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Ingeniería social y cultural para el cambio del legado histórico


Ernesto Ladrón de Guevara | 12/11/2020

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

La cultura es la transmisión intergeneracional de una cosmovisión y formas de vida. Se aprenden aquellos valores que forman parte de nuestro acerbo cultural cuando nuestros mayores nos los transmiten por vía familiar, social y escolar. Esos elementos forman el tejido de nuestra convivencia en común y de nuestro estar en el mundo. Es lo que llamamos civilización. Nadie es capaz de empezar desde cero. Es necesario que nuestros mayores nos digan su verdad para que no volvamos a cometer sus errores y aprendamos de sus aciertos.

Cualquier cambio de ese enfoque de nuestra existencia debe partir de lo que se nos ha transmitido por las generaciones pasadas, mejorando ese poso intergeneracional y evolucionando hacia formas más perfectas de convivencia y de vida, material y espiritualmente satisfactorias. Pero una ruptura con nuestro pasado y ponerle un punto y final a lo que hemos heredado es hacer un corte a nuestras raíces que no puede ser beneficioso pues supone perder las referencias vitales esenciales por las cuales han luchado y vivido nuestros ancestros. Bajo ningún punto de vista eso puede ser bueno ni puede suponer un progreso, pues es negar el aprendizaje que durante generaciones ha servido para la filogénesis, para la evolución de la humanidad hacia el progreso y la perfectibilidad de la especie humana.

La civilización occidental tiene sus pilares instalados en el mundo grecolatino y en el paradigma cristiano, con la mirada puesta en su origen bíblico judaico. También se nutre de las bases ideológicas de la democracia contemporánea, que surgió tras la ilustración francesa y el racionalismo kantiano. Esa acumulación filosófico-religiosa forma una amalgama que provoca un enfoque de vida y un constructo cultural que alimenta nuestra forma de ver y sentir las percepciones cognitivas y emocionales. Cualquier modificación brusca de esos elementos culturales, morales y vitales solo trae consecuencias imprevisibles de carácter social y estructural que conmocionan los más elementales principios en los que se basa el funcionamiento de nuestras formas de vida.

El comunista italiano Gramsci, en el primer tercio del siglo XX, al ver que las masas en Europa no seguían las pautas de la revolución comunista, por estar impregnadas por el pensamiento y valores cristianos, ideó, desde la cárcel en su concepto de “Hegemonía”, la transformación cultural de las sociedades occidentales, a fin de arrumbar la cosmovisión cristiana y sustituirla por el paradigma marxista. Para ello había que modificar la idea de la familia, eliminar la moral de base cristiana, dar un giro a la idea de la sexualidad para mutar la estructura social basada en la institución familiar, y su enfoque reproductivo, etc. Fruto de esa nueva visión sin subversión violenta, se instauró la Escuela del marxismo cultural de Frankfurt de origen iluminista y francmasónico, cuyo principio era extender como una mancha de tinta por las sociedades una nueva idea de hombre, el New Age, nueva era cultural cuyo término y resultado era un sincretismo panteísta que negaba la moral cristiana y relativizaba todos los elementos cognitivos y referenciales que habían recibido las sociedades europeas. De esa manera era más fácil penetrar con planteamientos agnósticos y sustituir la religión con ideologías en unos casos marxistas y en otros nacionalistas exaltadas, o ambas amalgamas, cuyas expresiones nos son muy familiares en nuestra España actual.

Nuestras sociedades actuales de corte occidental se hayan inmersas en esa dinámica rupturista con el legado cultural que da pie a nuestras formas de convivencia y organización social tradicionales. Las consecuencias más importantes de esos enfoques transformativos son la mutación de la idea de la familia, su vulnerabilidad como estructura social, su inestabilidad como reducto en el que se cría y educa la progenie, y como elemento principal de organización de nuestras sociedades. Para ello había que transmutar la idea de la sexualidad, incorporando nuevas formas de relación entre las personas y ampliando el concepto de sexualidad hacia nuevas formas de satisfacción edonista que dieran la espalda a la familia. En consecuencia, y para contrarrestar la concepción cristiana de la familia y la hetereosexualidad, había que destruir las bases cristianas de nuestras sociedades, favoreciendo una inmigración fundamentalmente islámica. Esta, al no tener arraigo, era más fácil de manejar para lograr la descomposición de las estructuras nacionales y descomponerlas, de tal manera que así sería más efectivo manejar a los individuos y generar legislaciones que dieran lugar a nuevos constructos políticos y sociales.

