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La muerte como donadora del sentido de la vida


Santiago Prestel | 11/01/2024

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Llevo queriendo hablar sobre lo que hoy vais a leer desde hace bastante tiempo. Pero, supongo, que hasta que no te toca de cerca (demasiado cerca esta vez) tratas de postergarlo al ser un tema del que a nadie le gusta hablar.

Cuando empece a estudiar filosofía pensaba que el gran tema de nuestra rama era la vida. Es decir, explicar la vida y tratar de dar entender de manera crítica todo lo que sucede a nuestros alrededor para tratar de darle una solución. Con el paso del tiempo, uno se da cuenta que los filósofos debemos entender nuestro mundo para mejorar las condiciones materiales, sociales y tratar de influr en la ética de las personas a traves de las ideas. Pero todo esto se queda en nimiedades con el tema fundamental no solo de la filosofía sino de la vida en sí misma: la muerte.

Estoy de acuerdo con Heidegger de que el hombre es un ser-para-la-muerte ya que es esta la que nos hace darnos cuenta de nuestra finitud. La realidad única es que nacímos para morir y, quizás, lo poco que dota de sentido a las dos realidades inecluctables (nacimiento y muerte) es lo que hacemos entre ambas. Aunque sea una perdida de tiempo, moriremos igualmente hagamos lo que hagamos. A este aspecto, creo firmemente que hay que llevar una forma de vida que haga que merezca la pena que esta deba ser vívida. Poco importa vivir o morir: lo importante es vivir bien y no morir siendo un cobarde.

Pero volvamos a esa infinita posibilidad que siempre esta y nunca desaparece, aunque solo nos demos cuenta cuando nos toca plenamente: podemos morir en cualquier momento y en cualquier lugar. Es la muerte la que nos pone de frente con nosotros mismos. La muerte es pues donadora de sentido, nos enseña nuestros miedos, nuestras debilidades, nuestras fortalezas. Nos hace intentar nuestros sueños antes de que esta llegue. Es en la muerte y en su realidad donde nos damos cuenta de quiénes somos, qué hacemos y hacia dónde queremos llegar.

Distraidos en nuestros quehaceres diarios, no reflexionamos sobre ella: ¿quién tiene tiempo para la muerte? Supongo que esto también hace que no nos preguntemos acerca de si tenemos miedo a morir o no. Creo que el miedo a la muerte es inherente al ser humano y existe desde el principio de los tiempos. Todos tenemos miedo al no-ser, al vacío, a que la muerte sea un abismo insondable, frío y oscuro de donde jamás podamos salir. Tanto la filofía como las religiones han tratado de dar solución a estos problemas, aunque en verdad, creo que la mejor a ella la da Epicuro en su Carta a Meneco: «La muerte es una quimera porque mientras yo existo, no existe la muerte y cuando existe la muerte, ya no existo yo».

Es entre medias de ese existir y no existir donde queda inserto el ser humano. La vida y la muerte se entretejen de tal manera que un día más viviendo es un día menos para nuestro final. Así pues, es cuando el hombre se pone de frente a la muerte donde se encuentra consigo mismo. En ese proceso de ser consciente de nuestra muerte es verdaderamente donde el hombre es-en-sí-mismo. La mismidad y la ipseidad (conciencia reflexiva del sí mismo) no nos es dada hasta que no nos vemos de bruces con la parca. La vida se nos escapa en nimiedades sin darnos cuenta de nuestro agónico final.

Este sentimiento trágico y agónico de la vida afirmado por Unamuno ante una inmortalidad incierta. Ese deambular del hombre entre dos mundos, donde no podemos esperar una respuesta a la pregunta sobre lo que es aquello que nos espera tras las muerte. Por ello, solo espero, que allí donde estés, vivas la muerte como viviste la vida: de manera alegre, divertida y sencilla. Puede que nos veamos en el otro lado o puede que no. Tal vez no exista el otro lado y ante esto, solos nos queda vivir de cara a la muerte.