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¿Por qué el capital aspira a destruir la escuela?


Diego Fusaro | 08/04/2023

La pedagogía neoliberal degrada la escuela como una empresa destinada a producir habilidades adecuadas para el funcionamiento sistémico. Por eso, celebra el almacenamiento de las habilidades y la primacía del hacer: y disuelve toda figura de saber no ligada al pragmatismo de la eficiencia.

Así triunfa en todo el horizonte lo que no podría definirse sino como una «cultura bárbara», para retomar la imagen de Veblen en La teoría de la clase ociosa: una cultura, es decir, que no sólo no promueve la emancipación de sociedad, pero que empuja a ésta en sentido contrario, reprimiendo cualquier posible deseo de escapar de la jaula de acero del mundo reducido a mercancía. Los viejos regímenes quemaban los libros: el actual, en forma de mercancía, imposibilita estructuralmente la figura del lector.

En el triunfo del esprit de quantité sobre el esprit de finesse, el capital no puede aceptar la existencia de mentes pensantes autónomas, de sujetos formados y portadores de identidad cultural y profundidad crítica, conscientes de sus raíces y de la falsedad del presente. En otras palabras, no puede aceptar el anterior perfil burgués del hombre formado, enraizado en su cultura histórica y abierto al futuro en la planificación.
En cambio, aspira a ver lo mismo en todas partes, es decir, átomos de consumo sin identidad y sin cultura, puras cabezas calculadoras e irreflexivas, capaces de hablar sólo el inglés de los mercados y las finanzas e incapaces de cuestionar el aparato tecnoeconómico en su totalidad expresiva.

Es en este mismo marco cognitivo que debe insertarse el fenómeno de las llamadas «universidades digitales», que ofrecen a sus estudiantes cursos a distancia y títulos obtenidos sin haber pisado nunca los espacios concretos de la universidad como lugar de discusión y comparación, diálogo y ejercicio de la crítica.

La nueva figura digital desde este punto de vista, favorece los procesos de individualización masiva, neutralizando el elemento de confrontación humana y concentración de estudiantes en los mismos lugares y, en conjunto, reduciendo cada vez más el conocimiento a módulos pre-empaquetados y administrados a distancia, sin ningún tipo de relación humana con el maestro.

Así lo teorizaron Veen y Vrakking, entre otros, en su estudio Homo zappiens: su propuesta teórica se centra en la idea de romper con las formas pedagógicas tradicionales y, en su opinión, obsoletas y en adaptar los lugares de enseñanza a las necesidades de los net generation. La red Internet y su modelo deben, en consecuencia, sustituir las clásicas lecciones frontales con las que Occidente había transmitido el saber áureo desde la época griega hasta la Edad Media, desde el Renacimiento hasta el siglo XX.

En los últimos veinte años, la escuela ha estado sometida, en Europa, a una dinámica radical de corporativización, que la ha reconfigurado rápidamente en sus mismos cimientos.

De instituto de formación de seres humanos en sentido pleno, conscientes de su mundo histórico y de su historia, se ha transformado en una empresa proveedora de habilidades y competencias indisolublemente ligadas al dogma utilitarista del «servir para algo».

Significativo, en este sentido, es el fenómeno de la «deuda estudiantil» que caracteriza a los campus universitarios liberales estadounidenses y con la total privatización de la cultura. Las universidades públicas y privadas aumentan continuamente las tasas de matrícula, lo que obliga efectivamente a los estudiantes a endeudarse para poder acceder a ellas: de esta manera, no solo las universidades se transforman en puestos de avanzada de valorización del valor y fábricas de ganancias y se mueven por el deseo de tener más celebrado por el Segundo Tratado de Gobierno de Locke, pero los propios estudiantes acaban presos de los mecanismos de captura de deuda. Se convierten, desde muy jóvenes, en esclavos de una deuda que intentarán (casi siempre sin éxito) saldar por el resto de su existencia.

En el tránsito de la Academia platónica y el Liceo aristotélico a las escuelas de negocios, al fin y al cabo, se podría diagnosticar la parábola de Occidente, a merced del patológico «paneconomismo utilitarista» planteado por Latouche.

De la educación entendida en el sentido clásico como el desarrollo pleno y polifacético de la personalidad humana, hemos pasado sin esfuerzo a la formación como acumulación intensiva de habilidades técnicas y habilidades prácticas, funcionales para insertarse en el mercado laboral inestable, flexible y precario.

