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Entrevistas

Carlos X. Blanco: «España es una entidad política a punto de desaparecer y el liberalismo es responsable»


Redacción | 28/09/2023

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El filósofo Carlos X. Blanco es uno de los autores más relevantes de eso que se ha definido como la Nueva Derecha española, aunque él rechace la denominación. Introductor en España del filósofo italiano Diego Fusaro, el intelectual asturiano se ha destacado como una de las mentes más lúcidas a la hora de señalar los males de la España contemporánea.

Redacción: ¿Cómo valoras la actual situación política de España?

España es una entidad política a punto de desaparecer. Haría falta emprender una serie de acciones muy enérgicas, muchas de ellas al margen del marco constitucional del 78, para revertir o frenar el proceso. España está dejando de ser comunidad cívica, no ya sólo un Estado soberano y solvente. No estamos hablando únicamente un abandono de soberanía, sino de una putrefacción general que, al igual que sucede con el pescado, empieza siempre por la cabeza. La élite española está podrida desde el tardofranquismo, y este mal se ha transmitido a todas las capas sociales: no veo a mi alrededor fuerzas organizadas que eviten esta desaparición y muerte. Y, desde luego, la vía partitocrática y electoral es la menos adecuada para pensar en un saneamiento. Los partidos son las zorras que queremos meter en un corral de gallinas para vigilarlas. Los partidos políticos españoles nos van a dejar desnudos, hambrientos y cubiertos de sangre. De un lado, y con su colaboración activa y necesaria, España está siendo invadida por extranjeros de forma masiva y planificada. Se trata de una invasión doble: contingentes humanos y masas de capitales. Gran parte del país volverá a formar parte del mundo afroislámico en el plazo de treinta años, controlado por monarquías teocráticas y despóticas que esperan su turno en el banquete, a medida que se retiren los yanquis. De otro lado, se ha desmantelado el sistema educativo, bastante aceptable, un sistema que teníamos heredado del Régimen anterior a 1978, yque llegó hasta 1990 (fecha de la fatídica LOGSE), sometiendo a las masas juveniles a un intenso proceso de embrutecimiento y control mental. La absoluta pérdida de soberanía (consentida y prolongada por este embrutecimiento) que adolece el Reino de España nos convierte, de facto, en una indigna colonia triple de Estados Unidos, Unión Europea y Marruecos, por este orden. El separatismo de algunos vascos y catalanes solamente es un reflejo de la desintegración moral y cívica de los españoles. Ese mismo separatismo aldeano es un fenómeno español, demasiado español. Los líderes caciquiles de esas dos regiones únicamente se aprovechan de una prolongada decadencia y de una política criminal (por corrupta) de la casta madrileña, la misma casta de parásitos, cazadores de cargos y propietarios absentistas que lleva saqueando España desde la decadencia del Imperio, que está vaciándola. La huída de unas muy privilegiadas Vascongadas y Cataluña se está fraguando desde que a un Habsburgo se le ocurrió poner allí, en la Villa del Manzanares la Corte. Más leal hubiera sido Portugal si los españoles hubieran sido leales con este país, hispánico donde los haya.

¿Es el centralismo la otra cara del separatismo?

Centralistas y separatistas son «tal para cual». Si algún día hay una «república catalana», por ejemplo, ¿qué valor histórico va a tener ese Kosovo ibérico? Los catalanistas habrán conseguido otro retrete de la OTAN, como se hizo en los Balcanes. ¿Y una «Euskalherría» separada? un nuevo puticlub de los tiburones financieros internacionales: nuevas naciones de juguete sin soberanía real que se habrán separado de un despojo de un gran Imperio que alguna vez se llamó España, esta España en la hoy que muy pocos creen. Vamos en camino de ser un prostíbulo gigante, así como un punto de entrada para la población alógena. La Unión Europea y la casta local de partiduchos han abdicado de la misión iniciada por Pelayo: ser centinela y dique de contención de la afroislamización del continente. Nuestro propio egoísmo y hedonismo nos impide tener bebés, y queriendo vivir sin trabajar pretendemos que otros, venidos de fuera, lo hagan. Pero entonces dejamos de ser pueblo: somos masas en un mercado global.

¿Cuál es la responsabilidad del Régimen del 78 en la misma?

