Los siguientes breves puntos de orientación pretenden resumir algunos de los principios que deben guiar a quienes defienden el futuro de nuestra civilización.
1. El hombre y la sociedad
Las sociedades humanas se forman y sostienen gracias a un complejo conjunto de factores. Algunos de estos factores son las tradiciones y hábitos culturales, las lenguas, las religiones, las características biológicas, la ética y la moral, los hábitos de consumo y las identidades sociales, étnicas y políticas de sus habitantes.
El ser humano necesita una identidad auténtica y un contexto histórico para sentirse integrado en la sociedad en la que vive. Esta necesidad no se satisface con identidades de consumo fluidas y plásticas, ni con concepciones utópicas de lo que las personas deberían ser, impuestas desde arriba. La identidad auténtica se basa en la lengua, la cultura, la identidad, la etnia y la realidad social, no en opiniones, orientación sexual o impulsos y necesidades artificiales inducidos por los medios de comunicación.
La identidad étnica es un punto de partida natural para la organización política. El concepto liberal del individuo, al igual que el análisis de clase del socialismo, ha demostrado ser inadecuado. Los grupos étnicos son el factor fundamental en casi todos los contextos y, por lo tanto, son excelentes puntos de partida para el análisis y la práctica políticos.
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— Letras Inquietas (@let_inquietas) May 28, 2023
2. Europa
Para muchas personas, la pertenencia a un grupo local, regional o nacional sigue siendo el marcador de identidad más importante. Sin embargo, las circunstancias históricas han hecho que estas agrupaciones sean insuficientes, al menos como entidades políticas, para defender los intereses políticos de los europeos en todo el mundo. Así ocurrió ya durante la Guerra Fría, cuando el continente estaba dividido en dos por la Unión Soviética y Estados Unidos, y así sigue ocurriendo hoy, cuando Europa es un socio subordinado de Estados Unidos, que ahora compite no sólo con Rusia, sino también con China, y quizá también, con el tiempo, con un mundo musulmán resurgente y con la India.
Por esta y otras razones, necesitamos una Europa unificada e independiente. Una política exterior común y una determinación compartida de defender los intereses de Europa a escala mundial es la única manera de que el continente se proteja y actúe políticamente en el mundo, sin ser más que un vasallo de una de las otras grandes potencias.
La emergencia de un mundo multipolar ha creado oportunidades hasta ahora inimaginables para que Europa se libere de su subordinación a Estados Unidos por medios puramente diplomáticos. Mediante el equilibrio entre distintas superpotencias, Europa podría buscar y encontrar su propio camino y alcanzar un mayor nivel de autodeterminación política. Si naciones relativamente pequeñas como Japón y Birmania pueden conseguir mucho aprovechando la creciente tensión entre China y Estados Unidos, Europa puede conseguir aún más si opta por cooperar sólo con superpotencias que respeten su soberanía.
A pesar de la necesidad de integración política, las identidades locales, regionales y nacionales deben ser reconocidas, apoyadas, dotadas de derechos y desarrolladas dentro de las fronteras europeas. La centralización burocrática característica de la actual Unión Europea debe limitarse a los ámbitos en los que es absolutamente necesaria, es decir, principalmente a las cuestiones de seguridad, comercio y política exterior, y poco más. Las identidades regionales y nacionales de Europa no deben rechazarse, sino reforzarse dentro de un marco paneuropeo.
3. Economía y política
Defendemos la primacía de la política sobre la economía. El poder político debe ser ejercido a cara descubierta, por personas visibles y responsables que rindan cuentas a los ciudadanos a los que gobiernan. La situación actual, en la que empresas privadas, organizaciones o individuos que han acumulado un poder o una riqueza considerables pueden influir o decidir libremente lo que ocurre en todos los ámbitos de la sociedad, es inaceptable. Los verdaderos representantes políticos de los pueblos de Europa deben tener el poder (y la voluntad) de limitar la influencia corruptora del dinero privado en la política.
La primacía de la política no es sinónimo de regulación o planificación. La capacidad de los mercados libres, de las personas libres y del libre comercio para crear riqueza económica no debe subestimarse y no debe restringirse por razones distintas a las de limitar la influencia del dinero en la política y hacer frente a los problemas sociales que el mercado por sí solo es incapaz de abordar. El Estado del bienestar terapéutico se ha tomado históricamente demasiadas libertades con los individuos y los grupos en Europa, y conviene recordar que la mayoría de las víctimas del comunismo no fueron fusiladas, sino que murieron de hambre como consecuencia de políticas económicas absurdas. Además, los servicios y ayudas sociales que Europa proporciona a sus ciudadanos, como la asistencia sanitaria y la seguridad social, deberían limitarse a los europeos y no extenderse a los no europeos cuyo único interés en estar en Europa es aprovecharse egoístamente de estos recursos que les ofrecen gratuitamente los políticos utópicos y los fanáticos sociales.
La economía no es el fundamento absoluto de la sociedad, y un enfoque dogmático de sus funciones nunca es prudente. Las palabras de Alain de Benoist son también las nuestras: daríamos la bienvenida a una sociedad de mercado, pero no a una sociedad dominada por el mercado.A la inversa, la exigencia de igualdad económica para los ciudadanos europeos no debe limitar los efectos positivos y generadores de riqueza de las fuerzas del mercado, como ha ocurrido y sigue ocurriendo en ciertas regiones del mundo.
Los ámbitos protegidos de las fuerzas del mercado tienen valor por derecho propio: las comunidades religiosas, las asociaciones culturales y deportivas, las sociedades históricas locales y otras formas de organización comunitaria son elementos importantes de una sociedad sana, siempre que sirvan a los intereses de los pueblos de Europa.
