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Destrucción creativa: el gran reinicio


Umberto Bianchi | 07/07/2021

En este extraño verano, que llega tarde, tras una larga y lluviosa primavera, dominan los tonos triunfalistas. Italia está «saliendo» de la crisis, los contagios disminuyen, las cifras catastróficas que hablaban de muertes y hospitalizaciones por una pandemia, se reducen ahora a proporciones ínfimas.

Incluso en las calles, la gente se entretiene, un ambiente de animación y alegría general parece haber sustituido a la tristeza y los terrores medievales que sentíamos unas semanas antes… Y luego están los que nos dicen, en tono triunfalista, que el gran reinicio ha fracasado… ¡Vaya! En algún momento, los Señores del Mundo tuvieron que dar marcha atrás: puede ser la seriedad del primer ministro Draghi, el ceño fruncido del general Figliolo, las palabras del inmortal presidente Mattarella, pero el hecho es que, más allá de todas las predicciones optimistas, cada vez oímos hablar más del fracaso del Great Reset, o más bien de ese reordenamiento general del mundo, que la ocasión de la pandemia habría ofrecido a los lejanos Señores que nos gobiernan sin parecerlo.

Pero, más allá de las bromas y el triunfalismo fácil, las cosas no son para nada así. En la última reunión del G7, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, retomó, sin demasiados aspavientos, las viejas directrices de la política exterior estadounidense: los buenos por un lado, los malos por otro. Sin circunloquios diplomáticos. Los buenos, no hace falta decirlo, son «ellos», los Estados Unidos progresistas y buenistas dirigidos por los demócratas, el circo de Bruselas y toda su corte de los milagros. Los malos, sin embargo, son China, Rusia e Irán. Si China, con el asunto de Wuhan y la pandemia, ha cedido ante Estados Unidos, que no podía esperar a encontrar cualquier pretexto, para regañar a China en el rincón de los malditos, para condenarla al incómodo papel de «competidor» económico directo de Estados Unidos. Para la Federación Rusa e Irán, sin embargo, las cosas son un poco «diferentes». Rusia, en particular, no sólo desempeña el papel de competidor geoeconómico de Estados Unidos, sino que, no por casualidad, representa, hoy más que nunca, un contrapeso válido y concreto al modelo globalista estadounidense.

La Federación Rusa, con Vladímir Putin a la cabeza, destaca cada vez más su papel de líder de esta soberanía euroasiática, capaz de representar la única alternativa válida y real al orden abracadabrante de Bruselas. Por eso, más allá del diálogo y de los discursos sobre el deshielo entre las dos potencias, las sanciones adoptadas por Estados Unidos contra la Federación Rusa siguen en la agenda. El segundo punto. El agravamiento de la crisis económica mundial ha desencadenado una carrera frenética por la especulación financiera, en detrimento de todas las actividades productivas, que han sido puestas de rodillas por la crisis y que ahora corren el riesgo de ver desmembradas y despotenciadas sus capacidades productivas, en nombre de los programas vampíricos destinados a reajustar las empresas. Tercer punto. Más allá de lo que se pueda decir, el actual Primer Ministro electo Draghi, es un gran seguidor de la teoría de la «destrucción creativa» del economista austriaco Joseph Schumpeter. Schumpeter, retomando el concepto marxista de la continua autorrenovación de las estructuras de apoyo del capitalismo, a través de un proceso de constante eliminación y sustitución, hasta el punto de recomendar la destrucción del propio capitalismo, reformula esta teoría en una perspectiva contemporánea. Pero también ofrece la vertiente del neoliberalismo que hace de esta doctrina un auténtico «mantra», capaz de justificar ideológicamente la desinversión de las empresas, las privatizaciones salvajes y, por supuesto, la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. La volatilidad absoluta de esta doctrina económica se reafirma cada vez más.

La tan cacareada «flexibilización cuantitativa» de Draghi sólo ha servido para salvar a los bancos y otros organismos parasitarios, asegurando así la supervivencia del euro, la moneda de la deuda, más allá de cualquier duda razonable. Y, hay que añadir, que ahora está latente la tentación, aún susurrada en voz baja, pero cada vez más fuerte y acuciante, de prorrogar el estado de excepción, para así tener vía libre, saltándose los cauces institucionales normales, a la hora de tomar las decisiones más importantes. En todo esto, el clima de optimismo bovino que los medios de comunicación establecidos exudan por todos sus poros se justifica por el éxito de la llamada «campaña de vacunación», con la que las empresas farmacéuticas han obtenido beneficios estratosféricos, apoyadas por gobiernos totalmente entregados a sus intereses. La campaña de vacunación fue, por el contrario, el primer paso hacia el reinicio global. La pandemia fue una verdadera prueba de la capacidad de reacción de las poblaciones europeas, en particular.

Frente a una campaña continua de terror mediático, frente a las limitaciones flagrantes e inconstitucionales de las libertades fundamentales, los ciudadanos de media Europa han tenido reacciones débiles y aisladas, que permiten esperar la instauración definitiva de un nuevo orden mundial, cada vez más caracterizado, como ya hemos dicho, por procesos económicos de «cizallamiento»: reducción y compresión de las actividades productivas por un lado, crecimiento exponencial y actividades financieras incontroladas por otro.

Un crecimiento «asimétrico», por tanto, acompañado de una reinterpretación en sentido restrictivo de las libertades fundamentales de los ciudadanos. Esto se aplica a la libertad de circulación, la libertad de expresión, etc., así como a las libertades económicas. Estas últimas, cada vez más reducidas a meras actividades de subsistencia, se integran a través de subvenciones sociales, que a su vez son el resultado de desembolsos acompañados de obligaciones de devolución con intereses, como en el caso del llamado Fondo de Recuperación. Como hemos visto, el coco del «reseteo global» no ha terminado: no ha fracasado en absoluto, como afirman algunos fantasiosos. El proceso sólo está en sus inicios, la única esperanza que queda es la de una conciencia colectiva progresista, que sepa hacer girar la rueda de la historia a favor del pueblo y no de las oligarquías financieras.

Fuente: Arianna Editrice