Absoluta. Otra transición hubiera sido posible. La partitocracia se concedió a sí misma todos los poderes y todos los privilegios, y la llamada sociedad civil (comodona) se dejó hacer y se «politizó» en el peor de los sentidos. El favoritismo y los privilegios de las auto-intituladas «naciones históricas» se consagró, criando los huevos de la serpiente. Detrás del fugado de Waterloo está Pujol, pero detrás de Pujol están los espectros de Felipe y Aznar, los verdaderos fabricantes de separatistas que ahora se rasgan las vestiduras como fariseos inaguantables. Felipe y Aznar son más responsables de la centrifugación que los Otegi, Puigdemont, Arzalluz, etc. Estos últimos son muñecos dotados de vida gracias al Régimen del 78. Las locuras racistas de Sabino están escondidas detrás del PNV, son su alma oculta (como lleva demostrando con vigor el profesor Besga Marroquín) elevadas a los altares de la «democracia» y «pluralidad». Y el desprecio catalanista hacia el charnego se ha unido a un amor al turbante y al Corán muy difícil de aceptar y de conciliar con el pasado hispánico de los vascos y catalanes, quienes no serían nada sin los asturianos de la Reconquista y los francos del mundo carolingio. La pluralidad del Régimen del 78 derivó en tragedia nacional: el tiro en la nuca, en la goma-2 y las tonterías infames acerca de la «raza más antigua de Europa» han sido presentadas como democráticas y respetables. Lo peor de todo es que la transición fue pilotada por «bribones» (por evocar el velero del mayor bribón de todos). Un rey indigno, falso sucesor de nuestros Reyes Caudillos, un vulgar ladronzuelo que, según ciertos estudios, espió para los yanquis, y traicionó la españolidad a diestro y a siniestro, fue aclamado como piloto de la Transición. La constitución del 78 es un fracaso porque fue redactada por unas oligarquías empeñadas en saquear la soberanía nacional. Es un texto que condena a muerte lo que un día fue quiso ser España.

¿Y del liberalismo?

Como sostengo en mi libro El virus del liberalismo, este modo liberal de entender la sociedad no es más que un modo de enmascarar la realidad. Nunca se acomodó al ser hispánico, que es el del realismo y el de la vieja Constitución Histórica de nuestros reinos y principados. La filosofía de la realidad, desde Suárez a Balmes, y el tradicionalismo foral, son todavía más revolucionarios que los productos doctrinarios de ingleses y franceses. La nefasta influencia anglosajona en concreto viene muy de atrás, y de ahí procede la artificial emulación del sistema demoliberal, pretendidamente parlamentario y turnista, imitación nociva que aquí se ha intentado aplicar (siempre a favor de caciques y rentistas) desde la invasión de Napoleón. El liberalismo destruyó el Imperio Español, creo división, desarraigó al español respecto de su fondo esencial de libertades y derechos históricamente acumulados desde los tiempos de la Reconquista. España nunca necesitó «La Pepa» ni las demás constituciones doctrinarias que le siguieron. Como decía Jovellanos, España ya tenía su propia constitución histórica, no necesitaba ser colonizada por ideas extrañas Nunca debimos aprender nada de Locke o Montesquieu. Aquí ya tuvimos la Escuela de Salamanca, que eran mucho más serios y «liberales» en un sentido profundo que ningún anglosajón comprenderá jamás.

¿Por qué es el liberalismo, bajo tu punto de vista, el enemigo a batir, llegando incluso a considerarlo como «un virus»?

Porque infecta a las sociedades y, desde dentro, las desorganiza gravemente. Introduce programas autodestructivos y, llevado al extremo, aniquila a la propia sociedad y al propio hombre. El hombre debe vivir en una verdadera «república» (res publica) lo que significa esforzarse por el bien común. La persona (como ser digno y responsable), la familia, la comunidad local (patria chica o carnal) y la patria, entendida como entidad soberana o estatal, son todos ellos niveles que implican servicio y lealtad. El liberalismo, en cambio, nos convierte en una manada de lobos egoístas. La verdadera tradición republicana es indiferente al caudillaje que históricamente acepte un pueblo: un rey o un líder de masas, un jefe militar o un organizador de cuadros y empresas… Lo que importa es que el pueblo esté organizado bajo principios éticos de servicio, lealtad, esfuerzo, siempre dentro de un Estado del Trabajo: quien no trabaje (salvo niños, ancianos, impedidos) que no coma. En ese sentido, el del Estado del Trabajo, alguien será «pueblo» si trabaja y aporta al bien común. Nadie preguntará por su origen, sino por su aportación a la comunidad. La verdadera democracia es democracia popular: es la tradición helénica de la polis. Sentirnos amos del Estado: aportamos al Estado y el Estado es un dispensador de trabajo y guardián de la soberanía. También, la verdadera democracia es socialista: la riqueza se reparte con equidad, se evita la depredación capitalista y se integra al emprendedor, entendido ahora como un trabajador cualificado necesario, alguien que dispensa a los demás oportunidades de trabajo digno y obtiene beneficios moderados como remuneración por su aportación productiva, nunca especuladora.

¿Qué opinas de la corriente anarcocapitalista, representada en España por intelectuales como Huerta de Soto, Anxo Bastos o Rallo?

