Las opiniones darianas sobre la España del momento, en particular sobre la Cataluña modernista, realizadas desde la imparcialidad de un viajero hispanoamericano, verifican la compleja delimitación de lo que fue el Modernisme catalán y la Barcelona modernista más en particular. El citado crítico Valentí Fiol, cuyas tesis sobre el Modernisme catalán disminuyen en exceso sus conexiones con el Modernismo hispánico, no pudo dejar de reconocer en la conclusión de su libro: «Hemos definido el Modernismo como un progresismo conservador. Es una actitud que pretende conservar algo (en este caso Cataluña o su cultura) insuflándole modernidad».
Ese «progresismo conservador» es lo que nosotros, al margen de particularidades catalanistas, definimos como la raíz liberal de talante conservador del Modernismo hispánico y también de Darío. De hecho, es precisamente esa condición liberal lo que une a los autores modernistas catalanes, hispanoamericanos y españoles. Por eso, como artistas y hombres de talante liberal, Darío y Santiago Rusiñol, por ejem-plo, se admiran mutuamente tal y como muestran las mismas crónicas darianas y la elogiosa crónica al artista, titulada Santiago Rusiñol.
Darío pasó varias temporadas en Cataluña, concretamente en Barcelona donde llegó por primera vez el 1 de enero de 1899. Al margen de sus biógrafos, las relaciones de Darío con el Modernisme y con la Barcelona finisecular han sido ya tratadas parcialmente por Díaz-Plaja, Sotelo Vázquez, Plana, Quintana Trías, Quintián, Sánchez Rodrigo, Rubio i Balaguer o Martí Monterde, entre otros. Darío llega como reportero enviado por el diario porteño La Nación para relatar, a modo de crónicas periodísticas, el estado de España tras la Guerra de Cuba y el llamado desastre del 98. Esas crónicas fueron luego reunidas en su ya citado volumen parisino España contemporánea, libro que se publicó en la Imprenta de Garnier Hermanos de París. Para entonces se ha firmado ya el Tratado de París por el que España renuncia a sus últimas colonias y Darío, tras zarpar desde Buenos Aires, llega al puerto de Barcelona en el amanecer del día de Año Nuevo de 1899. Desde el puerto contempla al frente y a lo lejos el Tibidabo, a su izquierda Montjuich y algo más cerca, delante de él, la estatua de Colón. Tras relatar las animadas conversaciones de los compradores y vendedores catalanes de fruta y pescado, Darío se encamina a las Ramblas donde cree encontrar «el alma urbana» poblada por un nuevo talante a modo de revolución en la sociedad: «En la larga vía van y vienen, rozándose, el sombrero de copa y la gorra obrera, el smoking y la blusa, la señorita y la menegilda».
Darío destaca en aquella Barcelona finisecular, y a partir de la experiencia vivida en el café Colón, cómo un obrero se sienta en la mesa de dos burgueses, toma su taza de café y se marcha sin que nadie entienda tal acción ni como osada ni como impertinente. A Darío le sorprende la normalidad de ese trato que rompe las rígidas barreras de las clases sociales. La anécdota, relatada jovialmente por Darío, implica un aprecio de la dimensión liberal de la atmósfera que se respira en la Barcelona finisecular. El obrero, según Darío, implica «el orgullo de una democracia llevada hasta el olvido de toda superioridad». Sin embargo, junto a la señalada demostración de independencia social, el nicaragüense inmediatamente observa lo que él define como «regionalismo» y como otra nota imperante de la Barcelona finisecular: «Un regionalismo que no se discute, una elevación y engrandecimiento del espíritu catalán sobre la nación entera, un deseo de que se consideren esas fuerzas, esas luces, aisladas del acervo común, solas en el grupo del reino, única y exclusivamente en Cataluña, de Cataluña y para Cataluña».
Y aún todavía más, Darío observa que tal regionalismo se identifica a veces con un catalanismo exacerbado: «No se queda tan solamente el ímpetu en la propaganda regional; se va más allá de un deseo contemporizador de autonomía; se llega hasta el más claro y convencido separatismo». Ante la aguda percepción de Darío, vale la pena observar su reflexión y su clara posición en contra de tal separatismo catalanista que Darío juzga como anti-español: «Allí sospechamos algo de esto –dice Darío- pero aquí ello se toca y nos hiere los ojos con su evidencia».
