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Cuaresma: tiempo de lucha, de conversión y de creer en el Evangelio


José Ortega | 08/03/2024

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Entramos en la cuarta semana de Cuaresma y conviene pararnos a reflexionar acerca del período litúrgico que atravesamos.

«Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás». Este versículo del Génesis que va ligado a la imposición de la ceniza, no puede ser mejor para resumir el sentido de la Cuaresma: la conversión. Es interesante la lección de humildad que nos ofrece este versículo, pues debemos tener claro que ricos, pobres, blancos o negros tenemos el mismo destino, la muerte. La vida terrenal es pasajera, y en este período los católicos estamos llamados a la conversión y a creer en el evangelio, a dejar atrás nuestro pasado, nuestros pecados, y a prepararnos en cuerpo y alma para el Reino de los Cielos. Para ello, los católicos tenemos la oportunidad de visitar el sacramento de la confesión, para que nuestros pecados sean borrados y entablemos una vida nueva.

La Cuaresma es un tiempo de reflexión, de cambio, de transformación espiritual. Esta transformación tiene que ir ligada a los pilares fundamentales de la Cuaresma: el ayuno, abstinencia, oración y limosna. La Conferencia Episcopal manda a los fieles la obligación de ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la abstinencia de carne los viernes de Cuaresma. Es nuestro deber guardar y cumplir dichos preceptos, pero complementariamente podemos ayunar y abstenernos de otros muchos más bienes. El ayuno y la abstinencia consisten en privarnos de cosas para mentalizarnos y estar preparados para algo. Un buen ayuno podría ser desinstalarnos las redes sociales, dejar de fumar o privarnos de beber alcohol.

Muchos católicos llenamos nuestras frentes de ceniza el miércoles 14 de febrero, pero seamos sinceros, ¿estamos viviendo la Cuaresma como un tiempo de conversión, o nos hemos puesto la ceniza como aquellos fariseos que, cuando ayunaban, ponían caras tristes para que la gente los viera? «Cuando vayas a orar, ayunar o dar limosna, hazlo en secreto; tu Padre, que está allí en lo secreto, y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará». Ni el Miércoles de Ceniza es precepto, ni es obligatoria la imposición de la ceniza. No seamos hipócritas, pues es preferible no haber llenado nuestras frentes de ceniza, convertirnos y dejar que nuestros actos hablen por sí solos, a ser como los fariseos, no convertirnos y seguir siendo igual de pecadores que antes pero habiéndonos puesto la ceniza.

Por otro lado, no debemos olvidar que la Cuaresma simboliza los 40 días que Jesús pasó en el desierto, 40 días en los que fue tentado hasta en tres ocasiones por Satanás. No solo es un tiempo de conversión sino de lucha. Nuestra batalla no es solo por el Bien, sino contra el Mal. Al igual que Jesús en el desierto, debemos luchar contra el Mal y contra todo tipo de tentación. Debemos estar alerta, pues «el Diablo anda como león rugiente buscando a quién devorar». Él es astuto y muy inteligente, pero disponemos de las mejores armas para vencerle: la confesión y la oración. El maligno detesta que nos acerquemos al confesionario y que oremos humildemente a Jesús, quien lo venció en el desierto y en la cruz. Sin embargo, sobre todo, siente una furia especial cuando se menciona el nombre de la Santísima Virgen María, quien, siendo una simple criatura, con su pureza, humildad y su condición inmaculada de pecado, lo vence siempre. Ella es la que pisa la cabeza de la serpiente, y con Ella y su Hijo, será nuestra victoria. En su unión con Cristo, hallamos la fuerza para vencer las tentaciones y superar el mal. Con la intercesión de la Santísima Virgen María, quien aplasta la cabeza del maligno, y la gracia de su Hijo, alcanzaremos la victoria sobre el pecado y la oscuridad.

Por lo que, ¿estás dispuesto a cambiar tu vida por Jesús para obtener la vida eterna, o seguirás apegado a lo terrenal y mundano? Cuando muramos seremos juzgados por nuestros pecados. Los justos heredarán el Reino, y los injustos el infierno. Dios es misericordioso y perdona, pero sólo si nos arrepentimos a tiempo. No sabemos la fecha y hora de nuestra muerte. Estamos a tiempo de arrepentirnos de nuestros pecados, de tomar la Cruz y seguirle.