No los conozco ni los he leído. Simplemente digo que, en su lugar, recomiendo leer a los clásicos (los griegos, Santo Tomás, Balmes, Marx, Spengler) y esforzarse por recuperar la polis, la comunidad organizada y soberana, aquella que tiene por norte el Bien Común y no admite ideologías ni imposiciones extranjeras o mundialistas. También, simplemente, abogo por el reparto justo de la riqueza y la filosofía del servicio. Todos los ciudadanos deberíamos ser dadores de servicios, vivir dando lo mejor de nuestro ser a esa comunidad organizada, la democracia popular.

Dentro de la Nueva Derecha nacional, hay un debate entre los defensores del Hispanismo y del europeísmo (siempre opuesto a la Unión Europea). ¿Cuál debe ser el lugar que debe ocupar España a nivel geopolítico?

Lamento el nivel utópico de ambas posturas con las que, en principio, simpatizo. El Hispanismo no va a poder ser reconstruido desde España. En mi primera respuesta ya comenté el estado de putrefacción del país. Hemos pasado de ser la novena potencia industrial del mundo a ser una colonia, incluso colonia de un reino tercermundista como Marruecos. Hay más España en las Américas, y sólo desde allí es posible crear una federación que emplee la lengua y la cultura española y portuguesa como herramientas para crear un polo (como defienden Armesilla, Durántez, Gullo, Ladrón de Guevara y otros autores).

Ese hispanismo, con el que simpatizo, posee las condiciones materiales para conformar un polo complementario al eurasiático, chino, indio, árabe, etc. el mundo multipolar de Aleksandr Duguin. Esas condiciones son: demografía, territorios, cultura y lengua poderosas… Todo eso en grandes cantidades. Pero es preciso emprender un enérgico proceso de, si me permiten la palabra, des-anglosajonización. Olvidémonos también de nostalgias imperiales y no nos quedemos estancados con citas de Maeztu, Ugarte, Perón o José Antonio. Debe ser una federación laxa de naciones ibéricas y el papel de España en ella es más bien simbólico. Argentina y Brasil están llamados a formar ese polo geopolítico.

El europeísmo: hay que forjar otra unión distinta de la Unión Europea. Los españoles, sin perder nuestra soberanía, debemos formar una sólida alianza con los demás pueblos de esta verdadera «nación de naciones» que es Europa. No obstante, también veo muchas dosis de utopismo es los planteamientos de la Nueva Derecha, del llamado «populismo» identitarios, y demás. Ya no tengo edad para las utopías. Vería necesario, como paso previo imprescindible, que Alemania recuperara su soberanía económica, decisoria, ante los yanquis y se aproximara a Rusia. Es más inmediato que Francia deje de enredar en África y de cavar su propia tumba incordiando a España, apoyándose para ello en los magrebís. Es urgente que los gobiernos de Europa dejen de ser «occidentales» y respeten las propias tradiciones de sus pueblos, rompan lazos con la OTAN, creen una zona de comercio continental igualitaria y solidaria… Son tantos cambios inmediatos y, hoy por hoy, difíciles, que me cuesta creer en la realidad futura de una «Europa Nación». Ahora Europa es una colonia de Estados Unidos, y será un cementerio tras la «última batalla» en la que el Imperio yanqui, destrozado, se retirará a casa.

Y, en efecto, un hispanismo y un europeísmo no son incompatibles. La europeización del Nuevo Mundo fue una hispanización. La modernidad alternativa a los piratas anglos y a los esclavistas puritanos estuvo en El Escorial. No en Londres ni París.

¿Cuáles son, en tu opinión, los pilares básicos para reconstruir España? ¿Puede España volver a ser soberana?

Crear desde la base un sólido movimiento popular y transversal que actúe al margen de los partidos y acepte líderes incuestionables desde el punto de vista moral e intelectual. Crear estructuras paralelas que dejen en ridículo al sistema de los partidos (y a la otras comparsas como sindicatos, oenegés…). Encuadrar al pueblo en organizaciones cívicas no partidistas y alcanzar la situación constituyente, la de un gobierno de concentración nacional que reforme el Estado: 1) suprimiendo las autonomías y creando unos pocos entes federativos despojados de competencias sanitarias, educativas y policiales, 2) impugnando nuestros compromisos con la Unión Europea, la OTAN, los Estados Unidos, garantizando así la soberanía económica y militar, 3) creando las condiciones de lo que Gullo denomina «insubordinación fundante», especialmente la reindustrialización del país, la protección de la agricultura y ganadería nacionales, el fomento de la natalidad y control estricto de fronteras, 4) la insubordinación debería ir precedida de una intensa campaña de des-anglosajonización de la cultura y la enseñanza y 5) reconstruir un sistema educativo riguroso, basado en el esfuerzo, con reválidas y filtros, despolitizado, que premie al mejor y declare la guerra al vago y al parásito.

Ninguna de ellas es fácil de conseguir por separado. El primer paso es perder el temor a hablar, y no dejarse amedrentar por los inquisidores.