Tras apoyar su reflexión en el elemento de la autoridad resultante del diálogo con variados individuos de la sociedad catalana en sus diferentes clases y estratos sociales, Darío asegura: «Pues os digo que en todos está el mismo convencimiento, que tratan de sí mismos como en casa y hogar aparte, que en el cuerpo de España constituyen una individualidad que pugna por desasirse del organismo al que pertenecen». Ante esto, Darío apunta: «se va a la proclamación de la unidad, independencia y soberanía de Cataluña, no ya en España, sino fuera de España».
Darío prosigue su relato aludiendo al movimiento obrero y al anarquismo mencionando igualmente los interrogatorios y los hechos ocurridos en los conocidos procesos de Montjuich. No se pierda de vista la visceral oposición de Darío al socialismo y al anarquismo, tal y como ya expusimos al inicio. En ese punto de la crónica, Darío da cuenta de la sustitución de la bandera española por una bandera roja en una reunión obrera y no pierde detalle al observar que tal voluntad regionalista trasciende a las capas medias y altas de la sociedad catalana en grupos autonomistas, francesistas y separatistas. Ante todo ello, el nicaragüense muestra un obvio escepticismo y hasta un rechazo que queda matizado por la existencia de catalanes que se sienten españoles: «Claro es que, además de estas divisiones, existen los catalanes nacionales, o partidarios del régimen actual, de Cataluña en España; pero éstos son, naturalmente los pocos». Darío menciona otros focos del avance catalán en ciudades como Reus o Mataró, y también, en el arte, Sitges, lugar y morada del artista Santiago Rusiñol.
En este punto, Darío se centra en los paralelos del movimiento intelectual modernista con el movimiento político y social. Darío asegura: «El nombre de Rusiñol me conduce de modo necesario a hablaros del movimiento intelectual que ha seguido paralelamente al movimiento político y social. Esa evolución que se ha manifestado en el mundo en estos últimos años y que constituye lo que se dice propiamente el pensamiento moderno o nuevo, ha tenido aquí su aparición y su triunfo más que en ningún otro punto de la Península, más que en Madrid mismo; y aunque se tache a los promotores de ese movimiento de industrialistas, catalanistas o egoístas, es el caso que ellos, permaneciendo catalanes son universales». Esta opinión resulta importante porque es el modernista por antonomasia, Darío, el que insiste en la innata condición universal del Modernismo. Darío observa esa influencia modernista en Cataluña no sólo en el arte sino también en las aplicaciones industriales y en la cultura, en las revistas ilustradas, los carteles, las impresiones y la tipografía.
Junto al elogio de Rusiñol como hombre y como artista representativo de esa individualidad creadora, Darío se esfuerza en mostrar que en Rusiñol está el nuevo espíritu modernista. Para Darío, Rusiñol representa el verdadero artista del Modernismo, más allá de la fácil bohemia decadente, y como ejemplificación del objetivo verdadero de todo artista de la modernidad: «practicar la religión de la Belleza y de la Verdad, creer, cristalizar la aspiración de la obra, dominar el mundo profano, demostrar con la producción propia la fe en un ideal; huir de los apoyos de la crítica oficial tanto como de las camaraderías inconscientes, y juntar, en fin, la chispa divina de la nobleza humana del carácter». En otras palabras, Darío entiende y explica que el Modernismo artístico se apoyaba en la libertad y la individualidad creadora. Lo halla en Rusiñol y en la Barcelona finisecular, por encima de cuestiones políticas de nacionalismo o de separatismos antiespañoles. El testimonio de Darío desmonta las tesis de buena parte de la crítica que, como venimos indicando, toma la parte por el todo.
Alberto Acereda: Rubén Darío, la Masonería y Cataluña. Letras Inquietas (Diciembre de 2010)
Nota: Este artículo es un extracto del citado libro