Y, en consecuencia, implantar en el imaginario colectivo nuevas formas de concebir la existencia y las relaciones interpersonales, con enfoques totalitarios alérgicos a la heterodoxia. Y no es de extrañar, por ello, el empeño del ex presidente español José Luis Riodríguez Zapatero por recuperar una idea sesgada y sectaria de memoria histórica.
El resultado es una bajada espectacular de la natalidad y un cambio brutal de la pirámide de población que conlleva efectos muy negativos, como serán la islamización progresiva de nuestras sociedades, el envejecimiento poblacional, la crisis de los sistemas de pensiones, la necesidad de un reenfoque del gasto presupuestario dirigido a la sanidad y la asistencia gerontológica por no haber reemplazo laboral y producirse un empobrecimiento; y la desaparición en unas décadas de las sociedades occidentales tal como las hemos conocido. Y al ser el islamismo una concepción más receptiva a la ausencia de las libertades individuales y a las concepciones liberales del funcionamiento de la economía y de la sociedad, ese marxismo transversal, más o menos explícito, puede sustituir las actuales convenciones sociales.

Una evidencia palpable de todo ello es la falta de apoyo a la familia, la ausencia de políticas pronatalistas, y el abandono de todo planteamiento que permita congeniar la actividad laboral con la familiar, lo que hace que sea un acto heroico el tener hijos. Pero este fenómeno no es casual. Se trata de sustituir a la familia en su genuina finalidad educativa para institucionalizar esa función que consiste en crear hábitos, valores y conceptos morales para que las personas sean libres y autodeterminadas para construir su ideal de vida. De esta manera la escuela sustituye a la familia y se convierte en una institución adoctrinadora donde ante la ausencia de la familia en esa función primigenia, se redefina una idea de hombre o mujer que nada tiene que ver con el concepto de ciudadanía y sí con personas predeterminadas a ser engranajes de un modelo de sociedad pergeñado por una ingeniería perfectamente diseñada al efecto. Huxley se adelantó a este proceso en su obra Un mundo feliz. Los resultados son los siguientes:

1. Personas sin un modelo referencial axiológico, una vez destruido el concepto de moral de base cristiana.
2. Familias desestructuradas, que van abandonando su genuina misión educadora y de progenie.
3. Desestructuración social, confundiendo conceptos establecidos desde el derecho romano como es el del matrimonio entre personas de distinta identidad sexual.
4. Un feminismo que no tiene como principio y objetivo la liberación de la mujer sino su oposición al hombre, cuyo fin y objeto es destruir el concepto de familia. Los derechos de la mujer deben ser defendidos por el conjunto de la sociedad, pero sin para ello estigmatizar al hombre.
5. Una idea de la educación que no es liberadora sino alienante pues se basa en que la escuela es una institución para transformar la sociedad, y por tanto adoctrinadora.
6. La atomización de nuestras sociedades y, por tanto, la disolución de los estados nacionales con todos los nefastos efectos que ello tiene para cohesionar nuestras sociedades, dotarlas de estructura y mantener los aparatos productivos y de generación de recursos para el bienestar social.
7. El cambio en poco tiempo de los paradigmas culturales y antropológicos de nuestras sociedades por el favorecimiento perfectamente diseñado de la inmigración, fundamentalmente islámica, más fácilmente asimilable y más propicia a orientaciones totalitarias de la vida en común y de la acción política.
8. En España, la progresiva sustitución de la lengua común de todos los españoles por las neolenguas, que tan bien anunció Orwell en su obra 1984 para modificar cognitivamente las mentes de las masas.
9. Y, lo que es más importante, la destrucción de nuestra civilización en un periodo de tiempo acelerado que disolverá todos los elementos intergeneracionales que nos han sido transmitidos por vía cultural.

Este es el principal problema que tiene, no solamente España, sino Europa en su conjunto.

Revista Naves en Llamas: ¿El fin de Occidente?. Número 1 (Marzo de 2018)

Nota: Este artículo es un extracto del ensayo publicado en la citada revista

Ernesto Ladrón de Guevara: La Hispanidad descompuesta. Letras Inquietas (Octubre de 2020)