Se obtiene así una perversión del concepto clásico de escuela como lugar donde se sustrae el tiempo de las garras del provecho y se consagra al aprendizaje encaminado a la formación de uno mismo.

A este respecto, es útil recordar que las lenguas europeas denominan «escuela» (Schule, school, école) a la institución de formación primaria para los jóvenes , con una referencia directa a la σχολή de los griegos, es decir, al tiempo libre, que los romanos definirán como otium y otium son, por su esencia, lo contrario de negotium, que es el tiempo ocupado por los negocios en nombre de la ganancia. La paradoja de la escuela en la época del capitalismo posburgués es que se convierte cada vez más abiertamente al principio del negotium, convirtiéndose en una institución de preparación para las prácticas laborales y, por tanto, negando su propia esencia de otium.

Incluso en el caso de la formación escolar y universitaria, es válida la regla general del sistema crematístico flexible y precario: la corporativización del mundo de la vida procede al mismo tiempo que la des-etización del mismo. La mercantilización integral se basa en la destrucción de las constricciones éticas anteriores propias de la fase burguesa y con el apogeo del individualismo consumista.

La introyección de la racionalidad liberal en la estructura más profunda de la personalidad determina la ocupación integral de lo material y lo inmaterial por la forma mercancía y su correlativo modelo calculador y economicista: este paradigma permea integralmente el ego, pero también el ello, lo magmático y esquivo esfera de instintos e impulsos; tampoco perdona al superyó, incluso invadiendo el campo de las cuestiones morales y religiosas. En esto radica lo que se ha denominado la «neoliberalización de los sujetos».

La pulverización de la ética y sus raíces avanza junto con la reocupación de sus espacios por el sistema de necesidades y la forma mercancía. Esto se puede ver no solo desde la redefinición corporativa de las escuelas públicas en el marco del orden neoliberal, sino también desde la privatización de otros institutos éticos fundamentales como los sistemas penitenciario y hospitalario.

En cuanto a lo primero, la monarquía del dólar está, también en este caso, al frente del proceso de posmodernización: la privatización del sistema penitenciario, en ese país, expone a los presos a un control vejatorio, muchas veces claramente sustraído de la regulación legal y política.

Las brutales palizas y la visible desnutrición son la regla y, en conjunto, la necesaria implementación del principio según el cual los negocios son los negocios: de acuerdo con este principio, el preso deja de ser entendido como una persona a reeducar y rehabilitar, con de cara a su reinserción en la sociedad civil, y comienza a ser considerado como un recurso del que extraer plusvalía.

Esto se traduce en la búsqueda espasmódica de «recursos» siempre nuevos a internar (para que no queden plazas vacías) y, por tanto, en las nuevas políticas represivas también respecto de los llamados «delitos menores».
En lo que se refiere al sector de la salud, el régimen liberal está impulsando, a su imagen y semejanza, una cada vez más acentuada «mercantilización» de la salud y la vida. Esto permite sostener que el cuidado de la salud está profundamente enfermo: el cuidado, en su acepción específicamente científica (la erradicación de la enfermedad) y humanista («cuidar» como modalidad existencial fundamental, según la sugerencia de Ser y Tiempo) es sustituido de la figura corporativa de la ganancia como fin último de la acción.

La redefinición liberal del paradigma médico produce efectos desastrosos y muy contradictorios, que en última instancia dependen de la reconfiguración (una vez más siguiendo los pasos del modelo estadounidense) de la salud de un derecho ciudadano a una mercancía de consumo. Entre los efectos más lamentables destaca la drástica reducción de personal médico y de enfermería, con una ralentización asociada de los tiempos de intervención y un aumento del riesgo de mortalidad de los pacientes, que mientras tanto se han convertido en «consumidores». Tampoco debe pasarse por alto la reducción cada vez más acentuada de la financiación destinada a hacer frente a males como el cáncer y la considerable reducción de la asistencia a discapacitados y enfermos mentales.

En el segundo contexto, se apoya en la aparición de la nueva figura de la «empresa sanitaria», en sustitución de los «hospitales» públicos anteriores: más habitualmente, el derecho universalmente reconocido a la atención de todo ciudadano se convierte en una mercancía disponible según el valor de cambio, con el consiguiente crecimiento exponencial tanto en el sector sanitario de lujo de la cirugía estética para unos pocos, como en la imposibilidad, para muchos, de acceder a tratamientos básicos.

Traducción: Carlos X. Blanco