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Canet de Mar o el símbolo del totalitarismo lingüístico


Ernesto Ladrón de Guevara | 31/12/2021

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Lamento que la gente buena en Canet de Mar tenga que llevar sobre sus espaldas el estigma ya acuñado en la percepción de la opinión pública inducida por los nuevos «fachas» en el sentido más peroyativo de la expresión.

Una localidad es una comunidad de vecinos plural, con una sensibilidad colectiva forjada por el paso del tiempo. La pluralidad de sus componentes hace que el abanico de comportamientos abarque a todo tipo de conductas nacidas de una forma de ver la vida tan diversa como diferentes son los individuos que la componen.

La frase «Hay de todo como en botica» es una alegoría de las formas de comportamiento social que hacen de esa comunidad un sumatorio de formas de ser que pueden sesgar el promedio de las conductas sociales hacia un lado o hacia otro de la curva de Gauss. Lo que prevalece en la proyección pública es la carga de una opinión pública que subyuga a gente que en nada tiene que ver con ese modelo de comportamiento y la moral inmoral implícita que conlleva, por muy injusto que sea para los que en nada comparten ese signo de conducta.

Es el caso de unas hordas que acosaron a un niño de cinco años y a su familia, por el simple hecho de reclamar un derecho humano, que es anterior al constitucional y, por tanto, de mayor jerarquía jurídica, si consideramos al derecho natural previo al derecho positivo. Sucedió antes de que llegaran las luces y sones de la Navidad, que es un mensaje de amor, en esa antinomia que perturba nuestro sentido ontológico del ser, como personas «civilizadas».

Salvajes sin un sentido humano de la existencia siempre han existido. Gentes que no entienden que sus derechos y libertades empiezan allí donde terminan los de los demás, que coexisten con ellos, siempre las han habido. El problema es cuando un gobierno, que debe velar por el interés general, es decir por el de la suma de cada una de las personas que componen dicho colectivo humano, dirige una operación de destrucción de los valores axiológicos básicos que fundamentan una civilización. Es decir, lo que Confucio sintetizaba en la frase «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti», compendiado aún más en la ley evangélica cristiana de «Ama al prójimo como a ti mismo», regla de oro de la convivencia y de una sociedad pacífica y coherente con la propia norma vital de existencia como grupo.

Cuando un Estado no hace prevalecer los intereses generales y pautas de ética social basados en el derecho sobre quienes ejercen el poder despótico, el sistema político deviene en tiranía, es la ley de la selva en la que quien tiene el ejercicio de la fuerza, no el de la razón, impone su dominio y control sobre el resto.

Y, entonces, el Estado se convierte en anómico, en falto de soporte jurídico, mutándose las leyes y el ejercicio del poder político en un mero aparato de prevaricación y aprovechamiento sectario del poder y de un edificio jurídico adaptado al capricho de unos pocos que se imponen sobre los derechos y las libertades de la mayoría. Cuando eso sucede el Estado democrático se convierte en un oxímoron de sí mismo, y no es de extrañar que se perviertan principios esenciales en cualquier formato de Estado que tenga a las personas en el eje de su sentido de ser, adulterando el sentido antropológico y ontogénico del concepto de la educación, que es, ni más ni menos, tener a los individuos como pivote en torno al cual giran todas las actuaciones que velan por el desarrollo y el perfeccionamiento de las potencialidades esencialmente humanas, que es la definición canónica de la educación.

A diferencia del adoctrinamiento que tiene como sinónimo la manipulación de los seres indefensos para llevarlos a un determinado fin o propósito, la educación integral de la persona es algo sublime, y un desiderátum que así es imposible. Y cuando la lengua se instituye en campo de batalla del proceso educativo, la educación pierde su sentido originario para pervertirse, en forma de antro donde se persigue manipular a las personas para lograr que acaben siendo clones de formularios ideológicos y finalidades nacionalistas o, de otro carácter totalitario. Y eso no es educación, que compete en sentido primigenio a las familias, sino formación de clones o engranajes de una máquina del poder.

Ernesto Ladrón de Guevara: Los nombres robados: Manipulación, falsificación y rediseño de los topónimos vascos. Letras Inquietas (Noviembre de 2019)