Miércoles 27 de octubre de 2022: el multimillonario Elon Musk entra a la sede de Twitter. En voz alta, anuncia en inglés a los líderes de la izquierda liberal, en estado de shock, que ha concluido la toma de Twitter después de una larga batalla legal.
Una foto de él entrando a la oficina corporativa con un lavabo en sus brazos está acompañada de sus palabras «¡Deja que se hunda!» que han dado la vuelta al mundo. Periodistas y políticos políticamente correctos dejan estallar entonces su ira y desesperación, al igual que los activistas anti-globalización que se regocijan por ello. Musk, quien simbólicamente liberó al pájaro azul de Twitter, desde entonces ha sido visto como un defensor de la libertad de expresión.
A los ojos de muchos anti-globalización, mostró la misma audacia al pedir públicamente a Occidente que iniciara negociaciones de paz con Rusia, reconociera a Crimea como rusa y organizara votaciones en las regiones ocupadas bajo la supervisión de la ONU. Si este es el «lado bueno» de Elon Musk, que muchos patriotas adoran con razón, este sudafricano de origen también tiene un lado oscuro. Su reacción cuando le preguntan por el golpe de Estados Unidos en Bolivia en 2020 dice mucho al respecto: «¡Vamos a dar el golpe que queramos!». Poco después borró su tuit, que ya se había vuelto viral. No le interesa la soberanía de otros pueblos si se interponen en el camino de sus intereses económicos, por ejemplo el litio boliviano para las baterías de Tesla.
Además, Musk es un transhumanista acérrimo, que quiere implantar el chip Neuralink, aún en desarrollo, en cerebros humanos. Si bien el propio Elon Musk enfatiza que quiere que el hombre sea más exitoso que nunca, los críticos objetan que, por lo tanto, no solo podríamos ser pirateados, sino también controlados directamente. Pero esto es solo la parte superior de lo que el oligarca quiere lograr: el turismo espacial y los cyborgs también están en su agenda. Lo que estos proyectos tienen en común es su arrogancia: Musk, como los otros «dioses de las máquinas de Silicon Valley«, quiere ir más allá de los límites del hombre en todos los sentidos de la palabra. Por lo tanto, tiene sentido que el propio Musk sea un fuerte activista del cambio climático y también participe en los eventos organizados por el WEF en torno a Klaus Schwab, uno de los principales representantes del Great Reset.
En Davos habló de la «cuarta revolución industrial» y sus consecuencias. Asimismo, el excéntrico oligarca apoya la agresión occidental en Ucrania a través de Starlink. Él mismo se entrega a la facción de «derecha» de Silicon Valley, el crisol tecnológico, también representado por Peter Thiel, el homosexual fundador de PayPal. Pero así como la facción de «izquierda» de Marc Zuckerberg y Raymond Kurzweil no defiende los intereses de los estadounidenses comunes, Musk tampoco es un defensor de la causa de los pueblos. Al defender enérgicamente los intereses de otra facción del capital, véase Twitter, crea caos en el sistema, lo que permite que los anti-globalización de todo el mundo se aprovechen de él. Elon Musk no es un héroe, es solo un globalista bajo una luz diferente.
Alexander Markovics: Biopolítica, transhumanismo y globalización. Letras Inquietas (Junio de 2022)
Nota: Por cortesía de Euro-Synergies
Alexander Markovics es un historiador y periodista austriaco. Reconocido como un destacado intelectual de la Nueva Derecha y por su papel en la fundación y organizacion del movimiento identitario en su país, Markovics es, desde el año 2019, el secretario general y responsable de prensa del Instituto Suvorov, organización para la promoción del diálogo entre Rusia y Austria. Entre otros medios, es colaborador habitual de la revista Deutsche Stimme, especialmente en asuntos relacionados con la geopolítica.