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Miguel Primo de Rivera: el salvador de España


Javier García Isac | 26/06/2020

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Con la situación política enrarecida y una difícil coyuntura económica, la situación del continente no era mucho mejor que la nacional. El tratado de Versalles había destruido por completo el orden tradicional y equilibro ideado, con astucia e inteligencia, por el canciller alemán Otto von Bismarck. Los imperios centrales habían desaparecido, creando una multitud de nuevos estados, algunos de ellos minúsculos y cuyas perspectivas de desarrollo eran dudosa a no ser que ampliasen sus territorios y poblaciones a costa del vecino. La reorganización de las fronteras europeas excitó a los separatismos vasco y, principalmente, catalán que elevaron la voz para pedir que sus regiones se convirtieran en nuevos estados. Nadie les hizo caso a nivel internacional pero sus constantes quejas y protestas contribuyeron a enturbiar, aún más si cabe, la política española. Impulsado por Estados Unidos, el tratado de Versalles no fue la resolución de la primera guerra mundial sino la semilla de la cual brotaría una nueva deflagración mundial pocos años después.

Sin embargo, Versalles no era el único problema al que se enfrentaba la vieja Europa. En noviembre de 1918, el mundo contempló aterrado cómo la revolución bolchevique se hacía con el control de Rusia. Los comunistas, guiados por Vladimir Lenin, habían dado un golpe de estado contra la joven república surgida tras la caída de la monarquía zarista, dirigida por una coalición de partidos de izquierda y socialistas. Para los bolcheviques, ávidos de poder, cualquier gobierno que no fuera el suyo era contrarrevolucionario y burgués. Los jefes de gobierno Lvov y Kerensky no quisieron ver el peligro que representaban los bolcheviques y, creyéndose capaces de domesticar a Lenin, terminaron en el exilio y sus seguidores asesinados en purgas posteriores.

Las noticias que llegaban a España desde Rusia intranquilizaron al gobierno, preocuparon a las derechas y radicalizaron a socialistas y anarcosindicalistas que comenzaron a adoptar paulatinamente postulados y planteamientos bolcheviques. Por si fuera poco, la situación en el Marruecos español no era nada halagüeña. Los rebeldes capitaneados por Abd-el-Krim se hicieron fuertes en las regiones montañosas del Rif. En el verano de 1921, los rifeños derrotaron al Ejército en Annual, destruyendo sus posiciones, sitiando la plaza de Melilla y controlando la mayor parte del protectorado. El número de soldados muertos o desaparecidos alcanzó los diez mil muertos y algo más de mil cien fueron hechos prisioneros. El desastre de Annual provocó una crisis política descomunal que obligó a dimitir al ejecutivo de Allendesalazar, que fue relevado por Antonio Maura y un gobierno de concentración nacional liderado por Antonio Maura. El líder socialista Indalecio Prieto, que años después se haría famoso por amenazar con su pistola a los diputados ideológicamente rivales en plenas Cortes, aseguró que España se encontraba «en el periodo más aguado de su decadencia» y que la campaña africana evidenció «el fracaso total, absoluto, sin atenuantes» del Ejército.

La crisis política desatada tras Annual fue de tal magnitud que el Ministerio de la Guerra encargó al General Juan Picasso realizar una investigación de las causas. Aunque Picasso se encontró con innumerables obstrucciones y trabas burocráticas, el informe que presentó calificó de «negligente» las actuaciones de los Generales Berenguer y Navarro y de «temeraria» del General Silvestre. La Casa Real presionó a Picasso para evitar que incluyera a Alfonso XIII en su informe como uno de los responsables del fracaso pues era el Jefe de los Ejércitos. Según algunos testimonios que fueron descartados, el monarca había animado la penetración irresponsable de Silvestre en territorio controlado por Abd-el-Krim sin la suficiente cobertura, medios u hombres para asegurar las posiciones.

A pesar de la investigación, la presión que sufría el gobierno en general y el rey en particular eran muy intensas. Maura y su equipo decidieron dimitir de sus cargos en marzo de 1922. Fueron sustituidos por los gobiernos de Sánchez Guerra y García Prieto, cuya duración también fue breve. La situación del país era terrible con huelgas obreras organizadas por socialistas y anarquistas en comandita y manifestaciones contra la guerra, todo ello aderezado con el descrédito del Ejército y la abierta incompetencia de la clase política. Ante esta situación, el Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, se sublevó contra el gobierno el 13 de septiembre de 1923 e invocó la salvación de España «contra los profesionales de la política». El ejecutivo exigió a Alfonso XIII la destitución inmediata de Primo de Rivera y los oficiales que le apoyaban pero el monarca se negó y nombró al militar alzado como presidente del gobierno, siguiendo el ejemplo de su homólogo italiano Víctor Manuel III que hizo lo propio con Benito Mussolini tras la mítica marcha fascista sobre Roma. El Capitán General de Cataluña no perdió el tiempo y disolvió las Cortes y los ayuntamientos, prohibió los partidos políticos, creo un directorio militar formado por ocho Generales y un Contralmirante que haría las funciones de gobierno, creó las milicias urbanas llamadas Somatenes para mantener el orden y declaró el estado de guerra en el país.

Resuelto a reconducir el país, Primo de Rivera decretó la prohibición de cualquier lengua que no fuera la española y de símbolos separatistas. Además, disolvió las diputaciones provinciales, auténticos centros de poder del caciquismo que había estrangulado al país desde el siglo pasado, cesó a los alcaldes, restringió ciertas libertades políticas y censuró las publicaciones. Si bien en un momento se rodeó de militares, Primo de Rivera los fue sustituyendo paulatinamente por civiles con dilatada experiencia en el mundo de la economía, el derecho o la educación.

Aunque se temía una levantamiento revolucionario contra el nuevo régimen, la realidad es que las medidas de Primo de Rivera devolvieron el orden a las calles, el pistolerismo desapareció y las huelgas fueron erradicadas, incrementándose la producción y reduciéndose el desempleo. Con inteligencia, Primo de Rivera intentó atraerse a los socialistas, que se integraron en el recién creado Consejo del Trabajo que legislaría en favor de los obreros. Julián Besteiro, Manuel Llaneza e, incluso, Francisco Largo Caballero pasaron a ocupar puestos de importancia en el nuevo sistema implantado por Primo de Rivera. Largo Caballero, incluso, llegó a formar parte del Consejo de Estado. Respecto a los sindicatos, la posición de Primo de Rivera era favorable, siempre y cuando se dedicaran a las actividades propias de este tipo de organizaciones, como «el mutualismo, la cultura, la protección del trabajador e, incluso, la sana política» pero dejó taxativamente claro que los tiempos de «la resistencia y pugna con la producción» habían tocado a su fin. Así, el sindicato del PSOE, la UGT, obtuvo grandes cuotas de poder y sus dirigentes coparon los principales puestos de la Organización Corporativa Nacional, lo cual ahora niegan con absurdo cinismo. Muchas de las históricas demandas sindicalistas fueron realizadas durante este periodo.

Miguel Primo de Rivera

1. El salvador de España
2. El cirujano de hierro

Javier García Isac: Cita con la Historia. SND Editores (Marzo de 2017)

Nota: Este artículo es un extracto del citado libro