En agosto de 2020, el publicista cristiano ortodoxo Rod Dreher escribió en American Conservative: «Muchos conservadores siguen trabajando en una forma de pensar muy anticuada que considera a las grandes empresas fundamentalmente conservadoras».
Sigue Dreher: «La idea, randiana, es que la economía es el antagonista del gobierno. Y así, durante mucho tiempo, los conservadores se pusieron naturalmente del lado de las empresas. Pero, ¿adivinan ustedes qué? Resulta que las grandes empresas están ahora del otro lado. Probablemente es una amenaza mayor para los valores conservadores que el mismo Estado».
De hecho, las empresas que más pueden servir al ideal liberal del self-made-man, como Google, Facebook, Twitter, Microsoft, Amazon o incluso Ikea, están claramente a favor de una visión del mundo cultural y políticamente de izquierdas. Actualmente son las fuerzas más importantes que están detrás del pseudo-socialista Great Reset, es decir, la «tan esperada» transformación de nuestra sociedad, que ahora se ha acelerado con la ayuda de la crisis del coronavirus y se ha revestido de bellas palabras como protección del clima, tolerancia, multiculturalismo, auto-liberación e igualdad.
Liberalismo y socialismo van de la mano
Escribo aquí deliberadamente «pseudo-socialista», ya que el liberalismo y el socialismo, en su forma realmente existente, ya no deben ser considerados como opuestos fundamentales, sino como fuerzas convergentes que argumentan desde puntos de partida diferentes, pero que en última instancia, debido a su imagen materialista del hombre, son atribuibles a la misma escuela ideológica.
Esto queda muy claro hoy en día, cuando el individualismo extremo y el colectivismo extremo confluyen, al igual que el frenesí regulador de la izquierda y los grupos de presión del gran capital. Marx ya predijo, con razón, que el capitalismo en su forma pura tendría que tender hacia el monopolio y las estructuras autoritarias; sólo se equivocó cuando vio que el socialismo superaba este estado de cosas: de hecho, ambas fuerzas operan ahora de forma complementaria, no antagónica.
El resultado es una nueva forma de gobierno, que Oswald Spengler podría llamar «socialismo multimillonario», y que se basa principalmente en la eliminación de la clase media, la clásica portadora de los ideales burgueses y democráticos.
El «Gran reseteo» no es una utopía
Todo lo que queda es una élite «liberal», rica más allá de lo imaginable, que controla los gobiernos, el Estado profundo y los medios de comunicación a través de sus recursos financieros y su relevancia sistémica, y la masa empobrecida y sin derechos que se mantiene feliz de manera «socialista» con pan y juegos se ve privada de un sentimiento de solidaridad y resistencia a través del adoctrinamiento político, la fragmentación étnico-cultural y, por último pero no menos importante, el miedo al terrorismo o las pandemias.
No hay que negar en absoluto que al menos algunos actores de la izquierda, así como del campo liberal, ven con horror a dónde conduce en última instancia su propia ideología y, en consecuencia, tratan de «volver» a estados agregados anteriores como la economía social de mercado y la socialdemocracia clásica.
Sin embargo, esto no cambia el hecho de que la inmensa mayoría de la gente de ambos campos malinterpreta el Great Reset como una utopía y, por lo tanto, se compromete de forma unánime y entusiasta con la lucha contra las estructuras sociales y de pensamiento conservadoras como el supuesto «mayor peligro» para Occidente y, por lo tanto, no se da cuenta de que con ello está socavando los últimos diques que frenan el caos.
Economía planificada para las masas
Porque el Great Reset difícilmente será pacífico. De hecho, no sólo significa la implantación de una realidad económica planificada para la abrumadora masa de ciudadanos, por un lado, y la consolidación de una abundancia de poder antes casi inimaginable de la élite, por otro, sino también el fin real del progreso y del capitalismo, ya que la informatización, la robotización, la iteligencia artificial y el transhumanismo amenazan con convertir a las masas en esbirros insignificantes en un ciclo autosostenible, que tras la extinción de la clase media se basa en el estancamiento en lugar de la expansión.
Pero el estancamiento difícilmente se mantendrá mientras exista competencia entre los actores del nuevo sistema. Y ésta existe en abundancia: no sólo entre los grandes bloques de poder como China, Estados Unidos, Europa, Rusia o incluso India o Brasil, sino también entre los distintos competidores económicos y los demagogos y gobiernos que apoyan.
Comienza una nueva era
Es cierto que los conflictos que se avecinan, al igual que en la última época de la República Romana, se libran cada vez más no por objetivos ideológicos, sino por cuestiones puramente políticas de poder, pero aquí, a pesar de todo, la mutabilidad de la opinión pública, los límites de la capacidad de sufrimiento de la población, el hambre de trascendencia y, finalmente, la autodestrucción final de cualquier «cultura de la muerte» ponen en juego factores inesperados.
En cualquier caso, hay que asumir que el viejo mundo está irremediablemente perdido. Es probable que la rueda de la historia avance hacia su punto de partida antes que retroceder unos años. También en Occidente, de forma análoga a la reforma de Augusto en Roma, que trató de legitimar la revolución cesarista de forma mítico-arqueológica, ¿se producirá una especie de giro «carolingio» como única forma de poner en su sitio al socialismo multimillonario?
Fuente: Miwi Institute
Traducción: Carlos X. Blanco