Sergio Fernández Riquelme es profesor titular, historiador y doctor en sociología. Director de la revista La Razón histórica y del centro Magistra Vitae, es uno de los geopolitólogos más destacados de nuestro país por sus análisis independientes. Entre otros libros publicados, destaca La Guerra de Ucrania: De la Revolución del Maidán a la Operación Especial.
Redacción: ¿Cuál es la situación actual del conflicto entre Ucrania y Rusia?
Sergio Fernández Riquelme: Creo que estamos en el nivel terminal del mismo, aunque la duración de sus últimos coletazos como «conflicto caliente» sea difícil de predecir todavía. Las tendencias regionales y los movimientos internacionales detectados parecen advertir su consolidación, tarde o temprano, como «conflicto congelado» de larga duración, ante la imposibilidad de la rendición de unos o la negociación de todos.
La actual guerra de trincheras, tras el fracaso de la «contraofensiva» ucraniana, las crecientes dudas geopolíticas o limitaciones económicas de sus socios occidentales, y la resistencia del régimen de Putin, indican el posible advenimiento de este desenlace: las tropas de Kiev intentando ganar algo más de territorio, por poco que sea, y las Moscú intentando no perder mucho antes de la llegada del invierno, tan determinante en este espacio vital.
Vamos camino de cumplirse dos años de guerra: ¿es factible un cese de la hostilidades a corto o medio plazo o nos encaminamos a que se convierta en un conflicto interminable como los que se viven en muchas regiones periféricas de la antigua Unión Soviética?
La historia comparada, en el espacio vital citado, nos puede ilustrar sobre que tipo de conflicto puede reconfigurarse a medio y largo plazo, viendo las posiciones y los recursos en este territorio postsoviético. Si finalmente se configura este conflicto como permanente y de baja intensidad, sin mesa de paz o armisticio por una de las partes, es probable dos adversarios atrincherados en sus fortalezas o en sus debilidades. Ucrania defiende, y seguirá defendiendo íntegramente, su soberanía territorial, con el apoyo de la comunidad occidental, y presionando en los puntos de contacto considerados más débiles; eso sí, mientras llegué dinero y vengan armas desde la OTAN y la Unión Europea.
Pero hay que recordar que Crimea y las zonas metropolitanas y fronterizas de Donetsk y Luhansk están fuera del control de Kiev desde hace ocho años, lo que hace pensar que estas áreas y las que controla Rusia desde febrero de 2022 van a ser, en mayor o menor medida, de difícil recuperación, Y Rusia, que controla el 20% del territorio ucraniano, aproximadamente, y que continuará dominando parte de las zonas del estado vecino, con más o menos extensión, ha conseguido con ello impedir, de facto y de iure, su gran objetivo: la pertenencia presente y futura de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea. Así lo hizo, antes, en Moldavia (dominando Transnistria) o Georgia (dirigiendo Abjasia y Osetia del Sur), obligando ahora a que Kiev renuncie a esos territorios para obtener el carné oficial euroatlántico, o provocando, de manera directa, la verdadera Tercera Guerra Mundial si se admitiera plenamente a Ucrania en estas organizaciones y se pidiera la ejecución de los artículos correspondientes de asistencia militar.
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Se acerca el invierno: ¿la llegada del frío y la nieve supone una ventaja para los intereses y objetivos militares rusos?
El «general invierno» en las estepas euroasiáticas, más o menos sobrevalorado en la interpretación histórica sobre las derrotas de Napoleón o de Hitler, sigue siendo un factor determinante.La experiencia del invierno de 2022 demostró la ventaja de esta estación para Rusia, o por lo menos que favorecía su estrategia defensiva. En esas fechas se frenó de golpe la verdadera y exitosa contraofensiva ucraniana en Jerson y Járkov, ralentizando o imposibilitado más avances mecanizados a campo abierto en los que Ucrania demostró mayor éxito, ante un invasor que se hizo con más territorio del inicialmente previsto y que debía de gestionar sin la logística necesaria, tras la negativa de Kiev a rendirse o a negociar en los primeros meses.
Además, las condiciones meteorológicas complicadas sobre el terreno que pararon, en buena medida, la señalada contraofensiva, posibilitaron la pausa necesaria para los rusos a la hora de crear condiciones defensivas dignas en la enorme línea de contacto de más de mil kilómetros, y centrar la batalla en el terreno más propicio para los fuerzas especiales y mercenarias de Rusia: la guerra urbana y de desgaste (véase Soledar y Bajmut).
