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Introducción a Agenda 2030: Las trampas de la Nueva Normalidad


José Antonio Bielsa Arbiol | 22/03/2021

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Este libro, avisado lector, surge con la urgente necesidad de propiciar un debate que nunca llegó a producirse (al menos en el ámbito real de las sociedades civiles): ese debate no es otro que el de la justificación racional y fundamentada de la pertinencia de implementar (en la jerga del día) la denominada Agenda 2030, un evento con escasos equivalentes en el devenir del Sistema-mundo, y que ha sido impuesto a la desnortada población mundial por la fuerza de simulacros democráticos larvados, sin mediar debate «abierto», referendo alguno o tentativa análoga que lo cuestione; es decir, nos ha sido embutido sin siquiera tolerar una democrática disensión que lo replique o enmiende en alguna de sus muy cuestionables partes.

Tan preocupante escenario del Nuevo Orden Mundial (NOM), hipertrofiado por la desinformación exponencial y los omnímodos aquelarres de poder supranacional, adquiere en la ultrajada España de 2021 especial significación, por cuanto dicha Patria, nuestra Patria (otrora Imperio evangelizador/civilizador bajo el abrigo de la Cruz) ha sido arrasada sistémica y gradualmente desde 1978 por múltiples elementos, viniendo además a postularse desde los comienzos del plan sinárquico conocido como Agenda 21 en uno de los más radicalizados laboratorios de ingeniería social de Europa y, por tanto, también del globo.

Carente de una metodología definida, la Agenda 2030 fue «puesta en marcha» en septiembre de 2015, y desde entonces todo cuanto a ella se refiere es coreado desde los altavoces mediáticos por una nutrida masa de peones bien remunerados, hasta el punto de que cada uno de los gestos y detalles difundidos por estos voceros (en connivencia con la prensa canallesca que los aúpa) adquiere redoblada entidad, y a los hechos de los últimos tiempos nos remitimos.

Tomemos como botón de muestra un ejemplo, no precisamente espectacular pero sí indicador de sus intenciones: cuando dos figuras públicas con perfiles en apariencia antitéticos como el comunista Pablo Iglesias Turrión, de una parte, y Felipe Borbón (a la sazón Caballero de la Orden de la Jarretera), de la otra, portan en las solapas de sus respectivas chaquetas un pin con el logo de la Agenda 2030, «algo» más bien obvio se nos está queriendo decir (al tiempo que escamotear). Estas aparentes nimiedades, tan subestimadas o desapercibidas por el grueso de los españoles durmientes, no son asunto baladí.

En ese pin-fetiche de la Agenda, multicolor y circular como una mesa redonda (¿de industriales?), se visibiliza la estética hortera, caótica y asignificativa de una nueva definición teológica de corte masónico, tecnotrónico y por sobre todo anti-cristiano (en las antípodas de la firmeza y estabilidad propias de la Cruz latina), y a la postre con un mensaje subliminal certero: «o estás con nosotros… o no existes». Pero sigamos.

Con el pretexto de visibilizar el comentado pin, el medio de propaganda gubernamental El País, en una «noticia» publicada el 20 de enero de 2020, expuso las claves simbolizadas tras el logo de marras en estos términos: «El logo de la Agenda 2030 muestra el compromiso de España para cumplirla», rezaba parte del subtitular, añadiendo luego: «Vicepresidencia segunda de asuntos sociales y Agenda 2030. La denominación de la cartera de Pablo Iglesias en el nuevo Gobierno ha hecho, al fin, famosos en España a los ODS de la ONU. Aprobados hace cinco años en Nueva York por 193 países, son conocidos también como Agenda 2030, por ser esa la fecha fijada para conseguir un mundo más justo y pacífico, y un planeta todavía habitable. Son 17 (desde acabar con la pobreza en todas sus formas hasta reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos) y su logo es una rosquilla del mismo número de colores que ha servido para la producción de no poco material promocional; el más popular, un pin. Lo llevaba el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la gala de los Goya. Y lo lucía el líder de Podemos en la solapa de su chaqueta el día de la investidura. Ya avanzaba la responsabilidad que iba a asumir. Ahora, ¿qué?». El artículo del referido medio progresista osaba incluso quitarse la careta líneas más abajo, anunciando sin mayor empacho que «otro de los retos que la Secretaria de Estado debe afrontar de forma urgente es, según los expertos, la puesta en marcha de los mecanismos institucionales para coordinar la implementación de la Agenda que compete a todos los ministerios, instituciones públicas, comunidades autónomas y Ayuntamientos. Es lo que llaman la gobernanza de la Agenda…».

