hubiera reinado de 1941 a 1975. Hay que recordar que Juan de Borbón no renunció a sus derechos reales en favor de su hijo hasta 1977… Este último le debía todo al General Franco. Al perjurar su juramento de fidelidad a los principios del Movimiento Nacional, inauguró la larga decadencia de España.
Además de la crisis económica debida a los efectos del coronavirus y el problema separatista catalán que siguió a las tensiones en el País Vasco, los frecuentes escándalos que afectaron a la familia real española desestabilizaron el reinado de Felipe VI de España. El declive moral de su padre aumenta la fractura entre una dinastía que no deja de dar garantías de corrección política, y una población cansada de la permanente impunidad concedida a los dirigentes. ¿Es seguro de que la hija mayor del actual soberano, la princesa Leonor de Asturias, será un día la cuarta reina de España?
De hecho, es de temer que estos eventos sean explotados por el gobierno de coalición Socialista-Podemos liderada por el inefable Pedro Sánchez. España podría convertirse, en el relativamente corto plazo, en la Suecia del sur, el fin definitivo de su función como katehon, explicado por Carlos Javier Blanco en un texto publicado en línea en Euro-Synergies, «Las Españas como katehon», el 14 de junio de 2020.
El Caudillo también tiene cierta responsabilidad en este colapso moral y espiritual. Al ser un descendiente de la Reina Isabel II en la persona de Juan Carlos de Bornón, aceptó desde el principio la inevitable deriva liberal y demo-plutocrática de su sucesión. Tal vez pensó que el joven heredero sería supervisado por el almirante Louis Carrero Blanco, el jefe del gobierno. Pero su asesinato en 1973 por activistas independentistas vascos de izquierda, ayudados por un poder (no árabe) en el Cercano Oriente, se arruinó esta perspectiva.
Franco podría haber recurrido al primo mayor de Juan Carlos, el Príncipe Alfonso de Borbón, jefe de la Casa Legitima de Francia, que se había casado con la nieta favorita de Franco Carmen Martínez-Bordiú en 1972, quien fuera fue apodado el «Príncipe Azul» porque estaba a favor de las tesis falangistas. Si el General Franco hubiera evitado las susceptibilidades del Príncipe Javier de Borbón y Parma, este heredero carlista habría aceptado la corona y así podría mantener la problemática unidad del pueblo español. Por último, el general Franco quizás debería haber seguido los sabios consejos de su antiguo vicepresidente, el general Agustín Muñoz Grandes, antiguo comandante de la División Azul del frente oriental, que defendía una república falangista inspirada en la República Social Italiana (1943-1945). Existían alternativas. El Caudillo prefirió una solución inmediata de una pretendida facilidad que se paga cara durante cincuenta años más.
Tanto en Camboya como en España, los raros ejemplos de restauración real de finales del siglo XX no son muy convincentes. Con la excepción del Principado de Liechtenstein, las realezas europeas ya no encarnan ni siquiera el comienzo de un mínimo de «tradicionalismo cultural». Al contrario, se unen a la decadencia de la civilización albo-europea. El renacimiento de la etimología espiritual europea no puede por lo tanto basarse en esta ilusión obsoleta, que es más mortal que nunca. La tradición no es lo que queremos mantener, pero es lo que queda cuando todo ha sido arrastrado por el maremoto de la modernidad tardía.
Fuente: Europemaxima
Nacido en 1970, Georges Feltin-Tracol es colaborador de la revista Synthèse nationale y de los Cahiers d’Histoire du Nationalisme. Colabora en la actualidad con Radio Méridien Zéro. Es autor de más de una decena de ensayos.