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Guillaume Faye y el arqueofuturismo


Constantin von Hoffmeister | 08/08/2023

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Guillaume Faye, con su convincente aura intelectual, destaca como piedra angular en la esfera intelectual de la derecha europea. Nacido en la histórica ciudad francesa de Angulema, al principio no dio muestras de la vorágine intelectual que le caracterizaría más tarde. Al crecer, sus estudios le llevaron a la prestigiosa escuela Sciences Po de París, donde perfeccionó sus conocimientos de ciencias políticas.

Sus primeras incursiones en el mundo de las ideas le llevaron a la órbita del GRECE (Groupe de recherche et d’études sur les civilisations européennes), un think-tank etnonacionalista francés. Ascendió rápidamente y se convirtió en uno de sus principales ideólogos en los años setenta y principios de los ochenta. Su colaboración con este grupo enriqueció su perspectiva, permitiéndole combinar arquetipos europeos intemporales con su visión del futuro, culminando en la filosofía del arqueofuturismo.

Más allá de su asociación con el GRECE, Faye ha tenido una carrera polifacética. Ha trabajado como periodista, locutor de radio e incluso ha hecho sus pinitos como actor. Estas variadas experiencias han enriquecido su comprensión de la sociedad europea y sus fundamentos culturales. Sin embargo, en medio de todas estas aventuras, nunca se ha apartado de sus pasiones intelectuales, utilizando a menudo estas plataformas para propagar sus ideas.

A medida que maduraban sus perspectivas filosóficas, también lo hacía su articulación del concepto de arqueofuturismo, maravillosamente resumido en su obra magna Arqueofuturismo: tecnociencia y valores ancestrales. Pero para comprender realmente la profundidad y amplitud del arqueofuturismo, primero tenemos que explorar sus principios fundamentales.

En esencia, el arqueofuturismo es la solución de Faye a la dicotomía percibida entre el ilustre pasado de Europa y la promesa de su futuro. Lejos de ver estos dos ámbitos como contradictorios, Faye imaginó una fusión sin fisuras de ambos. Esta filosofía invita a Europa a inspirarse simultáneamente en su patrimonio grecorromano, pagano y medieval, al tiempo que abraza con ardor los avances tecnológicos y científicos.

Imaginemos la ciudad de Roma en el paradigma arqueofuturista de Faye: el Coliseo, símbolo de la grandeza imperial, podría transformarse en un escenario ecológico que acogiera recreaciones de acontecimientos históricos en realidad virtual. La Piazza Navona podría presentar esculturas integradas con tecnología punta, donde los diseños barrocos se complementarían con modernos elementos interactivos o de iluminación. Incluso el Vaticano podría ver preservados sus escritos antiguos gracias a tecnologías no invasivas, que permitirían a investigadores de todo el mundo acceder a los manuscritos mediante holografía en tiempo real. En esencia, Roma sería un museo viviente, una oda a su pasado, al tiempo que una próspera metrópolis a la vanguardia de la tecnología.

La visión de Faye no estaba limitada por fronteras geográficas o temporales. Pensemos en las instituciones educativas de Oxford o Cambridge. En un entorno arqueofuturista, las salas históricas seguirían resonando con la sabiduría de los antepasados. Los estudiantes, sin embargo, podrían utilizar la realidad aumentada para descubrir las obras de Shakespeare o emplear herramientas impulsadas por la inteligencia artificial para profundizar en los diálogos platónicos. Imaginemos un sistema de tutoría potenciado por la inteligencia artificial, en el que las pedagogías de Sócrates o Aristóteles se adapten y personalicen para cada alumno, garantizando una mezcla de técnicas educativas clásicas y contemporáneas.

Más allá de las infraestructuras y la educación, el arqueofuturismo también afecta a las normas y principios sociales. Faye propone una Europa en la que los valores tradicionales de la comunidad, los lazos familiares, el honor y la caballerosidad no se consideren arcaicos, sino elementos esenciales de la organización social. Aquí, las cenas familiares podrían ser una oportunidad para que los abuelos compartan cuentos y mitos, mientras pantallas holográficas recrean las escenas. Los festivales comunitarios podrían ser una celebración de las tradiciones de la cosecha, con drones iluminando el cielo, transformando la noche en un tapiz de tecnicolor.

La campiña europea tampoco se quedaría atrás en la visión de Faye. Imagine los bucólicos paisajes de la Toscana o la Provenza, donde los viñedos tradicionales utilizarían avanzados sistemas de control del suelo. En la elaboración del vino podrían confluir técnicas ancestrales con las últimas biotecnologías para potenciar los sabores y garantizar la sostenibilidad ecológica. Las ferias locales podrían exhibir artesanía tradicional junto a esculturas impresas en 3D, atrayendo tanto a nostálgicos como a aficionados al arte de vanguardia.

También es esencial subrayar que el arqueofuturismo no es simplemente un ensamblaje pasivo de dos épocas. Es proactivo, dinámico y evolutivo. Mientras Europa se enfrenta a los retos modernos (desde la ecología a la inmigración, pasando por la tecnología), la filosofía de Faye proporciona un marco para abordar estas cuestiones sin abandonar la ética fundamental que ha definido al continente.

En esencia, el arqueofuturismo, tal como lo articula Faye, no es un simple retroceso a un pasado romántico ni una carrera frenética hacia un futuro tecnocrático. Es una fusión armoniosa de lo antiguo y lo nuevo, el pasado y el futuro. En un momento en que Europa busca orientación en un mundo en rápida globalización, la visión de Faye sirve de faro, iluminando un camino que respeta las tradiciones al tiempo que se dirige con ardor hacia los horizontes del mañana. Para quienes sueñan con una Europa arraigada en su patrimonio pero sin miedo al futuro, el arqueofuturismo de Faye no es sólo una filosofía, es un faro.

Nota: Cortesía de Euro-Synergies