4.Los pueblos del mundo y el pluralismo étnico
Nuestro sujeto histórico es Europa, y representamos y defendemos ante todo los intereses de Europa y de sus pueblos. Esto no excluye en absoluto la buena voluntad y la cooperación con otros pueblos y grupos políticos.Sin embargo, cada persona en Europa merece autoridades políticas que representen los intereses de su pueblo, cuando su seguridad o bienestar se vean amenazados, y que traten de preservar y mejorar su bienestar. Un político motivado por alguna oscura noción de que su principal lealtad debe ser hacia una abstracta «humanidad» o «mundo», en lugar de hacia el pueblo al que gobierna, nunca puede ser tolerado como líder, ni siquiera como representante legítimo de una democracia. La «humanidad» o «el mundo» son conceptos que no se refieren a ninguna realidad política, cultural, histórica o antropológica concreta, y cuando se invocan, sirven inevitablemente para ocultar lealtades dudosas o simple estupidez política.
En cuanto al papel que debe desempeñar Europa fuera de sus fronteras, la historia decidirá. En términos generales, no debería tener la función de imponer a otros pueblos estilos de vida y sistemas políticos en los que no tienen ningún interés explícito. Debe negarse toda influencia sobre la política exterior occidental al grupo de fanáticos belicistas que, mientras vociferan perogrulladas sobre los «derechos humanos» y la «democracia», matan a millones de personas en todo el mundo al tiempo que utilizan la misma retórica para fomentar la inmigración masiva a Europa desde el Tercer Mundo. Las opiniones sobre la forma en que otros pueblos gestionan sus asuntos deben expresarse únicamente a través de la diplomacia y el ejemplo, no mediante las guerras de agresión y los intentos de subversión que han vuelto una y otra vez a perseguirnos en las últimas décadas.
El principio de que cada pueblo, en la medida de lo posible, pueda vivir como quiera no se basa en ninguna noción de relativismo cultural, según la cual se considera que todas las formas de hacer las cosas tienen el mismo valor para todos los pueblos, en cualquier parte del mundo. Al contrario, es estrictamente pragmático: la guerra y la revolución son sin excepción peores que la alternativa, que consiste simplemente en dejar el desarrollo de cada sociedad en manos de las personas que viven en ella. Por eso no debemos hacer la guerra, fomentar revoluciones ni derrocar órdenes establecidos en tierras ajenas.
A cambio de esta oposición directa a la intervención y la violencia contra las culturas y los pueblos, exigimos lo mismo para nosotros. Debe cesar la inmigración masiva en Europa.La americanización y la importación de ideas políticas estúpidas y de cultura popular infantilizante deben limitarse y sustituirse por una cultura creada en parte por los diferentes pueblos de nuestro continente y en parte por élites intelectuales y culturales leales política y espiritualmente a Europa.
5.Parlamento, revolución, reacción
Los esfuerzos parlamentarios sólo pueden ser complementarios de una labor cultural y política más amplia. Los resultados electorales son sólo el producto de la formación de la opinión pública y de la forma en que se ha difundido la información entre elecciones. Nuestro punto fuerte es que hablamos de las circunstancias reales que la gente ve a su alrededor, a diferencia de las fuerzas políticas antieuropeas que siguen intentando engañar a la gente con imágenes de color de rosa que van en contra de los hechos. Esto puede dar lugar a resultados electorales favorables para partidos más o menos positivos, pero estos resultados nunca son más que una ligera ventaja en un trabajo que debe realizarse siempre con una visión más amplia y a más largo plazo.
La violencia política, organizada o cometida por individuos, no puede desempeñar ningún papel positivo en el renacimiento de Europa. Nuestro actual establishment político es superior, en un grado sin precedentes, a cualquiera que pretenda desafiarlo en su territorio, no sólo militarmente, sino también en términos de vigilancia e inteligencia.Abogar por una «revuelta» o «revolución» literal en las condiciones históricas actuales es relacionarse con la sociedad como un niño enfadado con uno de sus padres, esperando que su arrebato conduzca a que se le conceda un deseo, simplemente porque es inofensivo.El mejor ejemplo de ello es la izquierda «revolucionaria»: en caso de enfrentamiento directo entre el aparato estatal occidental y las ridículas horditas de comunistas y anarquistas que dicen querer derrocarlo, estos últimos serían borrados de la faz de la tierra en cuestión de días y nadie los echaría de menos. La verdadera derecha no debería tratar de emular su idiotez que hace perder el tiempo.La cháchara revolucionaria no puede hacer otra cosa que incitar a los mentalmente inestables a cometer actos de violencia que son a la vez inmorales y carentes de valor práctico. Deberíamos dejar esos actos a la extrema izquierda y a los islamistas radicales, para quienes son naturales. Nosotros nos exigimos más.
Nuestro método, una vez más, es el método metapolítico: la transformación gradual de la sociedad en una dirección que nos beneficie a nosotros y, lo que es más importante, a la población en general.En esta labor pueden participar agentes de dentro y fuera del sistema político establecido, siempre que haya voluntad y, por tanto, un camino. Las convulsiones revolucionarias han causado estragos en el continente europeo durante más de dos siglos.La locura está llegando hoy a su fin. La reacción está llegando, paso a paso, y seguiremos el consejo de Julius Evola de «cubrir a nuestros enemigos con desprecio en lugar de con cadenas».El éxito de nuestras ideas no sólo es posible. Es seguro.
Nota: Cortesía de Euro-Synergies
Daniel Friberg es un empresario, editor y escritor sueco. Es el director general y cofundador de Arktos Media y una figura destacada en el ámbito de la Nueva Derecha europea.