Allá por el año 1996, la editorial Barbarroja sacó a la luz el libro de Alberto Buela Hispanoamérica contra Occidente. Se trata de una colección de ensayos y ponencias que el gran filósofo argentino ha unido con un hilo conductor: la propia identidad. En este caso, se trata de la identidad del Hispanoamericano. Esperemos que éste libro vuelva a ser editado más pronto que tarde y los españoles de ambos lados del charco podamos acceder de forma más general a sus perlados y hondos pensamientos, que son muchos y fecundos.
La propia identidad
Hemos aprendido mucho de los grandes filósofos europeos contemporáneos de la Nueva Derecha, en mi caso, particularmente de Steuckers, acerca de la densidad que éste concepto de identidad adquiere en toda toma de postura revolucionaria (conservadora-revolucionaria), postura de revuelta ante la alienación a que el “Viejo Continente” se vio sometido a partir de la llamada modernidad. Eso por un lado.
Por el otro. Como asturiano, que mamé la leche identitaria, la leche de que Asturias es «la madre» de España, y como español, que mamé igual de preciado néctar mamífero, que análogamente decía que «España es la madre patria de las jóvenes naciones americanas», éste plexo de problemas que trata Buela no podía dejarme indiferente. Pues la madre con hijos abandonados es madre condenada a la tristeza, y también la mala madre aunque es madre a fin de cuentas.
La Asturias maternal de Pelayo y los Reyes Caudillos dejó de ser goda y se hizo España aplastando al moro, pero una España que no tardó en volverse ingrata y olvidadiza, dejó a su madre tirada entre sus riscos cantábricos. Por una prodigiosa analogía histórica, y en dimensiones ya continentales, la Madre España acabó, muy borbónica ella, maltratando a sus Españas del otro lado oceánico no ya como iguales hermanas, sino como hijastras colonizadas. Y es que el error de ésta Casa francesa que vino a Madrid a sentar sus reales fue tratar como colonias lo que no podía ser una y sola enorme nación, caso único en la historia universal. Los borbones no entenderán nunca la Hispanidad, idea que sí entendieron los Austrias, los legítimos sucesores de Pelayo. Desde Río Grande, y más al norte, hasta la tierra de los fueguinos, casi en el Polo Sur, pasando al otro lado del charco por los riscos y peñas, aún salvajes y godas, de Covadonga así como por los muros de sólida espiritualidad guerrera de El Escorial, «todo, todo es España».
Aprendo mucho leyendo sobre Hispanidad de mano de los grandes pensadores de América. La Hispanidad que todavía predicamos unos locos peninsulares, le resuena a la mayor porción de la gente de acá y de allá un poco como trasnochado falangismo, como ecos nostálgicos de aquel «Por el Imperio hacia Dios». No cabe duda que la retórica sin armas mueve a la risa y al desprecio. De ahí que la famosa cabra legionaria, también olvidada hoy, por donde debería desfilar todos los días es en Barcelona, pero escoltada por carros blindados de última generación, si no, la cabra debería pastar en un cercado y poco más nada. La artillería verbal de los nostálgicos peninsulares del Imperio, muy hueca e impotente, se transforma en verdadera reflexión identitaria de parte de los americanos. Digo americanos y digo de verdad, pues señala Buela la usurpación del término que los yanquis han hecho, ellos, que fueron poco más que anglosajones trasplantados. La conciencia de América está mucho más acendrada en la región austral, donde hay dolor y hay meditación sobre ese indio ya no tan indio y sobre ese español no tan español.
América es la tierra del «hóspito», nos dice el filósofo argentino. Una tierra de naturaleza desbordante y dimensiones de Cíclope, donde la empresa Pelagiana iniciada en las Asturias se eleva a la potencia n, y los conquistadores fueron, como los repobladores del yermo castellano, gentes de armas primero, y gentes de arado y caballo ganadero, después. Y humildes emigrantes y refugiados que trajeron de Europa acaso lo mejor que podían traer: catolicismo y con él, derecho romano, y con Roma y con Cristo, filosofía griega: derecho de gentes, derecho natural y concepto ontológico de persona.
América contra Occidente, sobre todo la América Hispana (que incluye, preciso es recordarlo, a la lusofonía, que también es Hispanidad). Hispanoamérica contra ese Occidente postizo, impuesto por los reformistas puritanos, los piratas anglos, los depredadores galos, los masones británicos y la secta más terrible de todas, cual es la secta de los capitalistas. La vieja Europa se ha vuelto vieja y fea a costa de la acción de todas estas fuerzas que son, en el peor sentido, «occidentales».
De la misma manera que Europa debe descolonizarse, pues los efectos de las botas de los marines yanquis, de sus bases y de sus misiles se dejan sentir tanto como sus fondos de dólares para comprar voluntades de economistas neoliberales y filósofos del «consenso» (cuando lo que es menester es un enorme y descarado disenso), América debe hacerlo también, dejando de ser una «prolongación» de Europa. Y yo quiero pensar que hay más base identitaria y más fecundas mentes para una descolonización anti-occidental en la Hispanidad de estas «republiquetas» (como Buela las llama) en busca de unión, de Patria Grande, que en los egoísmos sin límite de una falsa Unión Europea, trasunto del imperialismo sin alma de una Alemania que siempre será enana ante China, Rusia y cualquier potencia no occidental con verdadera voluntad de poder.
Una España hermana, no madre, debe traer su leche y su fermento para rehacer la «Patria Grande». Aunque nos hemos quedado con el nombre, como confuso despojo de las guerras de independencia, los españoles peninsulares miramos hacia las naciones de nuestra Hispanidad con fruto, como recordatorio de lo que debemos ser siempre: la nación más grande del globo, el proyecto de universalidad (católica) más poderoso de cuántos han sido. «Republiquetas» de talibanes catalanistas y vasquistas también las vamos a conocer aquí, precisamente porque los españoles nos hemos vuelto locos, y porque no contamos con amigos hispanoamericanos bastantes, que nos recuerden quiénes somos y de dónde venimos. Tengo por amigo al autor de un libro que me hace pensar, que me ayuda a fijar los cuadrantes de mi identidad, pasando por el trámite lógico y necesario de meditar sobre el ser Hispanoamericano.
Gracias, profesor Buela por el recado que nos manda Ud. a todos los españoles. Gracias por pensar.
Alberto Buela: Hispanoamérica contra Occidente. Editorial Barbarroja (Enero de 1996)
Carlos X. Blanco nació en Gijón (1966). Doctor y profesor de Filosofía. Autor de varios ensayos y novelas, así como de recopilaciones y traducciones de David Engels, Ludwig Klages, Diego Fusaro, Costanzo Preve, entre otros. Es autor de numerosos libros. También colabora de manera habitual con diferentes medios de comunicación digitales.