¿Por qué los mass media publican incesantemente noticias sobre la buena marcha de la campaña ucraniana? La realidad es que Rusia combate en suelo ucraniano y controla aproximadamente una sexta parte del territorio del enemigo y no al revés…
Porque no se puede perder… No se puede perder, a fondo perdido, lo gastado del bolsillo de los contribuyentes occidentales, y no se puede perder, porque somos los buenos, en la llamada defensa del «mundo libre». La realidad demuestra que no es solo una guerra regional o étnica, sino una pieza, siquiera la más relevante, de una pugna internacional posmoderna, donde la OTAN y la Unión Europea se han implicado profundamente y de diversas maneras (pese a que Ucrania no era y no es parte de su club), y después del tiempo, de los recursos y de los discursos empleados, no se puede perder… de ninguna manera, aunque solo sea simbólicamente.
El recrudecimiento del conflicto entre Israel y Palestina, ¿tendrá alguna repercusión en Ucrania? Kiev se ha mostrado muy nervioso en los últimos días ante el traslado del foco mediático a la Franja de Gaza y a que pierda apoyo logística en favor de Israel…
El conocido politólogo y «experto» en Eurasia, Ian Bremmer, bastante abatido reconocía en las redes su sorpresa y decepción porque tras tantos meses nadie le había preguntado por el conflicto entre Rusia y Ucrania tras el nuevo y brutal estallido en Palestina. Quizás por la emergencia de la batalla entre Hamas e Israel, quizás por la importancia de los problemas socioeconómicos internos ante los fallos de la globalización agudizados por esta guerra ruso-ucraniana, quizás por el cansancio de la opinión pública sobre el tema central de la geopolítica tras tantos meses, quizás porque Putin se resiste a perder o a morir, quizás por el fracaso de los planes de Kiev y Occidente en este conflicto… O quizás por todo, pasando de esta guerra siempre en prime time mental y moral, a una lenta y agónica adaptación mediática a otro «conflicto congelado». Los metafóricos «quince minutos de gloria» de Warhol se acaban para todos, y más en este mundo en llamas, presente tanto en la realidad de una guerra militar no tan lejana, como en una guerra cultural muy presente.
Dos preocupaciones a nivel geopolítico es la posición que tomen ante el conflicto palestino-israelí Irán y Turquía. ¿Qué decisiones pueden tomar Ankara y Teherán al respecto en las próximas semanas?
Ambas naciones han sido las rivales de Arabia Saudí a la hora de organizar al mundo musulmán más allá de la génesis árabe, buscando un islamismo global sin depender del control de Riad. Desde sus respectivos centros de poder y sus visiones particulares, han buscado controlar y mantener la lucha de Palestina tras el progresivo distanciamiento de reyes y dictadores árabes vecinos, mucho más pendientes de su poder y sus negocios que de reclamar Jerusalén como ciudad sagrada (los monarcas jordano y marroquí, o los dictadores tunecino o egipcio).
La Turquía de Erdogan, ligada genéticamente en su partido gobernante AKP a los Hermanos Musulmanes y a Catar, no puede mirar a otro lado pese a sus intereses occidentales y sus acuerdos con Israel, aunque creo que se limitará a usar el conflicto para agitar la identidad musulmana del país otomano en su beneficio. E Irán, ante los Pactos de Abraham y la pretendida normalización árabe-musulmana con el estado judío, busca agitar el avispero ante duras sanciones e injerencias externas en su propio territorio, mostrándose como el único y verdadero estandarte del Islam más puro y comprometido, “cuna de la revolución islámica” supranacional, aunque solo utiliza y utilizará a Hamas (o a Hizbullah), desde mi humilde opinión, para desestabilizar una región donde su presencia crece y crece (de Líbano a Iraq, pasando por Siria o Yemen).
Son los dos grandes y únicos actores regionales que pueden decir y hacer algo, pero realmente solo Teherán, desde sus aliados sirios o libaneses, podría provocar un estallido a gran escala ante la desunión interna de Israel que permitió esa incursión tan espectacular de Hamas.
Otro frente abierto es el conflicto entre Armenia y Azerbayán. Recientemente, analistas del Departamento de Estado estadounidense han alertado de la posibilidad de que Bakú ordene un ataque militar en forma de invasión contra su vecino.
