Artículos

Jorge Mario Bergoglio no tiene fe y todo su empeño es acabar con la Iglesia Católica


Enrique de Diego | 11/11/2021

Me resulta muy penoso escribir este artículo, pero tengo que hacerlo por responsabilidad: Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, el impostor, es un hombre sin fe en el que todas sus actuaciones van encaminadas a acabar con la Iglesia Católica.

No pretendo entrar en los claroscuros de la biografía de Bergoglio en su Argentina natal, en su colaboracionismo con la dictadura militar de Videla, en su entreguismo de dos compañeros de sacerdocio y de la Compañía de Jesús, ni en su línea ortodoxa, o como diría él, conservadora, mientras estuvo de Papa, el gran San Juan Pablo II, como su férrea oposición al aborto y al «matrimonio homosexual», ni en las afirmaciones lejanas, allá por 1976, indicando que sería Papa, ni en la patente vanidad que le hace sentirse muy a gusto en su papel, cosa que no se había visto nunca.

La Iglesia Católica ha tenido Papas que han dejado mucho que desear en el ámbito moral, como Alejandro VI, el Papa Borgia, pero nunca cuestionaron la Revelación. Bergoglio es el primero. No tiene fe, en ninguno de los dogmas católicos, sólo en el poder, en sí mismo, pero no en Cristo, Nuestro Señor. No es que sea un cripto hereje, es que ni tan siquiera tiene fe en la Divinidad de Jesucristo. A principios de octubre de 2019, el día 9, el periodista Eugenio Scalfari, fundador de L’Espresso y del diario La Repubblica, de gran prestigio, confidente del Papa, con el que había mantenido numerosas conversaciones, que luego eran publicadas, escribió un artículo en el que afirmaba que el Papa le había confesado no tener fe en la Divinidad de Cristo: «Cualquiera que haya tenido, como me ha pasado varias veces, la suerte de encontrarse con él y hablarle con la máxima confianza cultural, sabe que el Papa Francisco concibe a Cristo como Jesús de Nazaret, hombre, no Dios encarnado. Una vez encarnado, deja de ser un Dios y se convierte en hombre hasta su muerte en la cruz».

Y añadía Scalfari, respecto a la frase de Cristo en la Cruz, «Padre, por qué me has abonado». «Cuando discutí estas frases, el Papa Francisco me dijo: Son la prueba de que Jesús de Nazaret, una vez que se convirtió en hombre, aunque era un hombre de virtud excepcional, no era un Dios en absoluto». El 10 de octubre de 2019, el Prefecto de la Comunicación de la Santa Sede, Paolo Ruffini, hizo un desmentido elíptico sobre una cuestión nuclear: «el Santo Padre nunca dijo lo que dice Scalfari». Pero Scalfari no tomó notas ni grabó, porque tiene la máxima credibilidad, para qué se iba a inventar algo así alguien acostumbrado a la intimidad amigable, mantenida después, con Bergoglio.

(…)

Toda esta sumisión al globalismo pasa por la creación de una Iglesia despojada de todo contenido sobrenatural, sólo una filosofía, como culminación del modernismo, compendio de todas las herejías, según San Pío X. Si Cristo no es Dios, no hay Revelación, y se puede acomodar todo. En ese sentido, Bergoglio tiene su agenda para la destrucción de la Iglesia en el plano doctrinal. No sólo sus bromitas como cuando dijo que no había que estar hablando todo el día del aborto, o cuando llamó «coneja» a una madre que vivía la generosidad conyugal y la voluntad de Dios en tener hijos o cuando dejó en tierra a familias cristianas en Lesbos para hacer sitio a familias musulmanas en el avión papal o su confusión en la recepción de la Eucaristía a los divorciados, con grave quebranto del matrimonio indisoluble establecido por Cristo. La demolición del contenido de la fe llega hasta la elaboración de una Comisión sobre las «diaconisas» con la que se pretende dar acceso a las mujeres al Sacramento del Orden, con gran oposición a la voluntad de Cristo que sólo quiso varones en tal Sacramento, y, como Dios, no se atenía a convenciones sociales.

Ahora planteará a las parroquias de todo el orbe un debate para una «renovación» sobre tres cuestiones: el matrimonio de los sacerdotes, la ordenación de mujeres y la relación con las personas que tienen tendencias sodomitas. Antes de entrar en las cuestiones obscenas, el mismo hecho de plantear ese debate es profundamente perturbador y herético; es la negación del contenido de la Revelación mediante una añagaza democrática. La Revelación nos obliga a todos, desde el Papa al último fiel católico. El Papa no tiene más autoridad que yo. Nos debemos a un código revelado inalterable. Lo otro es apostasía y modernismo, es tiranía de las conciencias y disolución. Los sodomitas deben ser tratados con caridad, pero si no se arrepienten de sus desviaciones irán al Infierno, que existe, como sentencia San Pablo, que predicaba en una sociedad corrompida como la actual. Las mujeres no pueden ser ordenadas, porque Cristo reservó esa función a los varones, a los Apóstoles en la Última Cena, cuando instituyó la Eucaristía. Hemos de ser fieles a ese legado divino.

Cuando estamos esperando la inminente segunda venida de Cristo, hemos de ser fieles a la fe, nos va en ello el alma, ir al Cielo, al Purgatorio o al Infierno, cuestiones en las que Bergoglio no cree ni por asomo, y que serán una desagradable sorpresa para él, hemos de tener temor a Dios y no miedo a los hombres. Resuena en nuestros oídos la pregunta de Cristo sobre la parusía: ¿encontraré fe? Sí, Señor, humildemente la mía. Debemos oponernos a la tiranía relativista de Bergoglio. Es una situación inédita en la Iglesia, cuando el Romano Pontífice no tiene fe y juega a la destrucción de la Iglesia y a la disolución de su código revelado. Son tiempos para la fortaleza y para redoblar la oración. El humo de satanás, del que hablara Pablo VI, ha entrado en la Iglesia, y ha llegado ahora hasta su máxima autoridad, hasta la Sede de Pedro. Bergoglio, el globalista, sirve a sus planes diabólicos, a cambio encuentra el apoyo de los medios, lo que es fundamental para su vanidad monstruosa. Vade retro, Bergoglio.

Enrique de Diego: Bergoglio: El cojón del Anticristo. Autoeditado (Noviembre de 2021)

Nota: Este artículo un extracto del citado libro