La distancia entre las élites y los pueblos, en esta Europa nuestra, no puede sino aumentar. Tronarán los media contra el demonio del «populismo», pero con ello no podrá explicarse racionalmente tal grado de sumisión y masoquismo.
Tiene que haber, en el corazón de los europeos, un mínimo de instinto de supervivencia. Hagamos cuentas, y no me voy a remitir muy atrás: a 1945, cuando fuerzas ocupantes yanquis y bolcheviques, muchas de ellas ajenas de raíz al legado y a la sangre de Europa, tomaron nuestro continente y se lo repartieron (hubo excepciones notables, como España). Acudamos a fechas más recientes: desmembración de Yugoslavia, bombardeo de Serbia, introducción de enclaves islámicos en los Balcanes y de corredores directos de yihab hasta la propia Centroeuropa, desestabilización financiera del Eurosur (España. Grecia,Italia, Portugal), terrorismo intelectual de ONGs no border… Y si nos faltaba poco, la guerra de Ucrania.
Desde un primer momento, el conflicto tenía todos los visos de haber sido conflicto buscado. y buscado exclusivamente desde una de las partes, la yanqui. La loca estrategia de la OTAN, pugnando por llegar a contar con fronteras directas con Rusia y «revolucionando» de manera colorista (el color siniestro de la CIA) a países intermedios o bajo influencia natural e histórica rusa, nos ha traído esto. Nos ha traído miles de muertos y un país en trance de destrucción y extinción. El enfrentamiento directo entre la OTAN y los rusos habría significado el estallido la Tercera Guerra Mundial de modo abierto.
Hoy, simplemente tenemos esa misma guerra mundial en estado latente, en dosis de baja intensidad, localizada en puntos calientes y en estados-basura condenados a su desaparición. Ucrania es hoy en día el basurero de la OTAN, el sumidero de la industria armamentística del país de Biden, un mero banco de pruebas de las dinámicas estímulo-respuesta con las cuales el país yanqui pugna por probarse a sí mismo, palpando hasta dónde su propia decadencia puede llegar manteniendo intacto su poder para generar el caos.
La España que por dos veces fue neutral en las conflagraciones mundiales, de manera providencial y harto benéfica para nuestro pueblo, esta vez no ha sabido aprovechar la ocasión. La explicación no se debe reducir al papel de unas «élites» locales, que obviamente no existen. Lo único que existe al frente de este barco semihundido y a la deriva que es el barco español es un partido político (PSOE) nefasto, unas siglas irreconocibles para sus propios partidarios en cada una de las ocasiones en que tuvieron responsabilidad en el timón o amotinaban la cubierta. El gradualismo del Pablo Iglesias histórico (el fundador del invento socialista en España, no el tonadillero de las alboradas de hoy) se trocó en un marxismo-leninismo que a los propios comunistas de la Tercera Internacional les parecía excesivo y fuera de tino.
La locura leninista de Largo Caballero dejó destrozada Asturias con aquel 1934 que algunos insisten en llamar revolución cuando deberían decir golpe, golpe suicida que generó una no menos criminal respuesta represiva de una Segunda República infame, pero que hoy tantos celebran, una legalidad republicana que inundó el Principado de moros y de oficiales sádicos, que hicieron de las suyas causando las muertes y violaciones inherentes a la represión del golpe. El PSOE de aquella, unido a los anarquistas nada utópicos y nada idealistas y sí llenos de odio, generó locura a su alrededor. Locura de una nación-estado fracasada en forma de jirón de un imperio caído.
Epítome de irresponsabilidad política y criminalidad genocida, el PSOE sacó pecho durante décadas por aquello de defender la «legalidad republicana». Pero su crimen es tan grande como el de los señoritos fascistizados que hablaban de «puños y pistolas» y que agitaron el ambiente de 1936 y nos llevó al desastre.
El PSOE, que era poco más que una tertulia de viejos exiliados tomando café y pastitas décadas después, cuando Franco envejecía con un poder incólume, extrañamente resucita en la llamada «transición», y el dúo andaluz de Felipe y Alfonso despierta el fervor palmero no ya sólo en sus cortijos indígenas, sino en los cenáculos germanos y yanquis. Acaso el mejor aplauso que recibieron los re-fundadores del socialismo español tomó la forma de las maletas llenas de dinero y los ingresos bancarios extranjeros. Resucitaron al muerto y a las cuatro letras de las siglas para hacer que la cosa no fuera ni socialista, ni obrera, ni española.
Pues a lo que iba, y sin desviarme del tema. En este país no hay «élites». Cuanto hay es esta maquinaria de poder, poder ejercido de forma delegada y que se mantendrá siempre y cuando las élites globalistas cuenten con tener la soberanía de España secuestrada. Qué más nos da que sea Felipe o Zapatero o don Pedrito… Estos pequeños napoleones de sainete y manicomio no serían nada sin el refrendo y la financiación venidos de fuera y la aquiescencia de una de los dos Españas, debidamente idiotizada y aquejada de los mismos males que la otra media.
Los figurantes monclovitas no tienen nada de «caudillo». Son meros productos mercadotécnicos y ellos mismos no están ahí salvo para servir al gran capital que exige que España (no) sea nada. En realidad son prescindibles y reemplazables, pero hace falta la estructura mostrenca del partido y de la partitocracia (también la liberal-conservadora) para repartir las prebendas y las poltronas, obtener recambios, reclutar palmeros, cooptar mediocres y hacer ruido y batir más y más las palmas.
Las siglas nefastas y criminales «liberalizaron» España a partir de los 80. El caso es destrozarla. En los años 30 con jerga marxista-leninista. Y hoy, con lenguaje «europeísta» y «avanzado». Su Agenda 2030, por debajo del almíbar y la infantil ideología Greta Thunberg-Papa Francisco-Foro de Davos, es pura basura, pero también es pura geoestrategia. Que España no valga un carajo, que no sea sino uno cero a la izquierda, que no estorbe los planes germanos de subsistir como potencia media subalterna al globalismo. Y ya está. Las cuatro letras, PSOE, su maquinaria, y sus napoleoncitos que se engríen en su cortijo a la par que besan botas de Obama, Biden, Soros y comisarios varios bruselenses, son el principal obstáculo para el desarrollo de una España fuerte y soberana.
La falta de fuerza y soberanía, la cobarde postura belicista y rusófoba, todo para agradar al Tío Sam, enemigo esencial de la Hispanidad, son actitudes que nos llevarán al desastre. El pueblo español como rehén: pagará caro, literalmente, la trayectoria seguida por sus napoleoncitos. Somos más y más pobres. El sueldo cada vez llega menos al final del mes. Estamos en el lugar equivocado, en «Occidente”», vertedero nuclear de la OTAN.
No se alzan nuestros peligros en el Este. Miremos al Sur. Es el Sur el que nos tragará. Ya no somos sólo un protectorado o colonia del yanqui. Somos colonia de Marruecos y colonia de los tiburones financieros. Mientras tengamos las fatídicas siglas y el puño y la rosa en el poder, no nos queda otra que crujir, como crujen las almas de los condenados ardiendo en la hoguera.
Carlos X. Blanco: La insubordinación de España. Letras Inquietas (Abril de 2021)
Carlos X. Blanco nació en Gijón (1966). Doctor y profesor de Filosofía. Autor de varios ensayos y novelas, así como de recopilaciones y traducciones de David Engels, Ludwig Klages, Diego Fusaro, Costanzo Preve, entre otros. Es autor de numerosos libros. También colabora de manera habitual con diferentes medios de comunicación digitales.