Serán unos malvados, pero son nuestros malvados. Así piensa y así siempre ha pensado el poder norteamericano (aunque casi todos los hacen a nivel geopolítico), y los amigos o socios azerbaiyanos, pese a su historial tan negativo en derechos humanos, lograrán lo que las armas israelís, el dinero turco y la propaganda americana permitan. Especialmente para alcanzar su gran objetivo: ese corredor terrestre que conecte a Azerbaiyán occidental (la gran parte del país) con la oriental (la región de Najicheván) y, a su vez, con sus «hermanos» de Turquía, a costa de un país armenio que ha abandonado la tradicional protección rusa por un camino euroatlántico donde, a la hora de la verdad, se ha quedado solo y abandonado.
¿Por qué la comunidad internacional apenas presta atención a la situación de Armenia?
Porque en geopolítica no hay amigos ni enemigos, solo intereses. Y la dictadura azerbaiyana, como la saudí o la marroquí, tiene las manos libres para hacer y deshacer dentro y fuera de sus fronteras, sin controles de la comunidad occidental en temas de democracia o libertades. El petróleo que fluye desde Bakú es más importante, como hemos visto ante la limpieza étnica de armenios, que el sufrimiento de los habitantes de Nagorno. Así de cruel, pero así de sencillo.
No podemos olvidarnos de la situación del África francófona. En apenas meses, la influencia de París ha sido erradicada en la misma y parece que Moscú se ha convertido en un actor clave en la región.
Mali, República centroafricana, Burkina Faso, Níger… países pobres, pero con enormes recursos, y sometidos a la neocolonización económica e ideológica de Occidente, que han dicho basta a las elites, supuestamente democráticas, pero realmente enriquecidas y despóticas, impuestas o favorecidas por Francia o Estados Unidos. Por ello, han emergido nuevos gobiernos que buscan regresar a poderes políticos fuertes, a la soberanía económica propia y a la defensa a ultranza de sus valores tradicionales. Y han encontrado en China o Rusia socios internacionales que no cuestionan nada de eso y solo llegan para hacer sus negocios o a mostrar su influencia.
Sangrante, geopolíticamente, es el caso de Francia, la Francia de Macron: expulsada diplomática, económica y militarmente, ridiculizada entre sus amigos occidentales, insultada en las calles de media África, y descompuesta internamente (como muestra la tensiones étnicas de 2023 en sus calles) pese a querer seguir siendo la potencia desarrollada que debía decirles a sus antiguas colonias cómo ser y en qué creer. La Francofonía aparece como la gran muestra de la nueva decadencia de Occidente.
Por último, ¿podemos confirmar que, por fin, el mundo es multipolar? ¿Ha perdido definitivamente Estados Unidos su papel de gendarme global?
Demasiados fuegos para tan poca agua. Los Estados Unidos de Biden y sus «demócratas», que regresaban para volver a convertir a su país en el sheriff internacional desde el progresismo woke sin fronteras, ha provocado, en pocos meses, la emergencia de un auténtico mundo en llamas. Y frente a él, su vieja receta «apaciguadora» de imponer sanciones, controlar gobiernos, chantajear con el dinero o juzgar moralmente a los demás no ha impedido explosiones económicas o militares a diestro y siniestro, que ni al mismísimo y odiado Trump se le hubiese ocurrido provocar.
El ascenso imparable de China como potencia y su presión sobre Taiwán, la inesperada rebelión africana (y no solo en la Francofonía), la emergencia de soberanismos democráticos o autoritarios en medio mundo, la resistencia de Rusia en su idea imperial, la crisis permanente en Latinoamérica, los conflictos étnicos persistentes en Palestina y Nagorno… «Incendios» supuestamente locales pero que, como vemos ante la lucha encarnizada por los recursos, las migraciones masivas y desestabilizadoras, o la carestía de la vida de norte a sur, quizás sean indicadores de que al poder globalista la situación se le está yendo de las manos.
Todo comenzó y acabó en Kabul: el sueño republicano de dominar el mundo sin cortapisas (conquistando la indomable y atrasada Afganistán), y el sueño demócrata de un mundo en paz a su imagen y semejanza (aculturizando a pueblos que, a lo mejor, no querían serlo). Antes de llegar la democracia tolerante y diversa a las peladas montañas de la vieja Bactria, gobernaban los malvados talibanes, y después de hacer soñar a jóvenes y mujeres en un futuro occidentalizado, los «barbudos» siguen en el poder. A veces la historia no se repite como tragedia o como comedia, simplemente se repite.
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