El euro ya es una moneda virtual. Tan incorpóreo que, en las monedas y billetes, solo vemos la apariencia de monumentos y ni el más mínimo rostro humano. Pero no paramos la marcha hacia el futuro, especialmente cuando este último no tiene pasado. Así, a partir del pasado lunes, el Banco Central Europeo ha puesto en marcha una amplia campaña pública sobre el lanzamiento de un euro digital.
Siempre a la vanguardia, cuando se trata de locura, los países nórdicos ya han tomado la delantera, nos dice Le Parisien el 12 de octubre: «En Suecia, si intentas pagar tu café con monedas, el camarero se molestará o, en el mejor de los casos, lo tomará por una persona extraña». La vida ya es demasiado corta para perder el tiempo yendo a tomar un café en Suecia. Entonces, en lo que se refiere a lo «bizarro», no vemos por qué deberíamos tomar un ejemplo de estos países protestantes que, de manera igualmente extraña, nos han bañado durante décadas con su pornografía y ahora tenemos que apoyar su puritanismo feminista. Paso.
Más en serio, vemos que, una vez más, las autoridades europeas están luchando con una guerra de demoras, siendo esta moneda digital la finalidad de compensar la tardanza frente a otras monedas privadas que comienzan a afianzarse. La primera de ellas, Libra, lanzado por Mark Zuckerberg, el todopoderoso jefe de Facebook.
Para Gilles Boyer, eurodiputado francés de persuasión «juppeísta» y ex-asesor del primer ministro saliente, Édouard Philippe, «el dinero es soberanía y las iniciativas privadas, a veces, están fuera de control». ¿En serio? Para empeorar las cosas, es un hecho que (la pandemia y el gran miedo obligan) el dinero real, en metal y en papel, son cada vez menos populares aunque, obviamente, no hayan contaminado a nadie por el momento.
Aún más en serio, esto plantea la pregunta real: ¿hacia dónde se dirige nuestro mundo cada vez más incorpóreo? Una vergüenza saber que, en gran parte, fue moldeado por este catolicismo que, precisamente, es la religión de la encarnación.
Ya no compramos discos, nos suscribimos a Spotify. Ya no compramos DVD, nos conectamos al vídeo en streaming bajo demanda. Ya no compramos libros, los hojeamos en una tablet electrónica. ¿Dónde están estos objetos que tienen alma y que se transmitieron, de generación en generación, en el pasado? ¿Dónde están los olores a polvo y a papel viejo? ¿Qué pasó con aquellos armarios en los que solíamos almacenar estos tesoros ganados con tanto esfuerzo? Además, la búsqueda de objetos raros ha perdido su placer ya que encontramos de todo en Internet.
En la misma línea pero peor, ¿dónde están los juegos de seducción de antaño? Cuando contábamos historias en la terraza de las cafetería, cuando jugábamos a los enrededos en las reuniones en lugar de buscar un alma gemela en Meetic o Tinder. ¿Captura de teclado, amor por algoritmos, niños adoptados de catálogos, humanidad aumentada? Nadamos en pleno romance.
Sin duda, habría que escribir libros completos sobre este odio a la realidad que azota a nuestra sociedad con mucha más seguridad que todos los coronavirus del mundo.
Fuente: Boulevard Voltaire
Nicolas Gauthier es un ensayista y periodista francés.