En cuanto a los denominados ODS que postula la Agenda 2030 (programados para ser llevados a cabo en unos dos lustros), presumiblemente serían los famosos 17 puntos (económicos, sociales y medioambientales) que estallan ante nuestra mirada escéptica como pura pirotecnia verbosa, típica de esta clase de textos globalistas llenos de supuestas buenas intenciones, tras los cuales tan sólo se encierra un mensaje en clave, cínico y petulante: subtexto cuyo contenido último sólo parece ser accesible, en primera instancia, a esa(s) élite(s) que cree(n) estar más allá del Bien y del Mal… como de hecho están: «Es necesaria una gran movilización que permita a todos los seres humanos ser conscientes de la situación presente y, en consecuencia, comprometerse a actuar sin demora con un comportamiento cotidiano apropiado que haga posible hacer frente a procesos potencialmente irreversibles. Las comunidades académica, científica, artística, literaria, intelectual en suma, deben liderar hoy las respuestas adecuadas a las amenazas que se ciernen sobre la humanidad a escala mundial» (Federico Mayor Zaragoza).

Por fortuna para el lector atento a la corrupción del lenguaje (bien conocedor de los mecanismos de terror psicológico a los que estamos siendo sometidos), éste no perderá gran cosa si no lee ni traga con ruedas de molino con los objetivos de la inextricable Agenda: este lector ideal, dotado todavía de libre albedrío (y capacitado para intuir que tras la sórdida realidad que nos circunda no nos aguarda tanto ese paraíso mesiánico que en su día nos prometieron los gurús de la «Era de Acuario» como una macro-cárcel sin dolor monitoreada las 24 horas del día), ese lector ideal, decimos, se tensará ante esta retahíla buenista de hermosas intenciones envenenadas. En efecto, en el reino del eufemismo represor, la Agenda 2030 (carente de una metodología definida, insistimos) comporta una magnífica trampa bañada en jarabe edulcorado con múltiples trampillas accesorias (los subtextos), cual perfecto artefacto cuyos tentáculos aspiran a rematar ese gran viraje en el que nuestras desarmadas y agonizantes sociedades occidentales se encuentran inmersas.

Agenda 2030: Las trampas de la nueva normalidad, la obra que les entregamos, no es un texto adscrito a ningún think tank o gabinete de ideas adicto a unos u otros intereses, sean de corte neoliberal o socialdemócrata (puesto que todos estos credos políticos, con mayor o menos disimulo, laboran en la misma «hoja de ruta», por cuanto sirven a los mismos amos). Agenda 2030… tampoco supone ningún manifiesto falsamente crítico, cocinado a la postre para blanquear (por medio de las habituales cortinas de humo) los trapos sucios de las élites impronunciables que gobiernan el mundo desde 1945. Todo nuestro discurso expectante surge de la iniciativa independiente que exige la vivida denuncia de una realidad de la que no participa ese gran grueso de la población mundial, ese amplio 99,5% sin posibles, que son/somos los nuevos parias del «Gran Reseteo» inserto en el Desorden luciferino: las cobayas de una seudopandemia en curso a las que el Gran Hermano quiere vacunar (por consentimiento o por la fuerza) para llevar a cabo su mascarada genocida (debidamente diferida).

Queda pues advertido el lector: esta entrega no es un dilatado tratado sociológico, como tampoco un sesudo ensayo político sobre una cuestión candente; sería más bien un panfleto metapolítico de vulgarización urgente, al servicio de la defensa de la Civilización Cristiana (y de España en cuanto nación soberana integrada en la misma), amenazada hoy más que nunca por sus enemigos sempiternos, disfrazados de falsa fraternidad universal tras las más criminales medidas eugenésicas, parapetadas por eficacísimas entidades-pantalla y logos de simbología intencionalmente luciferina.

El deber, Dios mediante, nos obliga a llamar a las cosas por su nombre, ya que de lo contrario incurriríamos en esa vil complicidad de aquellos que prefirieron callar por eso de «ir capeando» lo inadmisible, postrados ante las inmundicias que demanda el silencio confortable; retomando las doctas palabras del erudito católico y amigo Patricio Shaw: «Por instinto de conservación, deseamos que Dios nos preserve de una guerra. Sin embargo, más importante que el techo, colchón, lentejas, y de paso otras cosas, es que venga el Reino de Dios, que sea destruida la Revolución Anticristiana Universal que ha llegado al colmo. Esta destrucción sólo pude darse con la muerte de una parte importante, probablemente mayoritaria, de la humanidad, y de todos los elementos masónicos, y esto requiere de alguna hecatombe grandísima. No podemos perpetuarnos en una falsa paz, en medio de una cloaca y en medio de un reino satánico».

José Antonio Bielsa Arbiol: Agenda 2030: Las trampas de la Nueva Normalidad. Letras Inquietas (Marzo de 2021)

Nota: Este artículo es la introducción del citado libro