Escribió palabras acertadas un inteligente domínico polaco: «Entre nosotros, desgraciadamente, la influencia del fideísmo hasta el día de hoy se hace sentir. Tenemos muchos creyentes católicos que viven en el convencimiento de que sobre las verdades de la Fe lo mejor es pensar lo menos posible, pues toda reflexión sobre ellas amenaza con hacerlas menos creíbles. Para ellos, la abstención especulativa en el ámbito de la Fe, la indiferencia a su contenido racional y hasta la ceguera, son precauciones sin los cuales la Fe quedaría expuesta a todos los peligros».
Aunque el fideísmo es el error opuesto al racionalismo, y a veces nació como reacción defectuosa contra el racionalismo, así y todo estas dos corrientes opuestas confluyen en el modernismo condenado por San Pío X. El creyente modernista no cree porque entienda sino porque siente, y después trata de entender lo que cree por sentirlo. Paradójicamente, un riesgo semejante acecha a no mucha distancia a algunos católicos «tradicionalistas».
Aceptan, sin examinar nada, fragmentos o apariencias de tradición y de orden y de sobrenaturalidad. En esto puede haber mucha deshonestidad intelectual si se asiente ciegamente a una autoridad espiritualidad falible por antojo personal y se proclama hacerlo por Fe católica.
El fideísmo quita a la Fe fundamento, y a la larga la vacía de contenido y la aniquila. Esto es peligrosísimo cuando se hace bajo la apariencia de exaltar la Fe. Creer en una proposición sin uso alguno del intelecto sería absurdamente creer ignorando qué se cree y por qué, y también creer esa proposición ignorando si hay alguna buena razón para creer en ella y no en la contradictoria. Se pretenda lo que se pretenda, querer fundar la fe en sí misma o en el sentimiento es anular toda objetividad e inteligibilidad a los artículos que son su objeto y por ende anular la misma Fe. Para ser creídos, los artículos de la fe tienen que haber sido antes conocidos como verdaderos por revelados al mundo por una autoridad fidedigna y a ella por un Dios que cuida de nosotros por su providencia, que nos exige someternos a su palabra, que quiere recompensarnos o deberá castigarnos según nuestros méritos. Estas verdades, que la razón nos demuestra, son un preliminar sin el cual la fe no puede tener lugar. San Pablo lo hizo notar en estos términos: «Pues sin fe es imposible agradar a Dios; por cuanto el que se llega a Dios debe creer que Dios existe, y que es remunerador de los que le buscan».
El fideísmo no solamente tiende a anular la Fe, sino también a poner en su lugar y en su nombre una caricatura grotesca. Hay quienes imaginan que su «fe» es mejor cuanto menos razón la motive y mayor libertad la caracterice: para ellos la gran razón para creer algo es que se les da la gana. También hay quienes llegan a la aberración de considerar probablemente falsas las propias creencias pero mantenerlas porque «dan sentido a la vida».
Estar incierto de todo sería para cierta gente insensatísima un gran paso hacia el Cristianismo. Pero la incertidumbre no conduce más a la certeza que la nada al ser. Y el acceso de la incertidumbre al Cristianismo solamente podría ocurrir mediante el razonamiento, el cual es imposible sin certezas. El escepticismo es una suspensión eterna entre el sí y el no.
La Fe Cristiana es una adhesión firme e inquebrantable a verdades ciertas. La oposición no podría ser mayor. El objetivo de la proclamación del Evangelio es la convicción, el reconocimiento de la verdad de lo dicho. Así, al menos en un sentido, la invitación a la salvación es ella misma una invitación al discurso razonado. El verdadero acto de Fe compromete y ocupa al intelecto: «En efecto, de los actos de la inteligencia, algunos incluyen asentimiento firme sin tal cogitación, pues esa consideración está ya hecha. Otros actos del entendimiento, en cambio, tienen cogitación, aunque informe, sin asentimiento firme, sea que no se inclinen a ninguna de las partes, como es el caso de quien duda; sea que se inclinen a una parte más que a otra (inducidos) por ligeros indicios, y es el caso de quien sospecha; sea, finalmente, porque se inclinan hacia una parte, pero con temor de que la
contraria sea verdadera, y estamos con ello en la opinión. Pero su conocimiento no ha llegado al estado perfecto, efecto de la visión clara del objeto, y en esto coincide con el que duda, sospecha y opina. Por eso, lo propio del que cree es pensar con asentimiento, y de esta manera se distingue el acto de creer de los demás actos del entendimiento, que versan sobre lo verdadero o lo falso».
Si se adopta el fideísmo o alguna variante suya, no se puede desacreditar la Jefatura Postconciliar, pues quienes la siguen también pueden hacerlo adoptando el fideísmo.
La plaga del fideísmo
1. Fideísmo y escepticismo
2. Fideísmo y Fe católica
3. Fideísmo y pensamiento débil
4. Fideísmo y presunción
5. El fideísmo y escepticismo infiltrado entre católicos tradicionalistas