Por eso llevan décadas atacando la masculinidad, con una excesiva feminización… Sabían que con una sociedad de hombres fuertes con un mínimo de virilidad, su proyecto de dictadura globalista estaba condenado al fracaso, ¡imposible de aplicar!
Como resultado de este debilitamiento, los hombres postmodernos emasculados 2.0 ya ni siquiera defienden a sus propios vástagos y a sus esposas ante la amenaza o el abuso externos (por ejemplo, la máscara en las escuelas), han perdido incluso su instinto de supervivencia. Desde luego, no es «él» ni ninguna otra Conchita Wurst quien va a plantar cara a la implacable tiranía en marcha…
Durante décadas, han roto las familias, han destrozado la unidad familiar básica de la sociedad (ya no contamos el número de divorcios, de familias rotas, de familias recompuestas), han roto la solidaridad natural promoviendo un culto hinchado al ego y un individualismo forzado, han destruido el tejido social, han roto los vínculos intergeneracionales para aislar al máximo a los individuos.
Asimismo, han saboteado la cultura y la educación en las escuelas (el Ministerio de Educación ya no es el Ministerio de Educación), se han apoyado en las pantallas, en la escuela totalmente digital en lugar de en la calidad humana de la transmisión de conocimientos. Un enfoque perfecto para preparar la sociedad deshumanizada del mañana, preparando el camino para el transhumanismo y el control digital, que ahora se está implementando con los códigos QR.
También han deconstruido las identidades y las representaciones con su delirante teoría de género y el LGTBismo a ultranza. Han atontado a las generaciones más jóvenes ahogándolas en un flujo continuo de tonterías con realities, talk shows debilitantes, música decadente, desestructurada y sin armonía, series americanas angustiosas de Netflix, juegos que adormecen la mente, pornografía omnipresente y una cultura de Tittytainement.
Se ha promovido la falsa emancipación de la mujer para que ambas partes de la pareja se agoten, se pierdan y acaben desgarrándose en una frenética vida laboral para que sean progresivamente desposeídas de la educación de su propia prole, asumida y cada vez más monopolizada por el Estado para un formateo cada vez más temprano de los cerebros para hacerlos compatibles con el espíritu de este nuevo mundo. Como vemos, el Estado pretende ahora prohibir la educación en casa, bajo el falso pretexto del separatismo y de un peligro islamista en gran parte fantaseado que se agita como un trapo rojo (mientras se ha aplicado una política de inmigración excesiva en las décadas anteriores)…
En realidad, les importa un bledo la condición de las mujeres, y no hay más que ver cómo las enfermeras fueron maltratadas por la policía durante sus muy legítimas manifestaciones, tiradas al suelo y tiradas de los pelos sin que la inenarrable Marlène Schiappa se moviera ni un solo segundo… Enfrentar a hombres y mujeres en una rivalidad estéril, cuando son complementarios y están hechos para llevarse bien apoyándose precisamente en sus diferencias para avanzar, sólo podría ser contraproducente… Lo que sí es cierto es que todos seremos esclavos, ¡y seremos perfectamente iguales en la explotación, la servidumbre y la pobreza! Mientras que antes un solo salario era suficiente para mantener todo el hogar, ahora dos ingresos apenas alcanzan para vivir.
Durante décadas, también han hecho todo lo posible para eliminar a las pequeñas empresas independientes, imponiendo una fiscalidad aplastante y unas normas insensatas, con el fin de concentrar y centralizar cada vez más el poder en manos de unos pocos y poderosos grupos industriales. También, junto con la Revolución Verde, denigraron a los campesinos como paletos atrasados. Estos últimos eran una amenaza, porque estaban arraigados y armados con el famoso «sentido común campesino» y, por lo tanto, eran los más capaces de asegurar su propia subsistencia y la autonomía de la comunidad.
El individuo atomizado, cortado de sus raíces, abandonado a su suerte, se hace totalmente dependiente del sistema que ahora puede esclavizarlo e imponerle su voluntad, hasta el punto de asediar y tomar el control de su propio cuerpo con estas inoculaciones genéticas experimentales forzadas.
Mientras tanto, nos han familiarizado con todas las herramientas digitales necesarias para nuestra propia esclavitud futura, empezando por el teléfono inteligente al que todo el mundo se ha vuelto totalmente adicto, como si fuera una extensión natural de nuestro cerebro y nuestra mano. Es olvidar que es, sobre todo, una formidable herramienta de seguimiento e inteligencia. Además de las cámaras de vigilancia que han ido floreciendo hasta cubrir todos los espacios de nuestras calles, y la introducción del reconocimiento facial y los drones, etc., también nos hemos acostumbrado a ser rastreados por la policía.
También nos han acostumbrado a ser calificados y evaluados constantemente en todos los aspectos de nuestra vida: control en las carreteras con radares y policías omnipresentes, controles y evaluaciones en las empresas, evaluación en los programas de entretenimiento de la televisión con la eliminación del eslabón más débil cuando es necesario, etc. Del mismo modo, la noción de privacidad, que solía ser sagrada, se ha abandonado por completo, ¡incluso se ha vuelto muy sospechosa! Esto fue posible gracias a los talk-shows, en los que la vida íntima se mostraba a plena luz del día sin el menor freno, y luego a la llegada de los reality shows y las redes sociales. Todo ello permitió el posterior establecimiento de un sistema de crédito social permanente basado en una identidad digital y que evalúa las más mínimas acciones de los individuos según los criterios impuestos por el poder.
Todo esto no es fruto de la casualidad, sino de un proyecto a largo plazo de gran coherencia y perversidad perfectamente articulado en todos sus componentes, con la voluntad de moldear, orientar y dirigir la sociedad en una dirección muy precisa, bajo la apariencia de pseudoprogresismo y seguridad para todos. Antes de lanzar la gran ofensiva actual contra los pueblos, era necesario debilitarlos primero para neutralizar cualquier capacidad de reacción. El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones…