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San León I Magno: brújula de la Hispania católica contra el priscilianismo


José Antonio Bielsa Arbiol | 29/04/2020

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San León I el Magno (ca. 390/400-461) es, junto a San Gregorio Magno, el otro Papa en ostentar el título de doctor de la Iglesia (proclamado el año de 1754 por el Papa Benedicto XIV); contados son los pontífices conocidos en la historia con el apelativo Magno, mas en el caso de San León éste se perfila como uno de los más justificados, tanto más por cuanto la extensión temporal de su pontificado (más de 21 años: desde el 29 de septiembre de 440 al 10 de noviembre de 461) se vio sublimada por la intensidad de un periplo pleno de acontecimientos históricos y triunfos doctrinales para la catolicidad.

Y es que de realizarse un hipotético ranking sobre los pontificados más fuertes de la historia de la Iglesia, el de León I ocuparía un lugar destacado en el «Top 5» del mismo; sólo así podremos ilustrar, de cara al moderno (tan ávido de listados y catalogaciones varias), la colosal talla de este pontífice impar, cuya sola presencia, por así decir, ilumina con brillo cegador el primer milenio de la Era cristiana.

Toscano, recibió una esmerada formación literaria y teológica en Roma, ingresando en el clero romano y adquiriendo gran nombradía por sus dotes naturales y oratorias, de intelecto vivo y temperamento fuerte. Su autoridad no haría sino consolidarse, y para las más graves cuestiones solía acudirse a él como asesor en los más controvertidos debates.

León ya era diácono cuando el año 439 fue enviado por el Papa Sixto III –y a petición del emperador Valentiniano III- a la Galia para mediar en la reconciliación de dos generales romanos irritables, Albino y Aecio, cuya enemistad devenida rivalidad suponía una seria amenaza para el sostenimiento de la paz en aquel territorio del Imperio.

Durante esta misión fallece Sixto III, y León es elegido Sumo Pontífice por el clero y el pueblo de Roma. Regresará a la urbe, será consagrado obispo y, al fin, elevado a la Silla de Pedro. Durante sus más de dos décadas de pontificado, la Iglesia católica conocerá –en medio del caos y la barbarie permanentes- un florecimiento manifiesto, puesto que su actividad se desarrollará en todos los frentes de su jurisdicción, con resultados arrolladores.

Este Papa fue un impasible luchador, y como tal combatió las herejías (muy crecidas entonces) en defensa de la causa de Cristo. No queremos aburrir al lector con dilatas exposiciones sobre las herejías de otrora, pero sí conviene hacer un pequeño repao a las cuatro más pujantes entonces, y de cómo León, con mayor o menor envergadura, logró aplastar tales obras de impiedad:

1) Maniqueísmo: esta doctrina –que admite dos principios activos: el bien y el mal- fundada por el persa Manes, estaba causando estragos en Roma bajo formas solapadas infiltradas en el tejido social a través de los maniqueos de África; León iniciará su primera gran cruzada contra la herejía atacando por este frente.

2) Priscilianismo: la secta de Prisciliano asolaba Hispania, contaminando el episcopado de gnosticismo disolvente; León refutará los errores de esta herejía en su monumental Carta número XV.

3) Pelagianismo: la herejía de Pelagio, que negaba la realidad del pecado original, también fue objeto del programa reparador de León.

4) Monofisismo: esta doctrina –que atribuía a Cristo una sola naturaleza (negando en consecuencia su doble naturaleza, humana y divina)- fue la más combatida por León, contra los frutos envenenados de su artífice Eutiques y toda su legión de adherentes; el triunfo del Santo doctor sería decisivo en 451, con el Concilio de Calcedonia.

El propósito último de este combate no fue otro que afianzar la idea de la absoluta unidad de la Iglesia católica, en cuanto universal; en este sentido, León I fue uno de los Papas que más hizo por la defensa y mantenimiento de la misma.

El pasaje más notable de la biografía política de León fue su encuentro –a petición del Emperador, el Senado y el pueblo de Roma- con el bárbaro Atila (452), quien se disponía, en su avance imparable por el Valle del Po, a precipitarse sobre Roma; milagrosamente, el Santo saldrá al encuentro del rey de los hunos y logrará convencer a éste de que retroceda, evitando de este modo que la ciudad fuera arrasada.

Otro episodio, acaso menos espectacular pero también significativo, fue el relativo a su encuentro con el vándalo Genserico –llamado por Eudoxia contra el usurpador de Valentiniano III, Máximo-; si bien León logró que la ciudad no fuera incendiada, no pudo evitar su saqueo, como así ocurrió entre el 14 y el 28 de junio de 455.

La categoría de León como escritor brilla so-bretodo en su serie de Sermones; apuntamos, por su interés, el juicio crítico del especialista E. Pasini, quien afirma que «el léxico empleado (…) es, para aquella época, insólitamente puro y sobriamente adornado, siempre preciso y eficaz, hallándose totalmente a la altura de aquel Papa fuerte y enérgico». La colección acopia un total de 96 sermones, capitales para la historia de la Iglesia, y fueron pronunciados en diversas ocasiones durante el pontificado de su autor, ajustándose al año litúrgico en sus diversos hitos: Cuaresma, Natividad, Epifanía, Pasión, Pascua, Ascensión y Pentecostés.

Nos han llegado al menos 173 cartas escritas durante los años de pontificado; 143 de ellas sobre obra de León; el resto fueron escritas por su can-cillería. El valor de estas piezas reside en que esta-mos ante unos preciosos documentos históricos que testimonian la actividad de este Papa. Es especialmente conocida la Carta XXVIII, del 13 de junio de 449, destinada a Flaviano, obispo de Constan-tinopla, en cuanto ilustración de su lucha contra los eutiquianos, al exponer la doctrina de la Encarnación apelando al Magisterio y la Tradición, del arco que va de Tertuliano a San Agustín.

Los restos del Santo doctor reposan en la Basílica de San Pedro, bajo el altar de la capilla a él dedicada.

José Antonio Bielsa Arbiol: El nimbo y la pluma. Letras Inquietas (abril de 2020)

Nota: Este artículo es un extracto del citado libro