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¿Está la religiosidad de vuelta en Europa?


Denis Collin | 01/09/2022

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Al leer la prensa, nos enteramos de que, por primera vez en al menos 40 años, la mayoría de los jóvenes de 18 a 30 años son creyentes.

Las jóvenes generaciones de musulmanes pesan mucho en esto y los efectos a medio plazo se harán sentir. La tolerancia estadounidense, plato favorito de los izquierdistas de todos los colores, impone «no ofender las conciencias» y obviamente no se puede hacer ningún discurso crítico con respecto a las religiones en general y en especial con respecto al islam.

Durante décadas, la religión de muchos jóvenes fue el comunismo, esta gran herejía cristiana, muy dividida en sí misma (¡había lugar para todos en la casa del señor!). La profunda regresión del comunismo priva de ideales a los jóvenes, que vuelven a caer en el buen viejo «suspiro de la criatura abrumada».

El ambiente de fin del mundo que reina bajo los repetidos golpes de los ideólogos climáticos (los que andan predicando en sus jets, inclusive) tiene un lado angustioso que también nos empuja a repasar las buenas viejas recetas probadas a lo largo de la historia de la humanidad. Curiosamente, este auge de las religiones se produce en un contexto de individualismo exacerbado, de santificación por parte de cada uno de sus personitas y de decadencia de ese viejo entramado colectivo que fue la nación, intermediaria entre el universalismo abstracto y el tribalismo comunal.

Ni rías ni llores, entiende

Lo que da fuerza a las religiones no son las teorías que puedan producir los teólogos o los filósofos, son los mitos (todas las religiones se basan en mitos) y las prácticas que son tantos signos de pertenencia. La ortopraxis es más importante que la ortodoxia. Nueve de cada diez de estos jóvenes creyentes son perfectamente ignorantes en lo que respecta a su propia religión. El nivel medio de los imanes es lamentable. Pero esto no tiene importancia práctica.

El mito es tanto más fuerte por ser combativo. Cuando eres joven, quieres pelear. Es etología humana básica. Basta con designar un enemigo y ofrecerse a entrar en combate, con señales de reconocimiento (ver la película La Ola).

La mitología islámica se forjó entre los siglos VII y VIII a medida que se afianzaban las primeras dinastías árabes, a medida que los habitantes de Arabia se convertían en árabes, más concretamente, a medida que se construía un gran imperio. El judaísmo dio a los hebreos un origen mítico y una historia que los unió mucho y provocó que los descendientes de pueblos que nunca habían puesto un pie en el Levante recitaran «el próximo año en Jerusalén» y están allí 2.700 años después de la redacción del Pentateuco.

Los cristianos conquistaron el Imperio Romano desde dentro y establecieron el dominium mundi. Las mentes iluminadas que somos (¿?) han subestimado mucho el poder de los mitos religiosos. Como buenos progresistas, creíamos que la ilustración se apoderaría del mundo, que desaparecerían los miedos vacíos. ¡Falló otra vez! La descomposición de la civilización occidental, socavada desde dentro por el libre mercado, el individualismo y el frenesí del consumo nos promete días no muy felices.

Denis Collin: Nación y soberanía (y otros ensayos). Letras Inquietas (Marzo de 2022)